¿Budismo y maquillaje juntos? La historia del monje que lo hace realidad
Practicante de una de las doctrinas más antiguas que existen,el monje budista Kodo Nishimura también brilla con las paletas y el Rimel
Practicante de una de las doctrinas más antiguas que existen,el monje budista Kodo Nishimura también brilla con las paletas y el Rimel
La cultura japonesa siempre ha resultado fascinante al mundo occidental. Gracias a la globalización cada día es más la información y el contacto que tenemos con la nación del sol naciente.
Uno de los hechos interesantes que más ha dado de que hablar es la de un monje budista que en su tiempo libre se dedica a su hobby preferido: el maquillaje.
Kodo Nishimura lleva el pelo rapado, sombra de ojos con brillo en los párpados y pestañas postizas durante una presentación realizada en Tokio.
Durante el acto se cambia tres veces de ropa. Sus fans están fascinados. Rompe paradigmas al ser el primer monje budista que también lleva una vida en la farándula y el mundo de la estética.
Cuando Kodo Nishimura, el maquillador profesional, vestido con zapatos de tacón y ojos ahumados con lápiz negro, entra en una sala de Tokio para una demostración, resulta difícil imaginar que en el resto del tiempo es un monje budista.
Kodo Nishimura, el monje budista, parece otro hombre al estar sin maquillaje con el atuendo de los monje, mientras realiza ritos tradicionales.
«Es lo que soy. No voy a pretender ser otra cosa», dice.
Nishimura es ante todo un artista del maquillaje que embellece a sus clientes, desde cantantes de pop hasta participantes en concursos de todo tipo.
Pasa buena parte del año en Estados Unidos. Allí se perfeccionó en una afición que mantuvo en secreto en su Japón natal, donde de niño solía encerrarse en el cuarto de baño para maquillarse.
«Abría la paleta de sombras de ojos de Chanel que tenía mi madre e intentaba aplicarlas en la cara. Seguro que parecía un loco, un payaso», recuerda con jovialidad.
Cuando se fue a estudiar a Estados Unidos descubrió un mundo diferente. Vio en tiendas de maquillaje a travestis encantados de responder a sus preguntas. Con 18 años hizo su primera compra: máscara y lápiz de ojos.
Una pasantía en el estudio de un maquillador artístico le permitió conseguir un empleo. A su regreso a Japón se sorprendió al ver que sus padres apoyaban su elección profesional.
Aún así le faltaba algo. Creció en un templo budista y de niño solía jugar detrás del altar ornamentado. Sabía que un día tendría que decidir si heredaba el templo de su padre.
«Quería conocer esta actividad, lo que se hace, saber lo suficiente de ella como para tomar una decisión».
Con 24 años, se inscribió en un programa de formación en la doctrina de la Tierra pura. Fueron cinco sesiones de varias semanas cada una repartidas a lo largo de dos años.
«En cuanto las puertas se cerraban los instructores empezaban a gritar. Yo pensaba ‘¡Dónde me metí!'»
Kodo Nishimura resistió. Entre cada sesión volvió a Estados Unidos, pero al final de la formación sufrió una crisis personal.
En Nueva York se maquillaba, lucía joyas, trabajaba de maquillador y se sentía atraído por los hombres. Y se preguntaba: «¿Este estilo de vida, ¿no ofenderá a la comunidad de los monjes budistas?».
Uno de ellos le dijo que a menudo los monjes japoneses iban sin hábito y ejercían otras profesiones.
«Para mí fue como una liberación», afirma Nishimura. En ese momento me di cuenta de que podía ser como soy y al mismo tiempo monje».
Kodo Nishimura vuelve a Japón dos veces al año y ayuda a su padre en ceremonias como los funerales. Por el momento compagina las dos actividades pero no se siente tentado de heredar el trabajo de su progenitor.
«Creo que el mensaje central del budismo es sentir felicidad y compartirla», afirma. Sentirse bello te hace «más generoso, más atento a los demás y proclive a ayudarles».