Salud

La gran decepción de trabajar en el J.M. de los Ríos

Esta es la historia de José Antonio Dos Santos, un licenciado en enfermería y especialista en medicina crítica pediátrica del Hospital de Niños José Manuel de los Ríos. Desde el 2011, vivió a diario la desilusión de trabajar en un centro médico público sin los recursos necesarios para salvar vidas.

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“Mamá, papá, se hizo todo lo posible por salvar a tu hijo pero no pudimos”. Esa era una frase poco usada hace menos de 10 años en el J.M. de los Ríos. Sin embargo, la posibilidad de salvar vidas perdió la validez aunque el grupo médico pusiera todos sus conocimientos en marcha:

“Son fenómenos que van más allá de lo que nosotros podemos intervenir, y eso hace que te frustres. Que se te muera el paciente y que en otra circunstancias lo pudiste haber mejorado, intervenido de una forma más positiva y hubiese aumentado las probabilidades de vida y ahora no es así”, exclama José Antonio.

Los últimos cuatro años en el centro hospitalario se volvieron para José la gran decepción de lo que fue estudiar para salvar vidas. Esta desesperanza que siente al ver cómo se mueren niños por la incompetencia de un gobierno que no aplicó adecuadas políticas públicas en el sector salud, lo ingresa a la lista de profesionales que se van de Venezuela para ejercer en el exterior y encontrar calidad de vida.

Por esta frustración, José Antonio decidió narrarle a El Estímulo cómo era trabajar en uno de los hospitales más importantes del país durante el gobierno de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro: una realidad distinta a la que pregona la propaganda oficialista.

José Antonio llegaba al J.M. a las 6:15 am para lograr un puesto en el estacionamiento y hacerle una revisión a los pacientes que atiende en el área de cuidados intensivos. A golpe de siete pasaba la revista de cada uno de los niños recluidos y  armaba la lista de exámenes. Si bien el Estado no ha entregado los insumos necesarios para que el centro médico trabaje en excelentes condiciones, las universidades del país se han encargado de preparar extraordinarios médicos que trabajan con las uñas para salvar vidas de niños desde los 30 días de nacidos hasta los 18 años de edad.

A estos “acaboses”, como confirma José Antonio, se le suma la burocracia y el desorden cuando los hospitales pasan a ser responsabilidad del ministerio de Salud porque el Alcalde Ledezma fue reelecto en diciembre de 2013. Los problemas administrativos comienzan a surgir porque este es el ente del gobierno que se encarga de administrar el dinero para instituciones públicas como el J.M. Sin embargo, el flujo de dinero se redujo con el pasar de los meses.

Aunque el gobierno central contó con grandes recursos provenientes de la bonanza petrolera, no hay pruebas físicas de la inversión en mejorar las estructuras de los hospitales, la remuneración de los trabajadores, la actualización de los equipos y el apoyo medicinal a los pacientes. José Antonio contó cómo las relaciones entre proveedores de excelente calidad fueron desplazadas por el “amiguismo” del gobierno venezolano con países como China y Rusia:

“Teníamos un buen proveedor de un aparato llamado ‘llave de tres vías’ que se usa para la colocación de medicamentos que venían de Estados Unidos, funcionaban y no daban problemas y de repente nos dieron unas chinas que de cinco funcionaba una. Nos cambiaron unas inyectadoras de 3 cc que eran americanas, que venían con un accesorio de bioseguridad y funcionaban de forma óptimas, por unas chinas que solo las puedes usar una vez y con una de las de antes se podía preparar al menos 20 administraciones”.

A esta frustración se le suma un sueldo que ni esboza lo que la palabra “justo” significa. Para el año 2015, la remuneración mensual básica de un residente que hacía un postgrado era de Bs. 9.600 con turnos diarios de 7:00 am a 4:00 pm y con guardias cada cinco días de más de 24 horas. Este monto equivale a $48 (según a tasa Simadi al cierre de ese año).

“Tengo compañeras que se han dedicado a la orfebrería porque les da más plata y no tienen estrés, nadie se les muere”, afirma.

El J.M. de los Ríos no está ni cerca de tener un grupo de atención que se de abasto con la cantidad de pacientes que recibe. Para tener el área de terapia intensiva funcionando, por ejemplo, se necesitan al menos dos médicos “para que cada uno se encargue de seis pacientes”, explica José Antonio. Mientras que el grupo de enfermería debería estar conformado por, como mínimo seis asistentes en la mañana y seis en la tarde y 12 en la noche, “porque la recuperación en terapia intensiva es uno a uno, lo que quiere decir que por cada paciente que tú tengas, debes tener un enfermero”, expone José.

– El antes, el después y el deterioro continuo de los servicios –

Desde que José Antonio está en el J.M. de Los Ríos, nunca vio el centro hospitalario en óptimas condiciones. Sin embargo, lo que logró ver fue la involución y cómo sus manos y las de sus compañeros quedaban atadas a una crisis de salud que se intensificaba con el paso de los días.

