Opinión

Y yo me pregunto, sobre la importancia de preguntar

¿Cuántas veces en la vida nos hacemos preguntas esenciales? ¿Cuántas veces al día nos hacemos preguntas importantes? ¿Cuántas veces cuestionamos a los que tienen responsabilidades importantes en y con la sociedad? ¿Cuántas veces ellos se cuestionan? Si la respuesta es nunca, o casi nunca, pudiéramos estar viviendo, sin vivir, al contrario de como se dice por allí…

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Los Doctores Paul y Elder en su trabajo “El Arte de Formular Preguntas Esenciales” del Centro de Pensamiento Crítico, señalan al inicio de ese trabajo que “La calidad de nuestro pensamiento está en la calidad de nuestras preguntas”. Yo agrego, que aún más grave para el desarrollo del pensamiento y para intentar comprender la realidad, es el hecho de no hacer preguntas, sobre todo cuando son más requeridas.

La crítica, la autocrítica, el discernimiento, la reflexión, el cuestionamiento de conceptos, razonamientos, datos y hasta de las propias preguntas y cualquier otro estado relacionado con el pensar, requiere necesariamente la formulación de preguntas, seguro muchas de ellas no encontrarán respuesta, pero el saber que no existen o que están muy lejos de ser obtenidas es el primer reconocimiento de que difícilmente somos dueños de la verdad y que por consiguiente, es importante fomentar el dialogo para construir una base que genere alternativas para los cambios positivos en todos los órdenes.

Pero preguntar involucra riesgos, sobre todo en contextos en los cuales ni interesan, ni si quieren, ni se tienen respuestas o se esconden verdades,  y por ende se ha articulado y forzado un “sentido común” sobre la base de concepciones erradas. También hay riesgos, cuando nuestro sentido de autocrítica es muy bajo. Alain De Botton, en su libro “Las Consolaciones de la Filosofía” señala que: “lo que debe preocuparnos no es la cantidad de gente que se opone a nosotros, sino las razones que tienen para hacerlo”.

La historia de la humanidad rebosa de ejemplos de hombres y mujeres que dieron su vida por preguntar. Uno de ellos fue el del gran filósofo clásico griego Sócrates, que murió envenenado con cicuta después de haber sido condenado en el año 399 a.C. “por no haber reconocido a los dioses atenienses y corromper a la juventud.” Sus fórmulas sutiles de “corrupción” era hacer que la gente indagara, buscara nuevas ideas o conceptos con el simple objetivo de mejorar sus vidas. Parte del método socrático se basaba en poner la razón por delante de la intuición, así cualquier idea u opinión sobre una situación presentada como una verdad incuestionable, a la cual se le pudiera encontrar una excepción que la llevará a perder sus matices de verdad irrefutable, la hacía inmediatamente falsa o imprecisa.

Si miramos internamente o a nuestro alrededor, encontraremos muchos ejemplos de ello.

Platón, en su apología de Sócrates, recoge las palabras finales del filósofo, antes de ser envenenado:
“Cuando mis hijos sean mayores os suplico los hostiguéis, los atormentéis, como yo os he atormentado a vosotros, si veis que prefieren las riquezas a la virtud, y que se creen algo cuando no son nada; no dejéis de sacarlos a la vergüenza, si no se aplican a lo que deben aplicarse, y creen ser lo que no son; porque así es como yo he obrado con vosotros… Pero ya es tiempo de que nos retiremos de aquí, yo para morir, vosotros para vivir. ¿Entre vosotros y yo, quién lleva la mejor parte? Esto es lo que nadie sabe, excepto Dios”
Si usted es de los que cree que la vida vale un poquito más que la rutina de sobrevivir, pregunté un poco, a lo mejor alguien lo escucha, quizás hasta el propio silencio le conceda la gracia de obtener alguna respuesta.

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