Opinión

Alto ahí coronavirus: ya es Navidad en octubre

El presidente receta gotas mágicas, decreta la Navidad y se lanza una flexibilización casi total: ¿basado en qué? Puro voluntarismo y conveniencia política: empieza a sentirte "seguro", sueña con tu pernil y piensa en salir a votar. Parece que lo malo ya pasó. Ponte a creer

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Daniel Hernández

Es una extraña sensación de “libertad”. Y peligrosa también es. Pero en realidad es el momento de cuidarse más: la enfermedad no se acaba por decisiones presidenciales. Aunque, ciertamente, buenas decisiones hacen falta para controlar la expansión de sus efectos. Y no es el caso.

Tampoco se “adelanta” la Navidad a voluntad del poder.

Si ahora puedes ir a la playa, al club, servir las mesas en tu restaurante sin esconderte ni pagar vacuna, caminar en el parque, abrir lo poco que estaba cerrado, darte un respiro si es que en verdad te guardaste tanto, no es porque el peligro haya pasado. El coronavirus está ahí: es un enemigo invisible y silencioso. No lo vas a ver venir. Pero alguien necesita que comiences a sentirte “libre”, que te relajes. Que experimentes una falsa seguridad. Que empieces a pensar quizás en el arbolito, en la obsesión del pernil y así, quién sabe, te animes a ir a votar en diciembre porque esto de la covid-19 como que ya está pasando. O ya pasó.

Y nada más lejos de la realidad.

En las últimas semanas los nuevos contagios parecen ir disminuyendo en los reportes oficiales. Días en torno a los 600 e incluso hasta jornadas en los que no llegan a los 300. Y un porcentaje asombroso de personas recuperadas que solo ocasionalmente baja de 90%, cuando en agosto llegó a ubicarse en 68%.

¿Es eso posible? Uno quisiera. Nos ubicaría en un lugar privilegiado en medio de la pandemia. Pero, ¿es verdad? ¿Alguna vez creíste que los reportes oficiales ofrecían un retrato confiable de la situación venezolana?

El 11 de agosto no debería olvidarse. Fue el día en el que por primera vez las autoridades políticas y sanitarias del país reportaron por encima de mil nuevos contagios detectados en 24 horas. Fueron 1.138 casos, para ser exactos. Al día siguiente eran 1.150. Y el 13 de agosto fueron 1.281 y 12 muertos.

El 14 de agosto, 1.012. El 17, 1.047. El 19, 1.171. Y sí, hubo jornadas con menos de mil, pero casi siempre cerca de esa cifra.

Para entonces los datos reconocidos por el gobierno de Maduro se ponían más o menos en línea con las proyecciones de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela. El modelo matemático utilizado en la elaboración del primer informe de la Academia -presentado en mayo- indicaba que entre junio y septiembre el país tendría de 1.000 a 4.000 nuevos casos diarios.

“En Venezuela, el desarrollo de la epidemia ha experimentado un retardo como consecuencia del confinamiento de la población en las fases iniciales del contagio. Sin embargo, no parece factible que la epidemia detenga su avance”, advirtieron los autores del documento.

Confinar no era suficiente: entre otras cosas, recomendaban descentralizar la realización de pruebas PCR y aumentar su cantidad e incorporar a otros laboratorios para procesarlas. Nada de esto ha ocurrido. El Instituto Nacional de Higiene sigue siendo el único lugar donde se procesan las PCR y fuera del círculo de poder político que controla la información, se desconoce la cantidad de pruebas diarias que se hacen, aunque extraoficialmente se habla de apenas mil por día.

Eso es nada. Y menos si se considera el retraso de varias semanas que da la sumatoria del tiempo que pasa entre el contagio, la toma de la muestra, el envío al laboratorio y la notificación del resultado: lo que nos cuentan Ñañez y Rodríguez es el pasado.

La Academia actualizó sus proyecciones y recomendaciones en septiembre.

“Los casos que reportan diariamente las autoridades continúan sin reflejar el tamaño real de la epidemia en Venezuela. Estimamos que el subregistro indicado en nuestro primer informe, lejos de haberse reducido, se ha incrementado debido a que la propagación del virus es más rápida que la tasa de aumento de la capacidad diagnóstica. Los casos proyectados para la última semana de agosto sextuplican los números reportados oficialmente”, dice en sus conclusiones.

