De Interés

¿Sientes culpa por querer una mejor vida?

Hace algunos meses, en un hermoso y emotivo artículo publicado en El Nacional –probablemente, uno de los escritos más compartidos en las redes sociales de Venezuela- Leonardo Padrón cantaba su amor por la patria y alababa a los que habían decidido quedarse en “la casa grande” y luchar por el país.

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Con tono moralizante y culposo decía: “El país, nuestra casa mayor, nos necesita en su adversidad, en sus fiebres, en la penuria y la borrasca. Querer a alguien es también lidiar con su infortunio. Si tu pareja se enferma de cáncer, ¿la abandonas?, si tu mejor amigo cae preso, ¿renuncias a visitarlo?; si tu hijo sucumbe a las drogas, ¿le das la espalda?, si tu madre comienza a sufrir de Alzheimer, ¿le sueltas la mano y dejas que camine sola hacia la locura? Supongo que no. Pasa igual con el país.”

Más allá de la culpa y la nostalgia, sin embargo, el éxodo, la emigración y la huida continúan. A pesar de que ya amanece y despunta la luz del sol, renovada, empero, la esperanza de estar alcanzado el fin del proceso revolucionario de destrucción nacional, todos los días continúan llegando a Miami, Panamá, Madrid y a una miríada de ciudades repartidas por el mundo entero, un inmenso número de venezolanos deseosos de otra vida, otro destino. ¿Por qué? ¿Son desalmados que abandonan a su madre con cáncer?

El ideal republicano sobrepone los intereses colectivos por encima de los particulares. Lo expresó con absoluta claridad John F. Kennedy en su famosísima y muy citada frase: “no preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”.

El ideal liberal, sin embargo, defiende que la sociedad y el Estado deben servir al desarrollo de las personas, que la patria y demás abstracciones colectivas tienen sentido en la medida en que den viabilidad y rumbo a la vida individual de cada cual.

Es la dicotomía expuesta por Benjamin Constant en su célebre Discurso sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos, dictado en el Ateneo Real de París en 1819.

Mientras que la libertad de los antiguos era la posibilidad de participar activamente en la vida colectiva, de intervenir en el poder político, en la construcción y dirección de la República, la libertad de los modernos consistía en el “goce apacible de la independencia privada”, en las facilidades y garantías que ofrece una sociedad para el disfrute de esa libertad fundamental como es la autonomía para desarrollar las propias capacidades y potencial creativo. La libertad de los antiguos era la pertenencia.

La libertad de los modernos es la autodeterminación.

Muchos de los emigrantes venezolanos han puesto en la balanza esas dos libertades, los dos tiempos que rigen nuestra existencia, el tiempo histórico, colectivo, y el tiempo personal que concluye nuestra vida con la muerte. En la Venezuela de hoy, como en los tiempos de la Guerra de Independencia, sólo hay campo para quien tenga vocación política, voluntad de poder.

Pero quien acune inquietudes comerciales, quien se vea a sí mismo como un emprendedor, como creador de nuevas empresas o industrias, quien tenga vocación de investigador científico, de acucioso analista académico, con seguridad encontrará grandes limitaciones para su desarrollo personal en la casa grande.

Tras 18 años de involución, muchos ponen en la balanza el tiempo personal sobre el tiempo histórico y buscan a tientas lugares más amables para realizar sus sueños.

@axelcapriles

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