Gerenciando las expectativas
La importancia de razonar y valorar en su justa medida las expectativas es fundamental cuando asumimos nuevas responsabilidades. No hacerlo es dejarnos llevar por un despeñadero muy peligroso
La importancia de razonar y valorar en su justa medida las expectativas es fundamental cuando asumimos nuevas responsabilidades. No hacerlo es dejarnos llevar por un despeñadero muy peligroso
En las últimas semanas me he tropezado con los efectos perniciosos de crearse expectativas, o en modo aterrizado, esperar un resultado más alentador de lo que el proceso final arrojó.
Esta disyuntiva de expectativa y realidad es una constante que atenta –cuando llegas al punto final de un proceso– contra tus ánimos.
Ojo, en modo alguno estoy en contra de planificar el proceso e imaginar el resultado deseado. Eso está bien y es un ejercicio necesario para poder anticipar las alcabalas o etapas difíciles de cualquier proceso en particular. Lo que no debemos es ignorar, o mejor dicho “endiosar”, el probable resultado que esperamos como consecuencia de nuestra evaluación y percepción.
La percepción, entendida como el análisis e interpretación de un acontecimiento por medio de las impresiones que comunican nuestros sentidos, está influida claramente por nuestra manera de mirar al mundo. Y esa manera está claramente afectada por nuestras creencias, experiencias de vida y los hábitos que forman parte de nuestro quehacer diario, en lo personal y en lo laboral.
De allí que cuando existe una conclusión distinta –no necesariamente mala– a la que hemos llegado por anticipado, sus efectos nos explotan en la cara. En la mayoría de los casos nos cuesta entender y digerir los diferentes matices que nos han comunicado.
Sin embargo, entenderlos es una asignatura que debemos aprobar para que, en consecuencia, nos permita corregir aquellos aspectos que nos harán mejores personas y profesionales.
La importancia de razonar y valorar en su justa medida las expectativas es fundamental cuando asumimos nuevas responsabilidades. No hacerlo es dejarnos llevar por un despeñadero muy peligroso, que supone estar habilitados a los sinsabores propios de la sorpresa. No en vano se dice que el secreto de la felicidad es mantener un equilibrio adecuado entre tus expectativas y tu realidad vivencial. ¡Nada más cierto!
Por lo pronto, y una vez definido el valor que tiene controlar nuestras expectativas y la influencia de nuestra percepción personal, les comparto algunos consejos que pueden ser útiles para evitar los descalabros que pueda generar las marcadas diferencias entre tus expectativas y la realidad que se impone como resultado final de cualquier proceso.
No te dejes llevar por resultados anteriores: todo nuevo proceso implica nuevas situaciones. Si en el pasado has tenido resultados aceptables, cónsonos con tus expectativas, no quiere decir que en una nueva oportunidad el resultado pueda ser distinto.
Aquí mi recomendación es que no te confíes y que procures incorporar nuevos enfoques a cada proyecto que emprendas. Estas son las claves:
En asignaciones repetitivas la rutina tiende a imponerse y aplicamos las mismas fórmulas para enfrentar los problemas.
No veas los proyectos como una obligación. Búscales un propósito que te permita enfilar energías a nuevas formas de hacer las cosas o de encarar los baches que se puedan presentar.
No solo te lo recomiendo cuando planificas el trabajo. Es un paso necesario cuando piensas que lo has completado todo. Cuestionar tu propio trabajo es indispensable e insustituible.
Ahora bien, es mucho mejor que lo acompañes de la mano de un tercero que pueda observar con independencia las inconsistencias que generalmente omitimos por estar involucrados.
Cuando preparamos un plan de acción, anticipar los posibles problemas nos da una ventaja altamente apreciada cuando estos suceden, ya que hemos planteado planes de contingencia por anticipado.
Lo que debemos evitar, en contrapartida, es anticipar los resultados ya que, al hacerlo, los idealizamos, lo que puede generar distracciones que nos impidan evaluarlos objetivamente.
Planifica el proceso y disfruta del viaje, pues su resultado es simplemente una consecuencia de lo anterior. ¡La vida es un viaje, no un destino!
Aunque no lo creas, los halagos son un distractor importante y regularmente nos ubican en un pedestal que nos inmoviliza y nos pone blanditos. Esto, lógicamente, nos aleja del aprendizaje y mutila nuestra capacidad de adaptación futura a los nuevos retos que el destino nos tiene reservados.
Por último, recuerda que el problema no es la expectativa per se, sino la expectativa no alineada con la realidad vivencial, valores, compromiso y destrezas técnicas.
Mantén todos estos factores unidos y disfruta del proceso y de los aprendizajes que encierra cada proyecto emprendido y, por qué no, cuestionado.