Espectáculos

El Principito: se reinventa un clásico

¿Qué es lo realmente esencial? Me encontré, como la mayoría de las veces, viendo una película, tratando de analizar su producción, de hilar la historia original del guión con aquella escrita por Antoine de Saint-Exupéry, en 1943. 

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FOTO: The Huffington Post

De pequeña leí El Principito y de grande he visto cómo han llevado a la historia hasta un lugar común, luego de manosear sus frases más célebres en redes sociales, paredes y hasta tatuajes. Sin embargo, «lo esencial es invisible a los ojos» es un recordatorio, a la mitad de la cinta, para dejarse absorber por una hora con 45 minutos en una historia a la que no hay tanto que analizar, como que internalizar.

La historia recapitula la que se cuenta en el libro original, cuando una niña se muda a un vecindario para ingresar a una prestigiosa escuela. Dentro de una estricta y disciplinada agenda, estipulada y obligada por su madre, va descubriendo su niñez a la par que conocer a un excéntrico vecino: un anciano que le cuenta cómo conoció a un pequeño príncipe una vez que se accidentó en el Sahara. En una ciudad cuadriculada, absorta por el orden y el reloj, se erige una casa peculiar, llena de monte y jardines, donde este aviador prepara su partida entre cientos de recuerdos y las ilustraciones que, en realidad, han hecho tan famosa a la historia francesa.

Para la última parte de la película, el libro pasa a segundo plano y la niña, viéndose forzada a crecer muy rápido, se entrompa con su propia fantasía y termina por desarrollar una historia emotiva, menos sólida, no tan hermosa visualmente y que se siente como lluvia sobre mojado, pero emotiva.

Pensándola en retrospectiva, y ya tomando una postura desde el punto de vista que me compete, los cambios en la animación son una maravilla. Por un lado tenemos la gris y dura imagen de la realidad, hecha a computadora y con las facciones a las que nos ha acostumbrado la animación actual. El resto de la película, en la que transcurre la evocación al libro, se hizo en stop motion, una animación más rudimentaria, menos prolija, no muy realista y más apegada a la estética de las ilustraciones de Saint-Exupéry (probablemente los retratos más fieles que pudieron hacer). Aquí radica, y explota, el espíritu cándido e inocente que caracteriza esta obra.

El mensaje no deja de ser un lugar común, pero siempre es agradable el respiro, entre tanta oferta adulta, de ver una película, que, a cualquier edad, nos invita a no perder la capacidad de maravillarnos, esa capacidad que nos es inherente de niños y que se va perdiendo de vista mientras la adultez nos endurece.

No es una película para niños muy pequeños, no verán la abundancia de chistes fáciles y es casi poética, en su puesta visual y la primera mitad de su guión. Aun así, sin duda es una película para encontrarse –o reencontrarse- con la magia de una historia bonita, emotiva y con una música (a cargo del genio de Hans Zimmer) que ilusiona desde los dos primeros minutos.

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