Tengo en común con Claudio Altieri que ninguno de los dos teníamos la más remota idea sobre Anguila, el territorio británico en el Caribe. La gran diferencia es que él googleó para aceptar un trabajo allí, y en mi caso también busqué información en Internet, pero para entrevistarle a él.
“Cuando me llegó la oferta de trabajo lo primero que hice fue poner Anguila en el buscador de Google”, me confesó cuando hablamos en abril. Entonces tenía año y medio viviendo y trabajando allí. Ahora se ha mudado a Grenada, también en el Caribe, donde es asistente de la selección de fútbol de ese país.
El fútbol, en el caso de Claudio, un caraqueño de padre italiano, no ha sido cosa nada más de meter goles. Asociado a este deporte ha sido jugador, asistente y entrenador, y su carrera deportiva la ha hecho en varios países. Italia, Australia, India y China, son algunos de los lugares donde este venezolano trotamundos ha estado.
La travesía migratoria de Claudio Altieri comenzó mucho antes de que el éxodo masivo fuera sinónimo de Venezuela. Regresó a Caracas entre 2007-2008, tras estar dos años en Italia, en pos de ser jugador de fútbol en el país de su padre, un viejo sueño de su vida. Al regresar al país, le es difícil explicarlo, pero lo que encontró le hizo buscar otro destino.
Decidió ir a Australia con el plan de estudiar y practicar su inglés. Iba a ser una corta temporada, pero “cuando llegué a Sídney me enamoré de la ciudad y me dije a mi mismo, aquí me quedó”. Claudio estuvo prácticamente una década en suelo australiano. Con el fútbol fue luego a India y China y por esa misma vía recibió la oferta de trabajo en Anguila.
Anguila, me dice la información que conseguí en Internet, que debe haber sido la misma que él vio en su momento, es un pequeño territorio británico en el Mar Caribe. Tan pequeño, me dice Claudio, que en 35 minutos se le da la vuelta a toda la isla donde se concentran los 16.000 habitantes, de resto hay islotes que forman parte de un reducido archipiélago.
Muy cerca de Puerto Rico, a escasas millas de Sint Marteen, y, si hubiese un vuelo directo, a solamente hora y media de distancia de Venezuela, Anguila es como se dice en los folletos turísticos un lugar paradisiaco. La isla es visitada fundamentalmente por turistas canadienses y estadounidenses entre los meses de noviembre y abril, cuando aprieta el frio en esos países.
Además, según me comentó Claudio, es un lugar al que van los ricos y famosos. Un turismo de alta gama que encuentra allí un lugar reservado y respetuoso. A su juicio está arraigada la cultura local de no asediar o molestar a los visitantes, así que en una playa pueden estar famosos como Justin Bieber o Denzel Washington y nadie se les acerca a pedirles autógrafos o tomarle fotos.
La diáspora venezolana también tiene referentes en el territorio caribeño, que no tiene independencia y que es considerado un paraíso fiscal. Una pequeña comunidad de unos 15 venezolanos hacía vida en Anguila a inicios de este 2022 y según Claudio se reunían cada tanto para hacer arepas, escuchar salsa o sencillamente conversar.
“Extraño todo lo que es Venezuela. Es su gente, son sus paisajes naturales, es su comida, nuestro sentido del humor”, así intenta explicar Altieri su morriña, ese sentimiento de nostalgia por la tierra natal.
En Anguila no hay centros comerciales, ni salas de cine. Tampoco hay cadenas de comida rápida, esas que abundan en prácticamente todo el mundo. Hay cafés y bares sí, de carácter local, con música en los predomina el reggae, originalmente de Jamaica, o la soca, el género musical nacido en Trinidad y Tobago.
En algunos de estos locales nocturnos se ven deportes, pero por encima del fútbol prevalece el cricket. A las 2 de la mañana, me dice Altieri, ya todo está cerrado.
Con esta imagen me dio la mejor definición de qué es Anguila: “es algo muy chiquito, es como si uno agarrara un lápiz y pusiera un punto en una hoja en blanco, eso es Anguila en un mapa mundial”.