Y añade el dato preocupante: “Calculamos que el número de nuevas infecciones sintomáticas por día ha sobrepasado los 7.000 casos, sin evidencia alguna que sugiera un cambio en la trayectoria ascendente de la epidemia. De no reducirse significativamente estas tasas de contagio podríamos alcanzar números cercanos a 14.000 infecciones nuevas por día en los últimos tres meses del año”.

Eso dice el informe en sus conclusiones. Pero hay un dato antes al que hay que atender: «En el escenario de una reducción leve se espera que en el lapso de esos meses el número de casos nuevos diarios incremente de 7.000 estimados actualmente a cerca de 14.000. En el escenario de una reducción sustancial se espera que el número de nuevas infecciones cada día descienda levemente hasta 4.000».

Ya estamos en ese periodo. Y lo que vemos en las cifras oficiales daría para chiste si no estuviéramos inmersos en una tragedia: los nuevos contagios no solo bajaron de mil al día, sino que se ubican en torno a 400 y 600 e incluso hay jornadas “maravillosas” en las que no llegan a 300, como la del viernes 16 de octubre cuando se reconocieron 289 casos. ¿Se puede creer esto?

También es curiosa la forma en la que han empezado a “rotar” las regiones con mayor cantidad de nuevos casos durante las últimas semanas. Un día es Distrito Capital, otro es Mérida, otro Lara, Zulia… Los estados que hoy reportan 80 o 100 contagios, mañana se inscriben en la lista con 20 o 30; las tendencias ya dejaron de ser claras como cuando durante meses Zulia o Caracas eran los lugares con más contagios y ya no se habla de “focos” porque –en primer lugar- ya casi ni se habla, solo se tuitea; y –en segundo lugar- por esa rotación que no parece tener sentido lógico.

Por ejemplo: el 19 de octubre en Distrito Capital solo se reportaron 6 nuevos diagnósticos.

Epidemiólogos y especialistas coinciden en sus explicaciones a través de medios de comunicación y redes sociales: lo que ha disminuido de forma dramática es la realización de pruebas PCR. El infectólogo Julio Castro estima que se están haciendo 60% menos PCR de las que se hacían un mes atrás. Y esa es de las peores cosas que pueden ocurrir en este contexto: de ser así, el gobierno anda casi a ciegas en su manejo de la pandemia.

Mejor dicho: además de estar bajo las limitaciones que impone su manejo político de la situación, no tiene instrumentos confiables para tomar medidas.

“En Venezuela, la epidemia de la COVID-19 aún se encuentra en su fase expansiva con un potencial de crecimiento exponencial alto y no existen las condiciones mínimas sugeridas por la Organización Mundial de la Salud para una flexibilización total”, advirtió la Academia en su segundo informe, divulgado en septiembre, antes de la más reciente decisión de Maduro que tiene a los venezolanos volcados a las calles.

Y es claro el llamado de atención a las autoridades: “Para la implementación de estrategias de flexibilización parcial se requiere de un sistema de rastreo y vigilancia sustentado en diagnósticos amplios y regulares para evitar un aumento de las tasas de contagio y, con ello, la intensificación de la epidemia. En tal sentido, reiteramos la necesidad de ampliar sustancialmente y descentralizar la capacidad diagnóstica”.

La Academia ha planteado e insistido en la necesidad de llegar a una capacidad de 8.000 a 10.000 pruebas PCR por día, bajo esquema descentralizado y con una respuesta de no más de tres días para atajar a tiempo los posibles focos. Esto, por supuesto, es un sueño.

Vivimos en un delirio: el de un aparato de poder que quiere vender la idea de que se “aplanó” la curva de contagios, como si el virus obedeciera órdenes: “alto, coronavirus, que ya es Navidad en octubre”.

Nada funciona así.

Mientras países serios en su manejo de la pandemia como Nueva Zelanda y Alemania se han visto forzados a organizar nuevamente esquemas de cuarentena en función de los datos y de parámetros de casos por cantidad de habitantes, aquí a ciegas, por puro voluntarismo e interés político, se «abren» las compuertas. Y sí, es cierto que la economía necesita aire: pero la pandemia exige organización, planificación, supervisión y eficiencia.

A partir de ahora y como en ningún otro momento desde el comienzo de esta pesadilla global estamos más solos en esto: la responsabilidad es tuya y mía como nunca antes. ¿Nos vamos a cuidar más entre todos o vas a creer en las gotas mágicas de Maduro?

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