Sexo

Encontrarse a papá en un hotel y otras muertes lentas

La lujuria puede ser un punto de encuentro con quien menos usted espera. Mire bien a su alrededor la próxima vez que quiera desinhibirse sexualmente en una discoteca, comprar un dildo de 24 centímetros en una sex shop o asistir a una orgía en un apartamento. Puede que en el mismo lugar esté algún familiar o conocido que se haga de la vista gorda o se vuelva su cómplice

Encuentros inesperados
Composición de portada: Pedro Agranitis
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Raquel siempre se lleva una sorpresa los viernes de quincena. Son los días más concurridos en el motel en el que trabaja como recepcionista. Desde su caseta ve cómo autos, motos y personas a pie se suman a la fila mientras ella factura. Se toma su tiempo para cumplir un placer culposo: revisar detalladamente los nombres de los clientes cuando le entregan la cédula para pagar. “Saturnino, Obdulia, Sinforoso, Petronilo, Atanasio, todos han pasado por acá”, dice la encargada de registrar la lista de huéspedes del hotel, más bien matadero, ubicado en la avenida El Milagro de Maracaibo.

Adelmo siempre va una vez al mes, casi siempre con una mujer distinta, y si el cuarto con televisor no está disponible, se retira. Cuando el señor llega, la recepcionista aplica el procedimiento de siempre. “Buenas noches, ¿me permite su cédula?”. Y Adelmo accede.

Ya en varias oportunidades Raquel había visto el particular nombre del caballero, pero un día se detuvo a revisar bien el documento y descubrió que en ese cartón laminado estaba el apellido que le faltaba a ella, el paterno, el “Pirela”. “Adelmo es mi papá. Lo descubrí porque mi mamá me enseñó una foto cuando era su novio, y esa nariz de él es inconfundible. ¡Gracias a Dios no la heredé!”, cuenta la joven zuliana a través de un mensaje privado en Facebook. “Poco se habla de él en la casa, pero a mí me daba curiosidad conocerlo cuando era una carricita”.

Adelmo no sospecha que la chica que le entrega las llaves de la habitación —y el control del televisor— cada quincena es su hija, tal vez fruto de un revolcón en el mismo motel donde ahora trabaja ella. “Eso sí sería de novela. Ese matadero tiene todos los años del mundo, quien sabe. No me interesa que él sepa que somos familia. Nuestra relación estará bien siempre y cuando pague, no pienso fiarle la pieza”, bromea.  A Raquel le da risa, a otros les daría pena. Las reacciones son variadas cuando la lujuria y la Ley de Murphy reúnen a un individuo con sus familiares y conocidos en hoteles, burdeles, saunas, discotecas: lugares en los que se pone a prueba el vínculo, que en la mayoría de estos cuentos, cambia luego del encuentro no planificado.

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Familia en pleno

Suena el teléfono a media noche, signo de que algo no anda bien.“¿Aló? Señora, su esposo está desmayado. ¿Puede venir a buscarlo? Yo me tengo que ir”. Así recuerda Mercedes Bastida la llamada que le hizo la amante de su ex marido para que lo auxiliara en un hotel. “Entre la arrechera y el susto le dije a mis dos hijos, que también son de él, que me acompañaran. Tuve que notificar en la recepción que lo habían dejado tirado en una de las habitaciones. La tipa se fue y no me dijo en cuál cuarto estaba”.

El encargado abrió la puerta y allí estaba el hombre tendido, con la camisa desabrochada y la mandíbula descolocada. “Nos asustamos mucho, yo pegué un grito cuando lo vi. Las personas que estaban en los otros cuartos salieron a ver qué pasaba. Yo me moría del miedo y la vergüenza”. Con la habitación repleta de gente y sus hijos, Mercedes chequeaba tímida el cuerpo del hombre, buscando tal vez un golpe o una herida, pero encontraron algo que no se esperaba. “En el bolsillo de la camisa cargaba una caja de Cialis, una vaina que es como la Viagra. Se tomó como cinco creyendo que iba a impresionar a la carajita, pero le salió el tiro por la culata”, cuenta por teléfono Mercedes.

Se lo llevaron cargado hasta su apartamento, que estaba a unas cuantas cuadras.  “Despertó cuando lo metimos en la cama. Él no entendía qué pasaba. Fue un momento bien incómodo, pero ahora es una anécdota que siempre cuento”, concluye.

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Cómplices

Luis Zapata recuerda la vez que lo invitaron a un trío —que devino quinteto. Llegó tarde al apartamento y ya le habían conseguido dos suplentes, pero igual lo dejaron entrar. Se desnudó en un cuarto en el que guardó la ropa y salió al campo de batalla. “En la sala me conseguí a un primo que tenían atravesado como pollo en brasa”. Ambos siempre han sido muy unidos, pero no habían llegado a ese nivel de intimidad. “Cada vez que alguno sale con alguien, intercambiamos fotos para estar advertidos de con quién vamos a estar, por si acaso. Pero en esta oportunidad, ninguno lo hizo, a ambos la invitación nos cayó de sorpresa. En medio de esa orgía de puros hombres, nunca estuvimos él y yo”, aclara.

