Cultura

La danza, ese ritual de comprender el cuerpo

Se conmemora el Día Internacional de la Danza, establecido por la Unesco desde 1982. De este lado del océano, bailarines, coreógrafos y maestros venezolanos reflexionan sobre la situación actual de este arte que tuvo una época de oro y ahora es golpeado por la falta recursos, la escasez de compañías e infraestructura y altos costos

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La danza es libertad como principio, como excusa de permanencia. Es ese impulso vital en el que el cuerpo descubre otros cuerpos, otros espacios, y se hace consciente de sí. Se vuelve rito. Llamada, de una forma casi simplista, el arte del movimiento, hoy se celebra una vez más su desarrollo, sus manifestaciones y su continuidad.

El 29 de abril fue establecido como Día Internacional de la Danza por la Unesco en el año 1982 para recordar el natalicio del bailarín francés Jean-Georges Noverre. Autor de varias investigaciones sobre la danza, es considerado el creador del ballet moderno.

Cada año un artista reconocido es seleccionado para redactar el Mensaje Oficial. Así como hicieran en su momento Julio Bocca o Alicia Alonso, este año correspondió al bailador y coreógrafo flamenco Israel Galván (España, 1973), Premio Nacional de Danza 2005 y artista asociado al Théâtre de la Ville de París y al Mercat de les Flors de Barcelona. “¡Todos están bailando! ¡No lo saben pero todos están bailando! Me gustaría gritarles: ‘¡hay gente que todavía no lo sabe! ¡Todos estamos bailando!’ Los que no bailan no tienen suerte, están muertos, ni sienten ni padecen”, dice en un texto en el que menciona a creadores como Pina Bausch, Isadora Duncan, Valeska Gert, Vaslav Nijinsky y Michael Jackson, para él “turbinas generadoras de energía”.

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Pero no se trata solo de leer unas palabras o realizar presentaciones en teatros, calles y plazas. El Día Internacional de la Danza es también un episodio para mirar el arte y analizar en qué situación se encuentra, cuáles son sus innovaciones, cuáles sus carencias.

Una mirada en danza

Los años cuarenta y cincuenta fueron décadas fundamentales para el desarrollo de la danza en Venezuela, tanto clásica como contemporánea. De esa época data la Escuela Nacional de Ballet, fundada por Nena Coronil, que dio origen a proyectos en los que se formaron artistas como Vicente Nebreda, Belén Lobo, Maruja Leiva y Alfredo Pietri.

En 1948, un acontecimiento marca la danza moderna: la llegada al país del bailarín mexicano Grishka Holguín para romper paradigmas ideológicos y formales. Se establecerían los postulados en espacios como Teatro de la Danza, la Escuela Venezolana de la Danza Contemporánea y la Fundación de la Danza Contemporánea, de la que también formó parte la bailarina Sonia Sanoja —se convirtió en una importante plataforma para esta manifestación hasta entonces desconocida.

Luego, entre los años setenta y noventa, se vivió la llamada época de oro de la danza en Venezuela. Proliferaron escuelas y compañías, se realizaron festivales e intercambios culturales, el movimiento se expandió por el territorio nacional y tuvo carácter de exportación.

Esta gloria ha caído. En la actualidad la danza atraviesa por un período de crisis debido principalmente a la falta de apoyo, escasez de infraestructuras para la investigación y presentaciones, amén de los altos costos. “El medio está un poco estancado. Los coreógrafos que ya tienen sus compañías siguen con su línea de investigación subsistiendo como pueden. Una producción cuesta mucho por falta de recursos, porque tienen que negociar con los bailarines. No tienes el equipo completo”, expresa Miguel Issa, fundador de la agrupación Dramaturgia en Movimiento (Dramo) y quien saliera del cargo de coordinador estratégico del Teatro Teresa Carreño luego de que una Junta Interventora ocupara el complejo cultural a finales de 2013.

A esta situación, Issa suma una problemática que ataca a los jóvenes: la escasez de compañías. “La oferta es muy poca y el bailarín no desarrolla un oficio. Entonces no les queda otra que orientarse hacia el área coreográfica. Pero no tienen nada que decir, porque no crearon un lenguaje. Existen escuelas de formación, está la Universidad de las Artes, la Compañía Nacional de Danza; pero el asunto es dónde van a bailar. Los espacios tienen que mantenerse”.

La bailarina y coreógrafa zuliana, fundadora de Danzahoy, Luz Urdaneta, coincide en que, a pesar de que existen iniciativas interesantes, es muy poco el apoyo que se les brinda. “El talento se diluye buscando posibilidades de sobrevivencia”, dice quien presenta actualmente junto a Julie Barsnley, Inés Rojas y Luis Armando Castillo el espectáculo Danza entre manos, en el Centro Cultural Chacao.

