Educación emocional
Ricardo Adrianza se pregunta ¿por qué no desarrollamos un sistema educativo que integre la educación emocional? Sería un arma letal contra regímenes oprobiosos y anestesia para los conflictos y las guerras
Ricardo Adrianza se pregunta ¿por qué no desarrollamos un sistema educativo que integre la educación emocional? Sería un arma letal contra regímenes oprobiosos y anestesia para los conflictos y las guerras
En un mercado global y competitivo, el nivel de inteligencia o el denominado coeficiente intelectual no es suficiente para alcanzar o destacarse en posiciones de liderazgo. Para ello, según expresó el fallecido psicólogo estadounidense, David Mc Clelland, las competencias específicas como la autodisciplina, la empatía y la persuasión son mucho más importantes que las calificaciones académicas o habilidades cognitivas.
Las evidencias con relación a destacar las habilidades no cognitivas son muy claras: aquellos líderes que muestran mayores fortalezas en las competencias no cognitivas habían creado climas organizacionales altamente eficientes, promoviendo altos niveles de desempeño individual en función del logro colectivo u objetivo de la empresa. No obstante a ello, algunos estudios revelaron que este tipo de líderes son escasos y que solo el 20% de los ejecutivos alcanza ese nivel.
Seguramente esas estadísticas han cambiado recientemente a favor, pero todavía hay mucho por hacer. Los aportes del neuromanagement –disciplina de la neurociencia aplicada a la gestión de las organizaciones que estudia los procesos neurobiológicos que afectan al liderazgo y la toma de decisiones– son considerables y van tomando fuerza con el objetivo de promover las capacidades de los líderes y el desarrollo de su potencial cognitivo, emocional y conductual.
De allí, mi particular interés en recalcar la necesidad de construir una cultura educativa que avale el estudio de la estructura responsable de la aparición de emociones asociadas a cada experiencia vivida. Los atributos reseñados en el primer aparte de este escrito son primordiales para afianzar y redondear la formación y desarrollo de nuestros niños y jóvenes. ¿Por qué esperar a llegar a cargos ejecutivos para promover esas competencias? Luce contradictorio ante tanta evidencia que relaciona los mejores desempeños alcanzados por un liderazgo – sin abandonar lo riguroso de la preparación técnica requerida para una labor en específico (conocimiento) – con alto perfil empático y de inteligencia emocional.
El conocimiento está bien y es importante. Pero como mencionó un filósofo alguna vez, no te hace más inteligente. Solo te hace más culto y lo suficientemente listo para recordar cosas. Ahí no está la diferencia. La diferencia está en cómo aplicarlo, y precisamente es eso lo que pretendo destacar.
Siendo la premisa principal de nuestra existencia que somos seres emocionales, ¿qué pasa que no desarrollamos un sistema educativo que integre la educación emocional? Un sistema educativo que abarque con firmeza este tema, sería un arma letal contra regímenes oprobiosos y anestesia para los conflictos y las guerras.
Richard Buckminster Fuller -arquitecto, visionario e inventor estadounidense– expresó:
“Todo el mundo es un genio al nacer, pero el proceso de la vida nos desgenializa”
Yo concuerdo con la firmeza de esas palabras ya que es claro que en el proceso de la vida, como tantas veces he comentado, el componente de educación emocional es ignorado a pesar de su invaluable influencia en el desarrollo de nuestra conducta. Nos educan con la visión de Tener y se olvidan que la clave está en la construcción del Ser. ¡Ser sobre Tener, debería ser una fórmula incuestionable!
Exijamos entonces, escuelas donde aprendamos el arte de filtrar los estímulos estresantes. Que sean firmes en la promoción del Yo como gran gestor emocional. El sistema educacional actual estresa tanto a profesores como alumnos, porque insiste en el impulso de la retórica de transmisión de información, no en motivar la gestión inteligente de lo que aprendemos y como aplicarlo en todos los ámbitos de la vida.
Necesitamos más individuos conscientes del poder de la mente y de su capacidad creativa. Educadores que premien la curiosidad del alumnado. Esto último -la curiosidad– es un maravilloso catalizador del aprendizaje y antídoto del miedo a la incertidumbre que tanta mella hace en nuestro crecimiento personal.
Imaginemos por un momento la influencia que tendría en nuestra sociedad jóvenes entrenados en el conjunto de habilidades que llamamos “inteligencia emocional”. Con capacidad de motivarse, de perseverar, de controlar los impulsos, de regular sus estados de ánimo, y generar empatía. Puedo asegurarles que todos estos factores son mucho más determinantes para la consecución de una vida plena – profesional y personal – que las medidas de desempeño cognitivo. En mi vida profesional he sido un férreo promotor de esta cultura y puedo asegurarles que los resultados son sólidos: desarrollas compañías sustentables y creas relaciones duraderas.
Como he desarrollado, la abundante base experimental es contundente. Permite concluir que si bien los primeros años de vida tienen un efecto determinante en nuestra configuración cerebral y -en gran medida- definen el alcance de nuestro repertorio emocional, la puerta para la alfabetización emocional siempre está abierta.
Nos corresponde entonces proveer las herramientas emocionales desde el hogar; así como, a las escuelas suplir las deficiencias de la educación doméstica. Regalemos más libros y menos videojuegos. Pongamos límites e involucremos a nuestros niños en la toma de decisiones de aquellos asuntos -que por su temprana edad- representan sus prioridades.
Está claro que las empresas y los profesionales que quieran lograr el éxito en el entorno de especialización y diversidad que caracteriza al mundo moderno, deben tener consciencia de sus emociones y dotarlas de inteligencia.
Avancemos entonces en enarbolar la bandera de la inteligencia más allá del intelecto. Les aseguro que bajo esta filosofía, la de educación emocional, estaremos formando individuos con capacidad infinita para gestionar los caminos de la vida y construir sociedades más justas y humanas.