Las cosas fluyeron naturalmente hasta que algo incomodó a Luis. “Me parecía que lo estaban lastimando y salió a flote mi instinto protector. Yo le decía al carajo que se lo cogía en ese momento, que fuera más delicado, y mi primo le decía que no, que le diera más duro, que él aguantaba”. Luego de ese momento, la relación de primos se afianzó. “El incidente es un chiste permanente desde hace años ya. Un detalle interesante es que en ese momento él decía que era bisexual y después de eso se le quitó la bisexualidad, y me dijo claramente que era gay, cosa que ya yo sabía”.

El sauna de los encuentros

Carlos —nombre ficticio— relata su historia desde Miami, ciudad a la que migró luego de una casualidad que le cambió la vida. “Estaba yo de lo más tranquilo en un sauna de La Candelaria, al que van tipos robustos como me gustan, y en medio de la oscuridad me agarra un bicho grandote. Nos empezamos a meter mano y nos pajeamos. Cuando acabamos cada uno agarró por su lado. Al rato fui a bañarme en las duchas y veo a un tío político que está casado con mi tía, la hermana de mi papá. Yo me quería morir porque por la contextura, y lo poco que pude ver adentro, comprobé que era él con el que había estado”.

Las Navidades y los cumpleaños se volvieron incómodos cuando estaban reunidos en familia. “Era una tensión constante, porque además debo confesar que disfruté el encuentro, entonces era una mezcla de miedo con gusto por mi tío, que no es nada mío, pero desde chamo le pido la bendición”. La amenaza latente de una posible ruptura del matrimonio llevó al pariente de Carlos a hacerle una oferta que no pudo rechazar. “Él creía que yo tarde o temprano iba a echarle paja. Así que un día se me acercó y me propuso venirme a Miami para manejarle un negocio de comida que quería montar. Y así fue, me pagó todo con tal de tener paz mental”.

Luego del viaje, ambos se han coincidido por cuestiones de negocios. “Le sigo pidiendo la bendición, solo eso”.

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Los profesores no son de hierro

También en medio del vapor de una sauna, Jesús Gil recordó repentinamente su bachillerato. En una de las esquinas del concurrido lugar estaba quien fue su profesor de física —calculaba el “Coeficiente de Fricción” mientras se rozaba con otro hombre. “Yo siempre supe que él era gay, pero se escudaba en que tenía tres hijos. El choque de verlo ahí fue tal que me tuve que ir porque de la impresión no se me paraba el güevo”. El docente nunca se percató de la presencia de Jesús. “Yo fui uno de sus mejores alumnos, si estuviera igual de flaco que hace 10 años me hubiera reconocido. Gracias a Dios tampoco me buscó fiesta”.

Víctor Suárez recuerda el día en el que su profesora de Psicología le dio clases de anatomía. “Yo trabajaba en un sex shop en el centro de Caracas para pagar la universidad. Un día llegó la profe, una cuarentona que estaba dura. Los dos nos sorprendimos, pero la atendí como una clienta más. Ella estaba buscando una sustancia llamada Analube, un lubricante que facilita el sexo anal y luego que el clima se calmó un poco, se llevó también un dildo de 24 centímetros, supuestamente para una amiga”.

Luego del ese episodio, las clases de psicología cambiaron el tono. Las miradas empezaron a cruzarse más en medio de Freud y Wertheimer, entre Psicoanálisis y Gestalt, ella estaba más pendiente de su asistencia, Víctor se volvió mejor estudiante, ese fue su método de conquista para matar dos pájaros de un tiro: pasar la materia y cumplir su fantasía sexual. “La profe me llevó un día a su cubículo y ahí le dimos duro, no hizo falta el Analube. Después de eso se distanció un poco. De vez en cuando hablamos por Facebook”.

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El padrino curioso

Una tarde de “chanceo” puede terminar en un incómodo encuentro al aire libre. “Hace un par de años me encontraba de cacería en la entrada del parque Los Caobos y uno de mis amigos me dice: ‘¡Ahí viene esa loca mamona!’ Yo, con cara de odio volteo rápidamente y ¿quién venía? ¡Mi padrino!, un macho súper amigo de mi papa y mujeriego a morir”, relata Jorge Oliveros. “Jorgito ¿qué haces aquí a esta hora?”, le comentó su pariente, un policía metropolitano jubilado. “Yo le dije que estaba esperando a alguien, él me contestó que me cuidara y que por favor no le comentara a mi papá que lo había visto ahí. A los días me lo encontré agachado en un matorral y le grité ‘bendición, padrino’”.

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Parientes showseros

Angélica no olvidará el día en el que una mentirita blanca le hizo pasar un momento vergonzoso. “Fui a una función de una obra de strippers parecida a ‘Solo para ellas’. Yo era menor de edad, así que me escapé de la casa diciendo que iba quedarme con una amiga haciendo la tesis del liceo”. Las compañeras de clases asistieron a la función y se entregaron al espectáculo. “Uno de los tipos, el que estaba más bueno, estaba buscando a alguien para subirla a tarima. Nosotras pegábamos gritos, saltábamos de las butacas, pero ni nos miró”.

La elegida para acompañar al bailarín exótico fue una mujer de unos cincuenta años que estaba sentada en la primera fila. “Le gritábamos insultos a la tipa porque la agarraron a ella. La abuchearon horrible. Yo era una de las que se unió al chalequeo, hasta que vi que la vieja que subieron era mi mamá”.

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