El bolsillo del venezolano sabe que esta vez no podrá estirar la plata. Camina y camina para conseguir los mejores precios. Habrá suerte en algunas ocasiones, en tanto que en otras desistirá del plan original que lo llevó a la calle para reinventar quizá una tradición que rigurosamente la mayoría de las familias venezolanas celebraban sin escatimar recursos, los mismos que ahora no tienen.
Los ciudadanos salen a enfrentar la realidad: precios inalcanzables que nunca antes habían visto. El tema de la hiperinflación –desconocido hasta ahora para muchos– era solo cosa del pasado de naciones de América Latina que habían sufrido los rigores de malas políticas económicas.
Mientras el sueldo mínimo del venezolano se sitúa en Bs 177.507 –si se suma el bono de alimentación el ingreso integral alcanza Bs 456.507 o cuatro dólares al tipo de cambio paralelo del 18 de diciembre–, los precios de los bienes de la economía, que ya entraron en una espiral de hiperinflación, terminarán 2017 al menos con un alza de 2.000%, según la Asamblea Nacional.
En muchos casos ni siquiera se trata de hacer un sacrificio porque sencillamente el dinero no alcanza hasta para lo esencial para la celebración de la Navidad.
– Comer hallacas, sí o sí –
“¡Bien buenas las hallacas!”, grita Aideé Vargas cada dos minutos en su puesto en La Marrón, ubicado en el centro de Caracas. Hace más de 20 años que vende el plato navideño más popular de la época en ese bulevar de La Hoyada.
Ella anda con sus cavas de anime, con sus sillas y platos de plástico para los clientes, quienes se sientan en círculo a su alrededor para disfrutar del sabor escondido en hojas de plátano. Todos la conocen y todos quieren sus hallacas, para comer ahí o para llevar. “La venta ha estado buena, no me puedo quejar”, expresó con una sonrisa que nunca se le borra de los labios.
Asegura que sus hallacas están “a precio solidario”: Bs 25.000 si se comen solas y Bs 30.000 con ensalada. Acepta efectivo y tarjetas en un punto prestado. Su negocio casi no le ha dejado ganancias pero su éxito, confiesa, está en vender en cantidad. Durante la semana puede despachar diariamente al menos 300 hallacas; en un fin de semana la cuenta llega a 700 unidades.
Este año la compra de los ingredientes se le hizo cuesta arriba. Conseguir harina de maíz, aceite y, sobre todo, pollo y carne. Mucho ha tenido que comprarlo “bachaqueado” (en el mercado negro). Lo más caro han sido las aceitunas, pasas y alcaparras: el kilo se vende en 700.000, 800.000 y 600.000 bolívares, respectivamente.
Vargas dice que se le ha hecho difícil, pero quiere mantener a sus compradores contentos, además de la costumbre navideña. “Todo está caro, pero uno tiene que mantener la clientela. Son tradiciones que no se pueden abandonar”.
Lo mismo piensa Pedro Contreras. En ningún momento consideró dejar de hacer hallacas este año, a pesar de la crisis económica. “Así sea media hallaca iba a hacer”, manifestó. Es una tradición de su abuela y él hizo todo lo posible por cumplirla. Su búsqueda de ingredientes empezó desde noviembre, recorrió varios mercados y negocios para encontrar todo lo que necesitaba.
“Los precios fueron una locura”, indicó el joven. Lo más complicado de conseguir fue la carne de res y la harina pan, que terminó comprando «bachaqueada» en Bs 550.000 el bulto. El aceite, que adquirió casi al final de mes, le salió en 100.000 bolívares la botella de un litro. Lo último que compró fueron las verduras y desembolsó casi 800.000 bolívares.
Su cuenta bancaria fue la más afectada: en 70 hallacas gastó alrededor de 3 millones de bolívares. “Los productos no son los mismos, la calidad no es la misma, pero uno trata de hacer lo mejor posible”. Para él, salían más económicas hacerlas que comprarlas.
