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Luis Alberto Machado: el sempiterno optimista

Se fue el hombre que buscó enseñar la inteligencia, uno que tuvo una carrera brillante y temprana. Luis Alberto Machado derrochó optimismo y una tozudez para el trabajo y la defensa de sus ideas, que logró cristalizar. Quedan sus libros y teorías que en varias partes del mundo son referenciales, y una historia por recordar 

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Me pongo los audífonos y coloco en mi computadora la música de la Fantasía para piano, coro y orquesta en Do menor Opus 80 de Beethoven, una de las piezas favoritas de mi amigo, maestro, segundo padre, Luis Alberto Machado. Unos minutos antes me había llamado una amiga a darme la noticia de que ya no estaba entre nosotros. Sentí tristeza y a la vez, un gran alivio. Luis Alberto por fin había volado libre de la cárcel en la que se le había convertido el cuerpo estos últimos años.

Recuerdo que en una de nuestras miles de conversaciones –fui una privilegiada por haber estado muy cerca de ese hombre maravilloso- le pregunté que cómo le gustaría ser recordado. “Como un optimista”, me respondió sin pensarlo. Y no podía ser de otra manera: el hombre que tuvo que sortear toda clase de obstáculos para llevar a buen término su idea, se sostuvo siempre en un inquebrantable optimismo.

Parece contradictorio que haya sido así, pues tuvo una vida llena de momentos difíciles y tempranas responsabilidades.  Fue un niño que creció solo –fue hijo único durante muchos años- y sufrió el divorcio de sus padres en una época en la que nadie se divorciaba. Fue enviado a una academia militar en los Estados Unidos a los dieciséis años, se casó a los veinte y fue padre a los veintiuno. A los veintinueve fue Viceministro de Agricultura y la primera vez que el titular salió de Venezuela, él no pudo ocupar  su despacho porque no tenía la edad requerida para ser Ministro. Contaba treinta y seis años cuando Rafael Caldera lo nombró Ministro de la Secretaría de la Presidencia, cargo que ejerció con guáramo y una honestidad a toda prueba. Muchos recuerdan cuando le tocó lidiar con el secuestro de un avión de Aeropostal. Convocó una rueda de prensa y dando golpes a la mesa declaró que el gobierno no negociaría con delincuentes.

Su brillante carrera política –pudo haber llegado a ser presidente- tomó un giro distinto cuando empezó a pensar en que la inteligencia podía desarrollarse y que lo que había que hacer esa metodizar ese desarrollo. Se encerró a escribir sus ideas en un libro que en algún momento pensó llamar Analogías y relaciones, cuando Pedro Grases -a quien le había dado el borrador para que lo leyera- le dijo: “ese libro tiene que llamarse La revolución de la inteligencia, no puede ser de otra manera”. La respuesta de una mujer llamada María, que no sabía leer ni escribir y que lo atendía cuando él terminaba de escribir el texto en la playa, le dio la certeza de que aquél era el título adecuado: “Usted ve, así sí… eso es lo que usted dice…, ahora sí lo comprendo…”.

El libro fue un suceso. Los comentarios fueron desde las más alentadores alabanzas hasta las críticas más acérrimas, justamente lo que él quería. Y no sólo sonó en Venezuela, sino en todo el mundo. Uno de los primeros que lo contactó fue B.F. Skinner, psicólogo experimental y filósofo social de la Universidad de Harvard quien escribió: “no cabe duda de que el proyecto, en su totalidad, será considerado como uno de los grandes experimentos sociales de este siglo”. Luego vino Edward De Bono, psicólogo maltés de la Universidad de Oxford, con quien Machado compartió en muchas oportunidades.

Cuando Luis Herrera Campíns llega a la Presidencia, crea el Ministerio para el Desarrollo de la Inteligencia y Luis Alberto Machado pudo dedicarse a divulgar sus técnicas en Venezuela y el mundo. Sus teorías fueron puestas en práctica en Israel, Costa Rica, Chile, Corea del Sur y China. En esta última, el ministro de Educación Jian Nan-Xiang declaró que “China Popular apoyará la candidatura de Luis Alberto Machado al Premio Nobel de la Paz”.

Fue invitado a dar charlas en cientos de países. La revista Newsweek le dedica un artículo completo, donde el laureado periodista Varindra Tarzie Vittachi escribe: “el ministro venezolano puede estar ofreciendo el regalo más importante de los países del sur al resto del mundo, desde que los árabes crearon el cero y en la India inventaron el ajedrez”.

Con el maestro José Antonio Abreu hizo un recordado experimento, en el que ambos demostraron la tesis que compartían: que con método todo se puede aprender. Así montaron un concierto donde, en apenas seis meses, niños que nunca habían estudiado música interpretaron el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. En el grupo se encontraban unos niños pemones y dos de las hijas del doctor Machado.

Los programas de desarrollo de la inteligencia se implementaron a lo largo y ancho del país. Me consta de primera mano, porque lo acompañé muchas veces, la cantidad de personas que se le acercaban a decirle que habían sido parte de las cohortes de estudiantes que recibieron sus programas y se lo agradecían. “Doctor Machado, yo le enseño a mis hijos lo que usted me enseñó a mí”.

Pero como Venezuela es Venezuela, cuando Jaime Lusinchi tomó la Presidencia de la República, eliminó todo. Una obra que ha debido permanecer como política de Estado, fue eliminada como política de gobierno. Al eterno optimista eso no lo amilanó. Se dedicó a recorrer el país dando charlas gratuitas a todos los que lo invitaran. Con el mismo entusiasmo le hablaba a una audiencia de dos personas que a una de dos mil. La gente lo adoraba. Y jamás perdió la humildad. Los grandes hombres son humildes. Y Luis Alberto Machado fue un gran hombre en toda la extensión de la palabra.

En sus últimos años se aplicó a demostrar con su vida lo que había escrito. Con dos maravillosos últimos libros, dejó sentado que todo se puede aprender si se cuenta con las herramientas necesarias y se conocen las técnicas para hacerlo. Él aprendió a ser poeta. Sus Canto a la mujer y Canto a Dios son dos obras maestras de la poesía universal. Quedó una pieza de teatro inédita, quizás la más hermosa de todas, que espero que sus hijos la editen.

Yo me despedí de mi amigo hace un tiempo, cuando su mente se fue de su cuerpo. Hoy le digo adiós otra vez, pero con la tranquilidad de que ahora está mucho mejor. No digo que “descanse en paz” porque a él eso le parecía muy fastidioso: “no me voy a morir para descansar en paz toda la eternidad, eso es muy aburrido. En el cielo de haber de todas las maravillas que hacer, nada de descansar”.

A Milagros, su mujer de toda la vida. A sus hijos que son como mis hermanos, vaya este recuerdo lleno de admiración, respeto y sobre todo, mucho amor por ese gran hombre, gran venezolano y prócer civil que fue Luis Alberto Machado.

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