Deportes

Daniel Mayora y el poder de la mente en el béisbol

La hostilidad observada que me llevó a comparar hace menos de un año a Daniel Mayora con un buen estudiante sometido por los malotes de su colegio ha cumplido oficialmente su cometido. Luego de la peor temporada de su carrera en la LVBP, "El Menor" fue enviado al exilio caraquista en Nueva Esparta a cambio de un guante útil como Wilfredo Tovar bajo atronadores aplausos de la mayoría de la comunidad tuitera.

Publicidad
Fotografía Fausto Torrealba / AVN

¿Qué pasó? ¿Por qué el bate de Mayora se fue al traste de esa manera? Muchos me dirán, «no lo des muchas vueltas. Es malo y punto». Otros, más racionales, dirán, «no le des muchas vueltas. Fue una mala temporada y punto». Yo evidentemente me inclino por la segunda opción, pero no deja de llamar la atención el ambiente en el que se dio «esa mala temporada».

Ensordecido por el griterío, asfixiado por la presión, paralizado por el miedo a fallar, Daniel Mayora fue engullido por el «Monstruo de Los Chaguaramos» de una forma casi inédita para alguien con su historial numérico en la LVBP, con su salud y con su edad. Por primera vez, el otrora buen estudiante raspó todas las materias dándole la razón a sus detractores y generando solo un escenario posible: el cambio de aires.

Estas palabras no buscan victimizarlo. Trabajar bajo la irascible lupa de la fanaticada es algo que viene con algunos uniformes y Mayora creo que no pudo con ello. No obstante, atestiguar semejante derrumbe resulta tan triste como estadísticamente fascinante. Es, pienso, una de las mayores evidencias recientes de la inherente cualidad humana del béisbol.

Los jugadores no son robots. Respiran, comen, desean, sienten y sobre todo piensan. Piensan en el qué dirán de ellos en las gradas, en las calles, en los graderíos y en las redes. Como todos nosotros desean el éxito y le temen al fracaso. Como todos nosotros, son susceptibles a que la mente simplemente los inhabilite de hacer cosas que siempre han podido realizar.

Vean el fenómeno del «Yips», por ejemplo. En Grandes Ligas se le denomina «Yips» a ese fenómeno psicológico que impide a peloteros de comprobada calidad (¡ESTÁN EN MLB!) realizar rutinas tan básicas como lanzar a primera con cierta precisión o pitchar un strike.

Rick Ankiel es uno de los totems de este fenómeno. El zurdo perdió, de la noche a la mañana, cualquier capacidad de control sobre sus envíos y esto eventualmente lo llevó a buscar una carrera como jugador de posición.

Los infilders Steve Sax, Chuck Knoublauch e incluso más recientemente Jon Lester con sus «disparos» a primera también sufrieron casos que lucen como obra de los pequeños alienígenas de Space Jam. Si esto sucede a la defensiva a gente tan brillante, pensar que puede ocurrir ofensivamente a profesionales de menor calidad como Mayora no resulta ilógico. Y, en todo caso, demuestra lo poderosa y/o peligrosa que puede llegar a ser la mente para un pelotero profesional.

Por ello escribo todo esto. Observar a Daniel Mayora desmoronado, triste y obligado a buscar refugio en una isla donde pueda conseguir paz mental demuestra, al menos en mi libro, lo mucho que nos falta para entender por completo el juego de béisbol.

En la década pasada la revolución del «Moneyball» y la sabermatría irrumpió en las mayores dándole las tan anheladas llaves del éxito a una franquicia como los Medias Rojas de Boston. Inició también una suerte de choque entre «la vieja escuela» Vs. la «nueva escuela» que cambió para siempre la forma cómo se analiza el juego.

Ahora, en esta década del «Big Data» donde todo se mide y se cuantifica, esa guerra parece haber terminado con un claro ganador. Hoy en día todos los equipos de Grandes Ligas destinan importantísimas sumas de dinero a nuevos departamentos estadísticos que buscan crear modelos de proyecciones cada vez más infalibles, creados por «niños prodigios con laptos». Ellos, si aún no lo sabía, ganaron y por paliza.

Esto, sin embargo, no debería traducirse en la completa eliminación del factor humano de las ecuaciones. Y ojo, no lo digo yo porque todavía ande impresionado por el caso de Mayora. Personajes como Sam Miller, director del portal sabermétrico Baseball Prospectus, llegó a una conclusión similar cuando afirmó que la próxima «gran cosa» en el béisbol sería contratar filósofos.

Como él, muchos se preguntan con razón si el «ejército de nerds» recorrerá el camino de los usuales conquistadores eliminando todo el pasado y estableciendo como única y absoluta verdad el positivismo primitivo. Eso no sucederá. Este movimiento no tiene problemas con decir «no sé». No existe vergüenza en admitir ignorancia en el causal del «Yips» o el desmoronamiento de un bateador como Daniel Mayora.

Ese «no sé», ese dudar, ese cuestionar es lo que ha permitido a la humanidad derrumbar mitos «científicos» tan grandes como la plana forma de la Tierra así como también ha logrado desmontar «verdades» tan insignificantes como la eterna utilidad del toque de bola en un juego de pelota. Ese «no sé» en definitiva, impulsa a buscar otras respuestas y a enriquecer el conocimiento.

Por eso les digo, con absoluta tranquilidad y paz mental: no sé lo que le pasó a Daniel Mayora, pero sospecho que en Margarita él mismo conseguirá esa respuesta que le permitirá regresar a ser ese buen estudiante tan menospreciado por muchos en los últimos tiempos.

Repito, no lo sé. Esto es solo una sospecha.

Publicidad
Publicidad