Antonio Hernández, que va a pasar la Nochebuena solo con su hija, se va por lo práctico: va a pedir las hallacas por encargo. El plato navideño lo resolverá con unos cachitos de jamón y un pollo a la brasa. “No podemos dejar que nos quiten la Navidad”.
– Comprar pan de jamón, cuando se pueda –
María Laura Mendoza espera con ansías la época decembrina para comprar su plato favorito: el pan de jamón. Pero este 2017 ha tenido que mantener controlado sus deseos para no afectar su bolsillo. Solo lo ha comido una vez, en la reunión de Navidad que hicieron en la empresa donde trabaja. De resto, esperará hasta el 24 para llevárselo a casa.
“Vivo sola con mi papá y nuestros sueldos no alcanzan para estar comprando pan de jamón a cada rato. Gastamos el dinero en otras cosas más necesarias”, señaló Mendoza. “Esto que estamos viviendo es muy triste”.
En la panadería Ángela, ubicada en La Candelaria, la situación es igual de tétrica. El encargado del negocio tiene que hacer hasta seis horas de cola para comprar levadura, que no siempre llega.
Cuenta que en años anteriores hacían hasta 200 unidades diarias para la Navidad. Este año solo cocinan dos o tres panes de jamón al día, con el miedo que se queden fríos en las vitrinas. Los venden en Bs 200.000, pero nadie los compra. “Vamos a tener que hacer cachitos. Si fuera el jefe, lo próximo que compraría sería una funeraria. Eso sí da plata”, declaró en condición de anonimato.
En la panadería Cueva de Iria, en la urbanización Santa Eduvigis, el cantar es otro. En una de las panaderías más reconocidas por su pan de jamón, el producto se vende “como pan caliente”, aseguró Julia Jiménez. La vendedora, que tiene 10 años trabajando en el comercio, no entiende la situación: “Dicen que la cosa está mala, pero igualito se lo llevan. Si yo no tuviera plata no lo compraría. La gente ni se queja de los precios”.
En una tarde pueden vender más de 400 panes, en Bs 250.000 cada uno. Los clientes regularmente también hacen pedidos de 80, 50 o 20 unidades. Cueva de Iria tiene previsto hacer 5.000 panes de jamón para el 24 de diciembre. “La gente igual intenta tener su Navidad”, aseveró Jiménez.
– Acompañar la cena navideña con agua –
Daniel Guzmán es el comprador asignado en su familia para ir en busca de los refrescos para la cena de Navidad. El universitario pensó que su tarea sería fácil, hasta que vio que en las neveras de los negocios solo había agua embotellada. Desde principios de diciembre solo ha podido comprar cuatro Coca-Cola a precio viejo de Bs 18.000, que no alcanzan para todos los miembros que comen en su casa el 24 y el 25.
“Vienen a comer mis abuelos, las novias de mis hermanos y mis tíos con mis primos de Barquisimeto. Mínimo tengo que comprar como 20”, se quejó. Los refrescos no solo son difíciles de conseguir, también son caros: en algunas panaderías los venden a 35.000 bolívares. Guzmán teme por su cuenta bancaria.
Acompañar la época navideña con bebidas alcohólicas es igual de complicado. Nelson Costa, uno de los cuatro dueños de la licorería Candelicores, ubicada en La Candelaria, cuenta que “la venta está cada vez peor”.
“¿Qué vamos a vender si no hay nada? Este es el primer año que ha sido tan difícil, otros años por lo menos se conseguía mercancía. Ahora no hay jugos, no hay refrescos, chucherías. Los puntos están malos, la gente se va cuando oye los precios”, expresó el comerciante de 41 años.
Detalló que las cervezas están a Bs 20.000 cada una y que no se venden como antes, solo se llevan dos o tres. La botella de Ron Santa Teresa se vende en 330.000 bolívares, uno de los productos que más sube de precio. Y la garrafa del vino La Sagrada Familia, que otros años se vendía por montones, cuesta Bs 100.000 y pocas personas la compran.
