La semana pasada se cumplieron 71 años de la constitución en París de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, primer paso en firme para la integración de Europa y la próxima, se cumplen 43 de la primera elección popular directa del Parlamento Europeo. Sirvan ambas fechas para unos comentarios acerca de esa iniciativa política tan audaz como apasionante que con todos sus innegables problemas actuales, es una de las proezas humanas más grandes de la historia.
Dos guerras mundiales tuvieron como epicentro Europa en el siglo XX. Sin embargo, no fueron las primeras en el llamado por nosotros “Viejo continente”. La categoría Guerras en Europa tiene cincuenta entradas en Wikipedia y solo en cinco de ellas se usa el singular.
Las llamadas “guerras napoleónicas” sacudieron a Europa hasta 1815, en un período que se estima comenzó en 1799 o 1802, según los historiadores de qué se trate. Entre Inglaterra, más tarde Gran Bretaña o Reino Unido y Francia hubo dos “Guerras de los Cien Años”, una de 1337 a 1453 y la segunda entre 1688 y 1815. Escojo casos muy protuberantes casi al azar, porque la paz ha sido históricamente excepcional, incluso en el período denominado de la Paz Europea. Después de la Segunda Guerra Mundial, ha habido al manos una veintena más de conflictos.
En septiembre de 1946 en Zurich, Winston Churchill anticiparía la conveniencia de una “Europa libre y feliz” según el modelo suizo y llamó a crear los “Estados unidos de Europa”. Toda anticipación tiene riesgos y esa churchilliana, como otras aseveraciones suyas resultaba bastante audaz.
Mucho habría que recorrer desde entonces y siendo tan considerables los progresos en esa dirección, todavía hoy no se llega a esos niveles de unidad. La soberanía de los Estados, con raíces y secuelas tan impugnadas por Maritain, sigue teniendo poder. Lo que no deja de ser una ironía es que el Brexit haya ocurrido cuando gobierna el partido Tory de las idas y venidas de Sir Winston y que aunque también lo hay en la izquierda y por supuesto, en el aislacionismo de derecha, el núcleo duro del euroescepticismo británico se aloja en esa colectividad partidista.
La referencia introductoria tiene el propósito de poner en valor el logro colosal del liderazgo europeo después de 1945. Han alcanzado el predominio de la paz, mientras reconstruían en sus países tanto la democracia y su andamiaje institucional como la economía para generar prosperidad con una cobertura social sin precedentes y al mismo tiempo fundaron la Europa unida.
Cada uno de estos éxitos les tendría asegurado un lugar en la historia, no siempre apreciado por sus contemporáneos, pero la suma de todos ellos: paz, instituciones libres, progreso económico e integración, así como la trama que los interrelaciona en un formidable círculo virtuoso constituyen una de las grandes proezas de la humanidad y un motivo para su esperanza, porque demuestra que las dificultades, no obstante su complejidad o magnitud, pueden vencerse.
Cuando en aquella Europa en escombros, hizo falta una reconstrucción política, económica, material y espiritual, había que mirar más lejos y más adentro. Más lejos, hacia adelante, para tejer una red de cooperación duradera que al hacer más fructíferas la libertad y la prosperidad, hiciera a su vez más difícil la guerra. Más adentro, para buscar en la propia identidad europea los materiales con resistencia y flexibilidad suficientes, para sostener un edificio ambicioso, amenazado desde siempre por vientos y movimientos telúricos.
En las raíces del proyecto europeo, apreciaremos una primacía de los valores culturales y espirituales. A ellos invitan a mirar voces esclarecidas cuando la crisis tiende emboscadas a lo alcanzado. Al historiar la idea de Europa, Chabod así lo destaca “en el momento decisivo de la formación del sentimiento europeo”
Vale la pena repasar esa historia, para provecho presente allá y aquí. El viejo refrán “Roma no se construyó en un día”, aparentemente original de un poema francés de 1190, es no solo invitación a la paciente tenacidad, sino a la comprensión de las dificultades implícitas en las grandes tareas, tanto aquellas predecibles como las sobrevenidas en el proceso, sean derivadas del mismo, propias de la construcción o de los desarreglos que el cambio genera, o externas, causadas por factores distintos pero inevitablemente incidentes.