Opinión

Spoiler: Venezuela no es el país más bello del mundo

Hay una trampa, una mentira que ha fructificado en la mentalidad e imaginario criollo. ¿Qué hace a un país bello? ¿Sus montañas, río y llanos o el cuidado al sentir ciudadano? Venezuela será bella en la medida que se respeten unos y otros, que convivan en sintonía con la democracia

Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
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Los venezolanos tenemos arraigado muy profundo en nuestros corazones una creencia absurda de que Venezuela es el país más bello del mundo. Ya sea porque lo oímos de nuestra abuela, maestra o simplemente lo escuchamos por ahí. Crecimos con esta noción subjetiva de la tierra que nos vio nacer. Las razones para explicar tal aseveración siempre son las mismas: el Salto Ángel, Los Roques y el Cerro Ávila. Meros accidentes geográficos que en nada tienen que ver con la mano del hombre.

Cierto, los venezolanos tenemos el privilegio de residir en una tierra que se estremece con el sonar del Catatumbo y se arrulla con el paso del Arauca. Pero ningún patrimonio de la naturaleza o del reino animal tiene el sentido para comprender lo que es un venezolano. ¿Sabe la danta que vive en un país bello? ¿Lo sabe la orquídea? ¿La guacamaya? ¿El araguaney? No.

La decisión de decretar la belleza de algo recae en nosotros, venezolanos, los poseedores temporales y no propietarios permanentes del Delta del Orinoco, El Caribe y el Pico Espejo. Los que fuimos nómadas y luego capitanía. Los que un día fuimos provincia y en otro república. Los que una mañana supimos qué hacer con el petróleo y una tarde no supimos qué hacer con el viernes negro. Los que intentamos una democracia a lo Kennedy y terminamos con una democracia a lo Mugabe. ¿Por qué tenemos entonces la convicción de que Venezuela es el país más bello? ¿Qué hemos hecho tú y yo para que así sea?

En realidad lo que hemos hecho es aprovecharnos de una belleza que no es propia, inclusive la que nada tiene que ver con la naturaleza. Solo sesenta y cuatro mujeres saben lo que es coronarse Miss Venezuela, pero eso nos da pie a todos las demás para decir que somos el país de las mujeres bellas. Doce medallas en los diecisiete Juegos Olímpicos que ha participado Venezuela no hacen que un país pueda considerarse deportista. Científicos, prodigios, talentos, artistas y músicos tienen obras que legaron y nosotros, los del saco, nos montamos en ese tren para decir que somos el país más bello del mundo. “Apoyando el talento nacional” se le llama hoy a este absurdo concepto.

También somos patrocinadores del fatalismo conductual. Del síndrome “ojalá Venezuela fuera así”. Mientras en el exterior sería impensable cometer una infracción, aquí le tenemos la guerra a muerte declarada al semáforo y al peatón. Añoramos que Venezuela sea un país ordenado y competente, pero nos olvidamos de aplicar aquí las conductas que nos parecen bellas afuera. Si se considera bello un país de ciudadanos que saben que el lado izquierdo de una escalera mecánica se deja para los que quieren caminar y el derecho para los que no les molesta la espera, ¿qué hacemos parados a la izquierda?

No es Venezuela entonces la que tiene que ser bella. Eso es demasiada responsabilidad para un país. Bellos debemos ser tú y yo, los ciudadanos que aquí hacemos vida. Bellos, talentosos, preparados y visionarios, mejor dicho.

No nos sirve de nada tener los paisajes más bellos del mundo si nos vale un comino dejar atrás nuestra basura. No basta ser arquitecto y añorar la Caracas de Villanueva si la obra consiste en erigir edificios que no aportan al urbanismo. No hay cine nacional; hay solo cine entretenido y mediocre. No existe moda porque Carolina Herrera sea coterránea sino porque hasta ahora lo que se considera bello en las calles es una lycra amarilla envuelta en un buen par de tetas.

La proposición entonces es simple: eliminar el concepto de que Venezuela es el país más bello del mundo. No solo es utópico sino contraproducente. Tampoco añorar la Venezuela de antes sino la Venezuela después. Aquella en donde la gente que vive en admiración de los imponentes paisajes que nos legó la geografía, también actúa como un paisaje en el modo de pensar, hablar, actuar, vivir y relacionarse con los demás. Más que apoyo al talento, lo que nos hace falta como ciudadanía es talento de ejemplo.

Eso tiene un país bello: gente que construye, diseña, inventa y sueña. Gente que resguarda su propia calle como si fuese un cuadro de Michelena, su entorno como si fuese la partitura de Carreño y su país como si fuese el laboratorio de Convit. Gente que siente orgullo por lo que es ejemplar más que por lo que es popular. Gente que sabe convivir con gente. De repente así podremos llegar a ser un muy bello país. O no. De todas formas, el Orinoco seguirá fluyendo.

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