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En lo formativo, Urdaneta afirma que Unearte representa una buena oportunidad.  “La universidad cuenta con un universo de maestros de trayectoria, que favorecen la formación de nuevo talentos. Además se están abriendo otros núcleos en el país. Es una iniciativa importante”. Vuelve la experta acerca de las condiciones de trabajo para quienes ovillan y vuelan en piruetas: “Es indudable que la situación es de precariedad. Dificulta labores de asociación, coordinación y gestión de las agrupaciones de danza independientes. Es necesario mejorar las condiciones de trabajo de las personas vinculadas a la danza, dignificando la profesión y contribuyendo a un entorno creativo más estable. Algo que preocupa es que existe una alta desprotección social para los trabajadores de la danza, ya sea en lo referente a las pensiones de vejez y a la cobertura de sistema de salud”.

Compañías que se detienen

A excepción del Ballet Teresa Carreño y la Compañía Nacional de Danza, se han ido cerrando puertas. Sucedió con el Ballet Contemporáneo de Caracas, cuando en 2010 tuvo que abandonar las instalaciones del Teatro Alberto de Paz y Mateos por no renovación de comodato;  y ocurrió recientemente con el Ballet Metropolitano de Caracas, cuando su fundadora, Keyla Ermecheo, anunció el cese de actividades luego de más de cuatro décadas.

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Algo similar sucede con el Ballet Nuevo Mundo que, a pesar de que no apaga su luz, está detenido por falta de espacios: el incendio ocurrido en Fundarte, en Parque Central, afectó su sede. “No tenemos donde funcionar”, dice su directora Zhandra Rodríguez, quien solicitó ayuda a Corpocapital para la restauración del espacio, pero aun no tiene fecha precisa. Están en conversaciones.

No obstante, Fred Bordeianu, director artístico del Nuevo Mundo, habla también de condiciones económicas que vienen desde noviembre del año pasado. “Tuvimos que hacer un break porque el Ministerio de Cultura no nos ha aprobado presupuesto. Tampoco nos han dicho cuándo será, solo que está en trámites. Pero los bailarines se mantienen entrenando, en espera de volver al horario normal, cumplir con nuestras funciones y llevar lo que tenemos a la gente de las comunidades”, dice.

A pesar de no dar cifras concretas, Bordeianu señala que para que una compañía de 30 personas pueda funcionar es necesario un presupuesto anual de entre 15 y 20 millones de bolívares.

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El costo de lo clásico

Nina Novak llegó a Venezuela en 1962, dos años después fundó su academia y desde entonces no ha dejado de enseñar. La artista de origen polaco compara la época en la que pisó el país, como primera bailarina del Ballet Ruso de Montecarlo, y la actual: el florecimiento de entonces ya no está.

“Creo que la danza clásica está viviendo problemas graves. El modernismo tomó privilegio y como el ballet es tan costoso está un poco abandonado. No se enseña clásico, sino con otras interpretaciones. Y sin educación formal no puede haber excelentes ejecutantes. Venezuela necesita buenos maestros, y para enseñar uno debe tener un excelente conocimiento. Hay bailarinas que están triunfando en el exterior, yo espero que un día regresen y funden las escuelas que necesita este bello arte”, clama por buenos splits y fouetté.

El ballet clásico supone grandes gastos porque requiere de escenografía, vestuario especial, orquesta. “Los zapatos de punta para las bailarinas son muy costosos. Los padres se sacrifican para conseguirlos de una u otra manera”, recuerda Novak. Verbigracia: este sutil admículo supera los 15 mil bolívares y debe importarse, porque las zapatillas de profesionales no se fabrican en el país.

Bailarines: las nuevas (y no tanto) generaciones

Brixio Bell, como él mismo lo dice, disfrutó las mieles de la época de oro de la danza en Venezuela y se alegra de haber trabajado junto a uno de sus creadores más importantes: Vicente Nebrada. “La magia que genera el escenario, ese estar en comunicación con tu cuerpo es único e incomparable”, discurre en poesía. Ahora espera vivir otro repunte de la danza, pero desde otra posición: la de coreógrafo. “Ser bailarín es una profesión dura y corta. Uno tiene que aprovechar en sus momento la fortaleza física”.

“Yo he tenido el sueño de dirigir mi propia compañía. Generar una alternativa laboral. Mi carrera está en esa transición de dejar de ser bailarín y pasar a la dirección artística. Pero no encuentro el momento idóneo para arriesgarme. Pensar una compañía con su planta de bailarines sin ofrecerles un sueldo es imposible. Pero sigo luchando. Uno no puede parar”.

Andrés Rodríguez es oriundo de Maracay. A mitad de la carrera de medicina, abandonó los estudios y viajó a Caracas para profesionalizarse en danza. Actualmente forma parte del elenco clásico y neoclásico del Ballet Teresa Carreño. Tiene 22 años. Habla con esa entrega que da la juventud “Es un sacrificio diario, pero que va de la mano con la pasión. Es bailar y hacer arte, mantener a flote la danza en Venezuela y seguir haciendo cultura para que la sociedad tenga otra visión. Ese es nuestro deber y oficio: acomodar al que está incómodo y viceversa”, se esperanza.

Su futuro lo proyecta prometedor. “En situaciones adversas el arte muestra su cara más real. Incluso lo que para uno puede ser caos, para otros llega a ser perfección, goce. Yo me veo trabajando para trascender. Quizás más adelante haya un mejor escenario”.

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