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Un estado en el Estado: familias iraquíes bajo el control de yihadistas

Las familias iraquíes que salen de Mosul apenas tienen tiempo para llevar consigo documentación, como contratos, actas de nacimiento, de boda o de defunción. Y como muchos llevan el sello del grupo yihadista Estado Islámico ni siquiera saben si será válida.

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FOTOGRAFÍA: AFP

Um Ahmed, cubierta por un niqab negro que sólo deja entrever sus ojos, enarbola el certificado de defunción de su marido que le entregaron hace poco los yihadistas. Se enteró así de que probablemente murió ejecutado, tras haber pasado casi dos años sin noticias de él.

Bajo una bandera del EI, en el sello estampado por un juez se lee «Estado Islámico – califato». Lo emitió el «diwan de la Justicia».

Y es que en Mosul, desde que Abu Bakr al Bagdadi se autoproclamó «califa» en 2014, los habitantes han tenido que cambiar incluso de vocabulario, cuenta por su parte Um Ibrahim.

«Ya no había ministerio, sino ‘diwan’ de la Salud o ‘diwan’ de la Justicia», una palabra procedente de los primeros califatos musulmanes para designar a las autoridades, explica esta iraquí de 49 años y que también porta niqab.

«Un estado en el Estado»

Um Ibrahim tuvo que acudir al «diwan» de la Justicia para casar a su hijo. «Tuvimos que ir al tribunal islámico y un jeque del EI pronunció el ritual», recuerda. «Nadie hablaba el árabe de Mosul. Hablaban en árabe pero con todo tipo de acentos».

Los yihadistas crearon «un estado dentro del Estado, con leyes, contratos y reglas de las que nadie podía escapar», afirma esta mujer que logró huir con sus hijos y nietos de su barrio de Al Intissar, donde las fuerzas iraquíes ganan terreno desde hace días.

A Mohamed, de 30 años y padre de dos hijos, la nueva legislación le costó cara. Antes de la llegada de los yihadistas a Mosul, su cafetería estaba todas las noches llena de jugadores de billar o de dominó, y de juerguistas que fumaban y escuchaban música. «Para el EI, yo tenía todos los defectos: el billar es pecado, el cigarrillo es pecado, las cafeterías son pecado», enumera riendo.

A fuerza de acumular multas, cerró el comercio. «La primera fue de 50.000 dinares iraquíes», o sea unos 40 euros, «y cuando vuelven» por segunda vez son 100.000, afirma. «Se pueden pagar en dólares o en dinares». Y «si no se paga es la cárcel y los latigazos», añade su vecino Amar, un hombre de 43 años cuyos hijos han dejado de ir al colegio desde la entrada del EI en Mosul.

«Lavado de cerebro»

«Su escuela no es más que lavado de cerebro. Repetían a los niños: ‘id a la mezquita para jurar lealtad a Bagdadi'». En algunos edificios ahora bajo control de las fuerzas iraquíes, quedan unos libros escolares; entre dos ejercicios de cálculo hay unas Kalashnikovs dibujadas.

En los hospitales «la gente como nosotros tenía que pagarlo todo. A ellos los operaban gratis, pero nosotros teníamos que pagar todo el rato», protesta Amar, enseñando la cicatriz en la parte baja de la espalda de uno de sus hijos, minusválido. La operación fue carísima.

Nofa Salem y su marido también tuvieron que pasar por el «Tribunal islámico de wilaya de Nínive». Fueron para firmar el contrato de matrimonio para no ser detenidos o ejecutados por adulterio.

El matrimonio no quiso registrar a su hija de seis meses ante las autoridades del «califato». Una vez fuera del territorio del EI, esperan que la niña obtenga pronto un acta de nacimiento, una que no lleve la bandera negra de los yihadistas.

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