Opinión

El dudoso placer de viajar

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Fotografía de AP

Tres aviones, 4 taxis y 3 días de travesía, incluyendo un trayecto a pie cargando una maleta de 25 kilos. No son las cuentas de la gira exitosa del presidente Nicolás Maduro. Son las cifras que me llevé en el cuerpo para poder salir de Venezuela. Eso, sin contar el precio “real” que tuve que desembolsar para ver en Navidad a mi familia, en Almería. Ni el enfado.

La odisea inició con retraso de Laser Airlines y siguió con una parada inesperada en El Vigía, en vez de en Santo Domingo del Táchira. “Mal tiempo”, nos dijeron casi una hora después de estar hacinados en una sala de espera, sin que nos ofrecieran ni un vaso de agua. Luego vino la dudosa oferta de regresar a Caracas con el mismo avión para no perder el vuelo o coger las maletas y seguir la travesía por cuenta y riesgo. En la puerta del aeropuerto, los taxistas esperaban como caimán en boca de caño. Cinco mil bolívares para ir a San Antonio, solo dos personas por taxi.

El convoy de aligatóridos salió cargado de pasajeros y maletas. Y una aquí presente se envolvió el alma en el ombligo: la conducción temeraria no aliviaba el paso por una carretera de montaña. Y tampoco el recuerdo de Mónica Spear, que se paseaba como un zumbido cada vez que veía algún coche “sospechoso” en la vía.

A mitad de camino los taxistas decidieron por radio –hablando con esa jerga de números que ningún cliente entiende- que el destino final no sería San Antonio, sino San Cristóbal, a una hora de la frontera. “Los dejamos en el Sambil y ahí se van en otro carro”, pagando el nuevo servicio, por supuesto. ¿Qué hace la gente desesperada que ha abonado un dineral por varios vuelos? Apechugar.

Nueva travesía, en otro carro, con otro conductor, pero con las mismas malas mañas para manejar en una vía llena de curvas. Casi rezando llegamos a San Antonio. Para explicar lo que es sellar en la oficina del Saime de la frontera, baste un dato: 50 personas en fila dentro de 32 metros cuadrados, sin aire acondicionado. A este “Venezuelan Tour Full Experience” se suma el paso por una pensión.

– Tenemos una habitación disponible en el cuarto piso.
– ¿Me indica el ascensor? –recordad esa maleta de 25 kilos-.
– No tenemos.
– ¿Alguien me puede ayudar a subir la maleta?
– Disculpa, no tenemos botones.

Un pequeño detalle a tener en cuenta si se va a volar por Cúcuta es el cierre de la frontera. Y que pocos taxis le querrán llevar si tiene maletas, sobre todo a partir de la medida de revisar cada bolso de cada persona que cruza para ver si lleva un saquito de arroz. Así, este tour en su trayecto venezolano termina con una española arrastrando una maleta, abriéndola antes del puente internacional Simón Bolívar, explicándole al militar de turno que lleva Toddy, chocolate y ron.

Cuando pisé el Camilo Daza de Cúcuta, sentí no solo que cambiaba de país, sino de siglo. Aire acondicionado, limpieza, gente que te sonríe y te da todo tipo de información sobre tu vuelo, wifi gratis, Pirulín en las tiendas. Y también, profunda tristeza al pensar que lo más parecido que hay en Venezuela a promover el turismo son esos carteles por todo el país con el eslogan “El destino más chévere”.

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