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Pastelitovar: sazón y amor de una madre para pagar la educación de su hijo

Carmen Coromoto convirtió su hobby en un emprendimiento para poder pagar la educación universitaria de su hijo. Se levanta de madrugada para hacer pastelitos con la sazón de su pueblo natal, Tovar, en Mérida, ingredientes seleccionados y dos días de elaboración

Fotos Maurice espinoza |el estímulo
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En Caracas, entre aromas de ají margariteño y guiso andino, nació un emprendimiento que no solo alimenta con sabor, sino también con esperanza. Pastelitovar es el proyecto familiar de Carmen Coromoto Ramírez, una docente jubilada que encontró en la gastronomía una manera de sostener los estudios universitarios de su hijo Carlos.

Pastelitovar surgió en plena pandemia, cuando las dificultades económicas se hicieron evidentes. Coromoto, como la conocen, oriunda de Tovar, en Mérida, aprendió siendo adolescente a preparar los tradicionales pastelitos andinos gracias a las enseñanzas de su vecina, a quien veía preparar un guiso que replicó las suficientes veces hasta crear uno propio. En el año 1989, junto a su esposo, emigró a Caracas en busca de nueva oportunidades y fue en esa ciudad donde formó su familia.

Carlos y Coromoto. FOTO MAURICE ESPINOZA

Sus comienzos

Desde el 2020 hasta finales de 2024, Pastelitovar creció de manera orgánica con ventas ocasionales a amigos y conocidos. Sin embargo, a finales del año pasado, se hizo imposible pagar los estudios de Carlos, hijo de Coromoto y estudiante de la Universidad Católica Andrés Bello, por lo que decidieron que Pastelitovar dejara de ser un hobby ocasional y se convirtiera en el emprendimiento que los ayudaría a que Carlos se graduara.

. FOTO MAURICE ESPINOZA

«Comencé madrugando solo dos días a la semana para hacer los pastelitos, y ahora lo hago todos los días», cuenta Coromoto, que es viuda, hablando del emprendimiento que, ahora, es una parte importante de su sustento familiar. Con el apoyo de Carlos, quien insistió en darle forma y planificación digital al proyecto, la cocina de su hogar es hoy un centro de producción que enciende sus hornillas desde la madrugada.

Coromoto confiesa que «aunque quedo agotada, lo hago feliz porque estoy haciendo el bien por mi familia y brindando amor en cada uno de mis productos».

«Para mi, Pastelitovar significa un sueño hecho realidad. Siempre estuvo allí, es un talento al que nunca le había sacado provecho. Gracias a mi Carlitos, siento que estoy vendiendo con propósito y ofreciendo comida hecha con amor y excelente calidad».

Coromoto se levanta en la madrugada. FOTO MAURICE ESPINOZA

Madrugar para rendir

La faena de hacer los pastelitos comienza con la selección de los ingredientes, que compra en distintas partes de Caracas. Por ejemplo, por el queso va hasta La Candelaria porque, según Coromoto, allí venden el verdadero andino.

La elaboración de los pastelitos andinos es un proceso artesanal que exige paciencia y dedicación. Coromoto usa carne fresca molida al momento, ají margariteño porque es su favorito, cebollín, pimentón y condimentos que evocan la sazón heredada de su Tovar natal. Primero hace el guiso, todo con el «ojo por ciento» de la receta que ha practicado durante años, y que se cocina varias horas en fuego lento.

El segundo día forma los pastelitos. Primero los moldea, luego pone el guiso medido, le añade huevo cocido picado y una lonja de pimentón y, al terminar, los coloca en una bandeja para ser congelados u horneados, como sea la demanda del cliente.

Fotografía de Maurice Espinoza

A esta tradición se han sumado innovaciones como los tequeños de queso, versiones con guayaba y masa aromatizada con orégano, siempre atendiendo a los pedidos de sus comensales. Cada bandeja, ya sea congelada, frita u horneada, refleja el esfuerzo de una familia que trabaja por un futuro mejor.

Para Coromoto, Pastelitovar representa resiliencia y tradición. Es la manera de transformar las recetas heredadas de su tierra andina en un sustento real. Para ella, el emprendimiento es un puente entre la memoria de su infancia, recuerdos con su familia y su difunto esposo, con su hija quien se encuentra en España y la posibilidad de asegurar el futuro académico de Carlos.

Para Coromoto, Pastelitovar honra a toda su familia. Foto Maurice Espinoza

Para Carlos, Pastelitovar significa su familia y sus recuerdos. Es «un legado muy grande», el «motor» que le permite avanzar en sus estudios universitarios, pero también un recordatorio de la fuerza y dedicación de su madre.

Más allá de lo económico, Pastelitovar es un símbolo de unión familiar y de orgullo: «Cada venta es un paso hacia mis metas profesionales y un testimonio de que los sueños pueden construirse con esfuerzo compartido».

«Me recuerda a mi papá y a mi familia de Mérida. Es mi infancia», dice. A pesar de haber nacido en Caracas, sus amigos lo apodan «gocho» y los pastelitos de su mamá lo conectan con sus raíces. Para él, el negocio es una forma de mantener viva la memoria de su padre y honrar a su familia.

Carlos considera que, con los pastelitos, honra la memoria de su padre y a su familia andina. Fotografía de Maurice Espinoza

Toda la familia está unida en el proyecto pues hasta la hija Mary Carlen apoya desde España. Y ambos hijos dicen que su mamá » tiene un don mágico para cocinar».

Cada pastelito que sale de la cocina de Coromoto lleva consigo el amor de una madre y homenaje a su familia. Lo que comenzó como una receta heredada se ha convertido en un proyecto con visión de futuro, capaz de demostrar que la tradición, cuando se mezcla con amor y constancia, puede abrir caminos hacia nuevas oportunidades.

Coordenadas de Pastelitovar

Instagram: @pastelitovar

Contacto para pedidos: 0414-022-1929

Precios. Bandeja de 10 pastelitos andinos en 12$ y 25 tequeños en 12$. Consultar pedidos especiales al privado.

Pickup. En Santa Fe, municipio Baruta.

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