Migraciones

El insólito juego del gato y el ratón de migrantes y guardias en frontera de EEUU

Agentes de la Patrulla Fronteriza y del gobierno de Texas lidian cada día con cientos de migrantes indocumentados -la mayoría mexicanos, venezolanos, haitianos y centroamericanos- que cruzan el río Grande/Bravo para entrar a EEUU.

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Migrantes

A diario cientos de migrantes en la frontera de Estados Unidos observan confundidos a un grupo de uniformados bloqueándoles el acceso con alambre concertina, mientras que otra patrulla corta esta maraña para rescatarlos de las corrientes del río y las inclementes temperaturas de la región.

Esta suerte de versión fronteriza del juego del gato y el ratón es la consecuencia del enfrentamiento entre las conservadoras autoridades de Texas y la liberal administración federal en materia migratoria que no llegan a un acuerdo sobre cómo lidiar con la situación.

En Eagle Pass, los soldados de la operación Lone Star, lanzada por Texas para vigilar la frontera, tienen instrucciones claras de monitorizar y reforzar la entupida pared de alambre concertina que alcanza en algunos puntos los dos metros de altura.

Es ésta misma pared que los efectivos del federal Departamento de Aduanas y Protección de Fronteras (CBP) se ven obligados a cortar con enormes tenazas para rescatar a migrantes que yacen en la orilla y corren riesgo de deshidratación.

«A veces está tan enredada que es difícil cortarla», comentó bajo anonimato un miembro de la patrulla fronteriza mientras abría un hueco para rescatar a un grupo de migrantes que sucumbía a las altas temperaturas.

«No es que abrimos para que entren, esto es una operación de rescate», agregó el efectivo refiriéndose a las críticas que reciben de sectores conservadores que afirman que la frontera de Estados Unidos está abierta de par en par.

Enseguida llegaron otros cuatro rollos de alambre para cerrar el orificio. «Hueco que se abre, hueco que cerramos», dijo un soldado poniéndose los guantes para manipular el metal.

Todos los comentarios son anónimos, porque si algo ambas fuerzas tienen en común es que no está autorizadas para dar declaraciones.

«Frustrante»

La danza se repite día a día en Eagle Pass, desde donde en un descampado de tierra debajo de uno de los puentes que conecta a México y Estados Unidos se ve a los migrantes lanzarse al Río Grande con la vista fija en el suelo estadounidense, como quien observa un miraje en el desierto.

Lo que algunos no esperan, luego de enfrentar un carrusel de tragedias en su peregrinación desde países como Venezuela, Nicaragua, Honduras o Guatemala, es que en la orilla estadounidense aún tendrán que sortear este entupido enjambre con filosas mini-navajas.

«Es frustrante», dijo Yorman Peraza, quien a primeras horas de la mañana caminó durante kilómetros por el río.

Unos metros más adelante Peraza alcanzó un grupo de unas 300 personas que aguardaban en un pedazo de tierra convencidos de que se vendría una solución divina.

(Miembros de la Guardia Nacional de Estados Unidos miran a migrantes que tratan de atravesar una concertina de alambres de púas en Eagle Pass, Texas, este 24 de septiembre de 2023. Casi a diario agentes uniformados norteamericanos refuerzan las cercas de alambres de espino mientras otros grupos de agentes los cortan. Migrantes que buscan entrar solo esperan el momento oportuno en medio del abrasador calor del desierto. Foto ANDREW CABALLERO-REYNOLDS / AFP)

«No hay cómo volver», dijo Luis Robles, otro venezolano que esperaba poder pedir asilo en Estados Unidos. «Lo que queremos es trabajar», gritaba otra persona a su lado.

A medida que el sol ardía con más fuerza, efectivos de la patrulla fronteriza iniciaron el rescate desde el río de varios niños que estaban en el grupo.

Pero cuando el termómetro pasaba de 40ºC, uno de los hombres del grupo lanzó una cobija sobre el alambre y en un arranque pasó por encima. Al verlo, decenas le siguieron.

Algunos dudaron. «¿No es mejor que nos abran? Yo he oído que ellos abren ¿Si cruzamos así nos van a enviar a Venezuela?», preguntaba uno. Pero todos entraron amontonando más ropa en los alambres.

Cuando ya no quedaba nadie, los soldados de la operación Lone Star empezaron a remover los retazos de tela para colocar alambre nuevo.

«Tenemos que ponerlo bien porque si no se ve organizado, el jefe pasa y nos pone a hacerlo de nuevo», dijo un soldado mientras alineaba los nuevos espirales.

Horas más tarde, otro grupo se abría paso gateando entre el alambre, como si fuese un túnel.

«Uno va caminando y donde ve la falla, ahí intenta», dijo el venezolano Yorles Contreras que lloraba de la emoción al saberse en territorio estadounidense.

Soldados y efectivos de la patrulla fronteriza observaban con similar expresión de sorpresa mientras adultos y niños pasaban el túnel con cuidado de no engancharse en las navajas del alambre.

Pero cuando el último del grupo pasó, cada uno siguió a lo suyo.

«Familias de un lado, hombres y mujeres solos del otro», instruía un patrullero de fronteras a los migrantes para procesarlos, mientras que los soldados se ponían los guantes y desplegaban nuevos rollos de alambre.

A lo lejos, otro grupo se lanzaba al río.

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