Aniversario El Estímulo

Transiciones a la democracia (IV): En México la dictadura perfecta dejó de serlo

La transición a la democracia en México estuvo más relacionada con la conquista de espacios institucionales a través del voto, que con expresiones callejeras de demandas de cambio. Aquellas elecciones no significaron cambios sustantivos en el manejo del poder, pero la discusión electoral, la apuesta por el pluralismo, se hicieron presentes en la opinión pública y se terminaron por convertir en banderas de la sociedad mexicana pro-democracia

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Corría el año 1990 y un siempre polémico Mario Vargas Llosa, quien recientemente había perdido la presidencia de Perú ante Alberto Fujimori, logró sintetizar lo que ya era una crítica extendida: más que una democracia, en México existía una dictadura perfecta. Hablaba el escritor del prolongado ejercicio en el poder, por parte del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

A decir verdad, como se señala en el libro Transiciones democráticas: Enseñanzas de líderes políticos, de Sergio Bitar y Abraham Lowenthal, para aquel momento el poder ya no era tan absoluto en México, especialmente tras el inicio de una tímida transición electoral a partir de 1977.

A fines de 1970, la presidencia del país, los gobiernos regionales, los senadores y al menos 80% de los diputados eran militantes del PRI. En tanto, en la última década del siglo XX, desde ese poder hegemónico se dieron pasos concretos para el cambio.

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El autoritarismo mexicano, como muchos de los casos abordados en este libro, se desmontó de manera paulatina. Se trató de un arco de tiempo de dos décadas. Las reformas políticas fueron impulsadas por la propia necesidad de apertura económica que vivía México para adaptarse a la globalización y a las programas de libre comercio junto a Estados Unidos y Canadá.

Al contrario de los autoritarismos de diverso calado que se vivieron en América Latina durante el siglo XX, el de México fue un autoritarismo civil. Las figuras de poder fueron civiles, y si bien el ejército se imbricó con el poder político, no hubo, salvo excepciones (1968, por ejemplo), expresiones de represión masiva.

México gozó de continuidad y estabilidad políticas, guardando así una fachada democrática. Durante décadas se hicieron elecciones sin que ello representara un peligro para el PRI.

Se combinaron, una presidencia muy fuerte y centralista (pese a ser estado federal), el matrimonio entre el PRI y las instituciones del Estado, y una élite política que supo sostenerse en el tiempo haciéndose parte de las élites económicas y culturales.

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Para los autores del libro, de forma paradójica la posibilidad de cambio en México se abrió porque el PRI era débil, dada su dependencia del Estado mexicano, y la ausencia de un tejido interno que tuviese vida propia. La verticalidad de este PRI fue lo que permitió que presidentes a favor de los cambios, tales como Salinas de Gortari (apertura económica) y Ernesto Zedillo (liberalización económica y transición democrática), pudieran imponerse sobre las bases del partido.

Esa debilidad estructural del partido de gobierno les hacía rehenes a sus dirigentes de aquello que decidiera el todopoderoso presidente de la república.

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La transición a la democracia en México estuvo más relacionada con la conquista de espacios institucionales a través del voto, que con expresiones callejeras de demandas de cambio. Aquellas elecciones, en las primeras de cambio, no significaron cambios sustantivos en el manejo del poder, pero la discusión electoral, la apuesta por el pluralismo, se hicieron presentes en la opinión pública y se terminaron por convertir en banderas de la sociedad mexicana pro-democracia.

Desde mediados de los 1980, tanto en instancias regionales de gobierno, como a fines de esa década en la capital mexicana, se hizo evidente que el PRI no tenía todos los resortes del poder. El histórico Partido de Acción Nacional (PAN), como el Partido de la Revolución Democrática (PRD) –nacido como escisión del PRI junto a grupos de izquierda, comenzaron a simbolizar los deseos de cambio que tenían un variopinto ropaje ideológico.

Los años de gobierno de Zedillo (1994-2000) simbolizaron los años de un desmontaje paulatino pero imparable de la hegemonía del PRI. El triunfo de Vicente Fox (2000-2006), siendo el primer presidente no priista en más de siete décadas, selló la transformación. México comenzaba a vivir con el inicio del siglo XXI su propia transición democrática.

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