Pocas palabras se asocian menos en la cultura popular y en la intelectual que santidad y política. Hay políticos santos de nombre o apellido, como el estadista venezolano del XIX Santos Michelena, asesinado en el asalto al Congreso en enero de 1848 o más acá el tachirense Abel Santos quien pasó (y pagó) vicisitudes en la política durante el gomecismo, como bien cuenta su descendiente, mi amigo Gabriel Ruan Santos. Dos presidentes colombianos han sido Santos de apellido, pero nadie los considera canonizables, aunque el último logró el polémico acuerdo de paz que parecía imposible y que creo que fue un paso tan difícil como importante en el buen camino. En cuanto a las políticas, he escuchado tanto en ánimo encomiástico como crítico que una hay a quien la llama Juana de Arco, la heroína francesa que sí fue santa y tiene una estatua ecuestre en la Place des Pyramides de París.
Pero sí puede y debe haber santidad en la política, considerada por más de un Pontífice como la forma más elevada de la caridad. “Compromiso para la justicia y crear así las condiciones para la paz” dijo Benedicto XVI y en Fratelli Tutti, Francisco quien considera “cristiano comprometido” a un católico en el servicio público, dedica amplias reflexiones a “la buena política”. Por cierto, el pasado 21 de junio, un decreto suyo reconoce las “virtudes heroicas” y declara Venerable a Robert Schuman, uno de los padres de la unidad europea, primer ministro, diputado, ministro de relaciones exteriores, de justicia y de finanzas de Francia, fundador con Bidault, Buron y Pflimlin del Movimiento Republicano Popular (MRP), el partido demócrata cristiano de la IV Republica gala, hoy desaparecido.
Aquí en Venezuela Arístides Calvani y su esposa Adelita Abbo, fallecidos en accidente aéreo en Guatemala, políticos ambos con vocación de servicio social y trabajo por la participación democrática y la paz, miembros del gabinete él en Cancillería y ella en la Secretaría de Estado para la Promoción Popular; diputado y senador él, concejal y presidenta del Concejo Municipal de Caracas ella, son considerados por la Iglesia como “Siervos de Dios” y a proposición de nuestros obispos tienen abierta causa de beatificación.
El 22 de junio es el día de Santo Tomás Moro, político y jurista inglés cuyo retrato conservo en mi biblioteca, autor de Utopía y mártir del cumplimiento de su deber ético durante el reinado de Enrique VIII, decapitado en la Torre de Londres donde permanecía preso. Una Carta Apostólica en forma Motu proprio de Juan Pablo II, lo proclamó Santo Patrono de los Gobernantes y de los Políticos al considerar que de su vida y su martirio brota un mensaje para todas las personas en todos los tiempos sobre “la inalienable dignidad de la conciencia”.
“En este contexto –dice el Papa polaco que padeció el nazismo y el comunismo- es útil volver al ejemplo de Santo Tomás Moro que se distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes. Convencido de este riguroso imperativo moral, el Estadista inglés puso su actividad pública al servicio de la persona, especialmente si era débil o pobre; gestionó las controversias sociales con exquisito sentido de equidad; tuteló la familia y la defendió con gran empeño; promovió la educación integral de la juventud”.
Para completar con trazos de una semblanza personal porque no hay por fuera lo que falta dentro, destaca San Juan Pablo II “El profundo desprendimiento de honores y riquezas, la humildad serena y jovial, el equilibrado conocimiento de la naturaleza humana y la vanidad del éxito, así como la seguridad de juicio basada en la fe, le dieron aquella confiada fortaleza interior que lo sostuvo en las adversidades y frente a la muerte”.