Costa indicó que en el depósito tienen productos hasta el 20 de diciembre, después de eso mandarán al único empleado que tienen para su casa. “No sabemos cómo repondremos la mercancía en enero. Esto es un quiebre técnico”.
– Ni arbolito ni nacimiento –
Eugenia Goncalves dice que a su casa le falta ambiente navideño, a pesar de tener cojines, adornos y manteles de rojo, verde o dorado por todos lados. Pero el espacio en un rincón de su sala está vacío: su primera Navidad sin arbolito.
Desde que su árbol de plástico se rompió hace cinco años, se acostumbró a comprar pinos naturales. Pero ahora la inflación, manifestó con molestia, no la dejó.
“¿Cómo voy a gastar tanta plata en algo que solo me va a durar un mes y que va a terminar en la basura? No tiene sentido. Preferí no comprarlo y gastar el dinero en la cena del 24”, declaró el ama de casa.
El hogar de Luis Martínez no tendrá nacimiento. Recorrió los cuatro puntos cardinales de la ciudad en busca de un pesebre con las tres B: bueno, bonito y barato. Pero la ecuación no siempre estuvo balanceada: si eran bonitos, no eran baratos.
“Un lunes vi un nacimiento en Las Mercedes que estaba en Bs 70.000. Fui el jueves siguiente con mi esposa, estaba en casi Bs 300.000 y no lo compramos. Cuando nos decidimos, había aumentado a 1 millón y medio de bolívares. Lo dejamos así”, contó el taxista.
En el local de Las Mercedes no parece diciembre, aunque es sábado a una semana de Navidad. El negocio está casi solo con unos vendedores que se apoyan con fastidio en el mostrador y unos cuantos clientes dando vueltas en el lugar.
No hay ni rastros de pinos naturales, aquellos que eran importados de Canadá. “Traerlos era un riesgo porque no sabíamos si se iban a vender”, exclamó un vendedor. Solo había arbolitos de plástico uno al lado del otro en orden de tamaño. Mientras más alto, más duelen los ceros que le agregan. El más pequeño de ellos, que no alcanzaba ni un metro y medio, cuesta Bs 900.000. Los más grandes y frondosos alcanzan los 12 millones de bolívares.
Adornar los árboles navideños que se tienen en la casa sale casi igual de caro. Las bambalinas se consiguen en Bs 65.000 o Bs 120.000 cada paquete de 6 o 12 unidades, según el recorrido de El Estímulo.
Las luces de 200 bombillos cuestan Bs 250.000, mientras que las luces led de 100 reflectores está en Bs 350.000. No hay plata para ponerse creativo: las flores escarchadas valen cada una Bs 65.000.
“Esto no es una venta de pinos. Esto es un cementerio”, dijo con pesar el vendedor que no quiso revelar su identidad.
– Cochinito virtual –
Aunque se creía que los famosos cochinitos para el aguinaldo navideño también iban a emigrar de Venezuela en esta Navidad, algunos locales todavía siguen apostando por él. En la heladería Dulce Obsesión, ubicada frente al puente de la avenida Las Fuerzas Armadas, el animalito se adecuó a la crisis del efectivo: acepta punto de venta.
El año pasado, tras la necesidad de las personas de deshacerse del billete de 100 bolívares que iba a dejar de circular –aún sigue siendo parte del cono monetario–, el cochinito fue el más beneficiado. Sin embargo, la situación con el efectivo ha complicado las propinas en esta oportunidad.
El encargado del lugar explicó que sí le han puesto algo dinero, “pero muy poco”. Los compradores más regulares han regalado hasta 5.000 bolívares por el punto de venta. “Es una tradición y para que los muchachos de la barra tengan para el café. Una ayudaíta”.
