Pero nada se gana con aumentar el salario cuando el beneficio que aporta tal aumento es menor que el perjuicio inflacionario que acarrea.
A nadie le importa cuántos bolívares gana. Lo que importa es cuántas cosas se pueden comprar con los bolívares que se gana. Es decir, lo que importa es el salario real.
Habría que enfrentar con urgencia el problema al menos por dos vías de choque: la primera es atacar de frente las causas de la inflación y la segunda concentrar los mayores esfuerzos para estimular aumentos en la producción.
Veamos el primer ángulo, la inflación. La causa fundamental de que Venezuela se esté hundiendo en la vorágine, no ya de la inflación sino de la hiperinflación, es el déficit fiscal. Con una brutal caída de la producción petrolera y en manos del populismo y de un monstruo de mil cabezas en que ha devenido un aparato burocrático corrupto, ineficiente y politizado, el gasto público venezolano crece desenfrenadamente. Quizá el caso más dramático es el de PDVSA que enfrenta un inmanejable déficit en su flujo de caja y que, incapaz de generar más ingresos, sobrevive sólo gracias a los auxilios financieros del Banco Central de Venezuela.
Los auxilios financieros que recibe esa empresa se incorporan al sistema monetario a través de sus gastos. Esa liquidez (no se confunda con efectivo) demanda bienes en el mercado pero debido a la perniciosa escasez imperante, el único efecto que produce es un aumento en el precio de los productos. Al final del día esos excedentes monetarios se desvían hacia lo único que se puede comprar: dólares en el mercado paralelo. Ello da lugar a una insostenible devaluación del bolívar en ese mercado, lo cual a su vez termina por retroalimentar la inflación.
Este año Venezuela padecerá una hiperinflación nunca antes conocida en el Hemisferio Occidental. Si la inflación promedio mensual fuese de un 70%, la hiperinflación del año alcanzaría a un 58.000%.
Un problema de esa magnitud no se resuelve con decretos de aumentos de salarios. A la hiperinflación hay que liquidarla de cuajo, regresando a la racionalidad fiscal y acatando la Constitución cuyo Art 220 le prohíbe expresamente al Banco Central financiar el gasto público.
II
La otra vertiente tiene que ver con los aumentos de producción y de productividad. Es indispensable pasar de una economía de controles a una economía de estímulos. Hay que abrir la economía. Hay que olvidarse del control de cambios. Es vital estimular las inversiones, abundantes inversiones, y para ello no hay otra vía que devolverle la confianza a los inversionistas, la seguridad jurídica, el respeto a la propiedad privada y el respeto a la Constitución y a las instituciones, pasando por el equilibrio de los Poderes Públicos.
La hiperinflación está provocando una mortandad sin precedentes de empresas y generando un desempleo desmedido. De cumplirse la estimación del FMI de una caída del PIB de un 15% en el 2018, nuestra economía se habrá contraído en más de un 50% en apenas tres años. El empobrecimiento no tiene paralelo. Según la encuesta ENCOVI (UCAB, UCV y Simón Bolívar) el 87% de las familias viven por debajo de la línea de la pobreza y el 61% en pobreza extrema.
La hiperinflación, la pobreza, el desempleo y la escasez pueden conducir a un desgarre del tejido social.
¿Podrá Venezuela superar tan dramática situación!? La respuesta es sí. Ahora bien, la velocidad con la cual el país pueda sobreponerse guarda relación directa con el cumplimiento de las metas antes señaladas y con la magnitud de las inversiones que seamos capaces de atraer.
Es evidente que para ello se requiere un cambio de modelo económico lo cual, inevitablemente, sólo puede lograrse a través de un cambio del modelo político.
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