Crónicas de una cuarentena creativa

Calma morocoto

Con esta pieza de Inés Ruiz Pacheco, Calma Morocoto, se inaugura la serie Crónicas de una cuarentena creativa, hecha por los alumnos del Diplomado Alimentación y Cultura en Venezuela que dirige Ocarina Castillo, profesora y miembro de la Academia Nacional de la Historia

río orinoco
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Pedro ofrece pescado a los caminantes. Un morocoto grande, fresco, de carne dura y ojos aún brillantes. Él necesita venderlo para comprar un kilo de mañoco y llevar comida a su casa. Allí le esperan cuatro niños con su madre. Él tiene por lo menos 10 kilos más en la carretilla a orilla de la calle y confía en que los caminantes y los conductores que transitan le comprarán toda la mercancía del día.

Para Pedro quedarse en cuarentena es confinarse al hambre junto a sus hijos porque vive al día y no sabe de pandemias. No teme al riesgo de un virus que se parece a la gripe, se sabe  fuerte. Su vida depende del sudor diario, como la de los compañeros de su calle.

venta de morocoto
Pedro vendiendo su morocoto que pescó en el Orinoco

Pedro pesca en el Orinoco, con frecuencia supera la carestía de gasolina y teje redes humanas tan fuertes como los raudales del río  y sus ocupantes. Navega, pesca y vende. Cobra en pesos o en bolívares en efectivo. Apenas tiene tiempo para comer, ver a su familia. Le cuesta creer en peligros más fuertes que el paludismo, la tuberculosis o  el dengue. Por eso, el 17 de marzo, vende pescado morocoto en la calle con tapabocas grueso y no se queda en casa, no acata la cuarentena. Pedro cree que protege a su familia y su pueblo. Yo lo veo y lamento porque nos expone a todos. Lo veo desde la parte de adentro del carro. Quiero quedarme en casa, pero la cuarentena me agarró trabajando en Puerto Ayacucho, por lo que la avenida Orinoco es el escenario de mi mañana del 17 de marzo.

Estamos en cuarentena social nacional, y ante la imposibilidad de llegar a casa con mi hija, me queda la necesidad de salir a comprar alimentos y, como dirían en mi escuela de comunicación, responder al instinto periodístico, evaluar la frontera con Casuarito y jugar a reportar, como en mis tiempos en el Diario Sol de Margarita. No hay luz, ni señal. No puedo informar en tiempo real y mañana ya no será noticia.

Tengo mascarilla y me pica la nariz, me aterra pensar en dónde comprarán el pescado de la posada que nos aloja. Mucho más, ver la calle llena de gente, pensar que todo ese comercio activo circula en moneda y en billetes que desde niña sé son la casa perfecta de la mugre.

No puedo comprar.  Nos vamos al Orinoco, frente a Casuarito y confirmamos que no hay circulación en la frontera, que sólo pasa alguna embarcación indígena, con tripulantes que no tienen fronteras, tienen identidades comunes en territorios distintos. A ellos no los separan líneas imaginarias sino prácticas culturales.  Hacemos silencio y  seguimos camino a la posada.

Ya en la posada no puedo descansar, me angustia la distancia. Escucho a la posadera que me habla de la felicidad con la que se vive en San Juan de Manapiare, donde hay alimentos y medicina natural, no hay señal de teléfono, ni noticias, ni virus aterradores que no conozcan. Allá ella es feliz. Sabe que volverá a su pueblo un día y que pronto yo volveré a mi casa. Ella está tranquila.  Por ahora nos une el pasillo de la posada donde esperamos al tiempo, ese que pasa y que pronto convertirá está realidad en memoria. Ella prepara infusión de malojillo y María Luisa. Tomamos «el té». Por primera vez un té juntas en una tarde de lunes y en calma.

orinoco
Foto: Archivo Clímax

Llega el momento de almorzar y entonces disfrutamos  el menú: morocoto guisado con cabeza e gallo y ensalada con vinagre de manaca. ¿Nos comimos el morocoto de la avenida Orinoco?. No lo sabremos y ahora mismo es irrelevante. Comimos. Sonrío y confío en esta despensa para la defensa. Mañana seguiremos viviendo la cuarentena desde la frontera amazónica, con los estilos propios de un país diverso, multiétnico  y pluricultural.

morocoto
Foto referencial de sancocho de morocoto

Inés Ruiz Pacheco es comunicadora social (ULA Táchira 2002); cocinera del Instituto Culinario y Turístico del Caribe; cursante del Diplomado Alimentación y Cultura en Venezuela (UCV/2020). Ha sido reportera del diario “Sol de Margarita”, equipo de redacción de las revistas «Sujeto Almado» y «Maestros Hoy». Promotora cultural en Táchira, Trujillo y Nueva Esparta. Actualmente dirige la Fundación Fogones y Bandera e integra el equipo de Margarita Gastronómica.  

En este enlace, la investigadora Ocarina Castillo habla de estas crónicas de una cuarentena creativa.

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