En la panadería Flor de Navideño, en la avenida Ferrenquín en el centro de Caracas, hasta tres cochinitos se pelean los aguinaldos de diciembre. Los empleados sacaron de su bolsillo para comprar las figuras de plástico, que costaron Bs 30.000 cada uno.
Tienen desde mitad de noviembre en la barra recibiendo billetes o comprobantes de puntos de venta. “Cuando no los teníamos, los mismos clientes nos daban para el aguinaldo y decidimos ponerlos. Si no lo colocas, ellos mismos te dan”, afirmó Carlos Blanco, vendedor en la panadería desde hace siete años. Confía en que pueda llevarse una buena tajada de dinero con el cochinito. Al menos que alcance para reponer la plata invertida en ellos.
– Sin mucho que estrenar –
Emperatriz López acostumbraba a estrenar, de pie a cabeza, la ropa que vestía en Navidad y Año Nuevo: zapatos, pantalones, ropa interior, camisas, vestidos. Y hasta varios productos de lo mismo. Algunos miembros de su familia, como su mamá y hermano, también se unían a la tradición.
Para 2017, el hábito navideño no es tan fácil de cumplir. Gracias a que su tía trabaja en un negocio de ropa y todo salió a precio de costo, pudo adquirir parte de los estrenos y algunas cosas que requería para el día a día. Comprar zapatos y ropa interior quedó en el pasado.
“Se unieron los estrenos de Navidad con la necesidad que tenía de comprar ropa para uso diario. Hace años compraba mucho más, pero la situación ha cambiado y se pudo resolver con lo que se tenía”, indicó la joven.
Las tiendas como Zara, Bershka, Pull and Bear y Aishti están vacías de personas y mercancía. Los zapatos cuestan entre Bs 800.000 y 1 millón de bolívares, mientras que las blusas no bajan de los Bs 500.000. En locales como Total Calzado, en el bulevar de Sabana Grande o Altamira, los zapatos varían de precio entre Bs 300.000 y Bs 600.000.
Los estrenos para niños también se ven afectados por la crisis. La reconocida cadena de tiendas de ropa infantil EPK, ubicada en el bulevar de Chacaito, está desolada. Espacios y estantes vacíos es lo que abunda. En una única estructura de metal cuelgan alrededor de 15 blusas para niñas. “¿Eso es lo único que hay?”, pregunta una señora y se va con la misma rapidez con la que entró. La vendedora del lugar desconoce si llegará mercancía para abastecer la tienda en lo que queda de Navidad.
– San Nicolás y el Niño Jesús no la tienen fácil –
Yelitza tiene 18 años vendiendo juguetes en una pared del bulevar de La Hoyada. Entre cinco miembros de su familia se reparten la jornada laboral. Bicicletas, carritos, bebés de plástico y muñecas es lo tiene para ofrecer; muchos preguntan, pocos compran. Solo trabaja con punto de venta –prestado–, cero efectivo.
“La situación está difícil. Si al mayor una muñeca cuesta 1 millón y medio, imagínate tú en cuánto la vamos a vender. Siempre le tenemos que ganar algo”, comentó, aunque se muestra optimista en que para el 24 haya podido vender toda la mercancía.
Unas cuadras más lejos, el General Import está casi vacío. En años anteriores las personas tenían que hacer largas colas para poder entrar a la juguetería. Este año, la fila de personas que se hace frente a la puerta es para poder entrar al Locatel de la esquina. Las muñecas cuestan más de 2 millones de bolívares y los carros casi 3 millones, bolívares que ni el mismo San Nicolás tiene para gastar.
A Rosa Colmenares los regalos le cayeron prácticamente del cielo. Su vecina, quien se fue a Colombia hace tres meses, le dejó la vieja casa de la Barbie de su hija con varias muñecas y todos sus accesorios. “No tenía plata para comprarle el Niño Jesús a mi hija ni a mi nieta. Era darles de comer o regalarles algo el 24. Gracias a Dios, mi vecina me dio esos juguetes. Son usados, pero mejor eso que nada”, expresó la mujer de 33 años.