En sus primeros años de servicio, él y sus compañeros recolectaban de dinero para que los pacientes sin recursos se hicieran los exámenes. Pero esto era posible cuando los precios de los estudios clínicos no superaban el sueldo mínimo, ahora, ni una recolección de días puede agrupar tanto dinero.

“Te estoy hablando de una situación de hace un año, cuando los precios eran totalmente diferentes, ahorita una tomografía te puede costar 16, 24, 30 mil bolívares, dependiendo de lo que vayas a necesitar”, explica.

La alimentación de los pacientes también se ha visto afectada por la crisis del país. El comedor del J.M. de Los Ríos tiene la obligación de ofrecer los nutrientes para cubrir las necesidades calóricas de cada enfermo para mantener el tratamiento, pero esto no se cumple.

Para un paciente hospitalizado en neurocirugía en el 2014, el desayuno era una arepa con queso y jugo de melón, en la actualidad, el menú se redujo a un jugo de melón, una galleta de soda y una lonja de jamón.

“El paciente va a empezar a comer galleta con jamón y un jugo, que además sabes que no está bien hecho porque cuando lo ves, la fruta fue rendida con mucha agua y tal vez con un poco de azúcar.»

La electricidad es un servicio que tampoco está garantizado: “La planta eléctrica dentro de la unidad funciona con una autonomía que puede rotar las cuatro u ocho horas”, así que los respiradores artificiales y algo tan vital como la luz de las salas puede fallar frente a cualquier apagón.

El agua también tiende a desaparecer dejando un rastro de olores e incomodidades en baños, cocinas y salas de atención. Los médicos y enfermeros resuelven con gel antibacterial, Foam Safe o cualquier elemento que garantice 100% la limpieza.

“Esto no daña al doctor porque tal vez tiene las defensas altas o ha desarrollado una especie de inmunidad, pero te conviertes en un vector de contagio y cuando vas a tocar a otro niño que tiene sus defensas bajas, estas aumentando las probabilidades de que ese niño adquiera la infección”, comenta.

Las intervenciones quirúrgicas en toda Venezuela bajaron un 18% con respecto al 2014, según cifras de la Memoria y Cuenta 2015 del Ministerio de Salud. Esa realidad se vive en el J.M. donde el uso del quirófano es una especie de pelea constante entre los residentes. La adjudicación de la sala de operaciones para los pacientes se realiza mediante una lista de espera, porque no hay disponibilidad múltiple de equipos y mucho menos espacios adecuados para intervenir a un infante. José Antonio asegura que, aunque no trabaja directamente con esa área, la situación es más delicada de la que él puede llegar a conocer.

– Cuando las estadísticas se llevan vidas –

Aunque según el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud (OMS) la mortalidad infantil ha disminuido un 50% desde 1990 al 2015 a nivel mundial, las cifras en el J.M. de los Ríos siguen siendo escalofriantes. José Antonio cuenta que el J.M. tiene un 30% de mortalidad solo en los casos de terapia intensiva.

En contraparte, como si habláramos de otro país, el Hospital Cardiológico Infantil inaugurado en el 2006 por el expresidente Hugo Chávez, asegura sus cifras positivas haciendo una especie de casting para ingresar a un paciente, asegura José Antonio después de hacer sus ejercicios de postgrado en ese centro médico.

“Tiene 20 cupos de terapia intensiva, de los cuales funcionan cuatro. Ellos tienen ventiladores mecánicos del año 2007 – 2009, de última generación, nuestros ventiladores son del año 87 para atrás (…), tenemos modelos análogos que tienes que darle con una perilla para colocar los valores de tu paciente”.

Así mismo, el cardiológico infantil cuenta con una nómina que “pasa de los 72 enfermeros que es un recurso humano invaluable dentro de la unidad, y que ellos no lo están usando porque ellos tienen unos criterios de ingreso muy peculiares”, asevera José Antonio.

“El paciente tiene que ingresar casi que en óptimas condiciones para que ellos te den el derecho a operar y esto es de conocimiento público en el sentido que ellos te dicen cuáles van a ser los requisitos para dar ingreso. Pero cuando tratas de referir a tu paciente no puedes”, cuenta José Antonio al mismo tiempo que recuerda cómo le rechazaron una bebé de 30 días de nacida porque las probabilidades de muerte eran muy altas.

“Ellos dicen que ellos no se le muere nadie. ¿Por qué no se les muere nadie? Porque la complejidad de los pacientes que ingresan es relativa”.

Según cifras oficiales del Ministerio de la Salud, la mortalidad infantil tuvo un alza de 1.920 puntos con respecto a 2014.

– El hampa y los colectivos dentro del JM –

Los colectivos también hicieron de las suyas dentro del hospital. En el 2014, a uno de los niños que vivía en la Torre David le cayó una viga en la cabeza y el impacto le ocasionó lo que los expertos llaman “exposición de masa encefálica”. El pequeño llegó a la sala de emergencias del J.M. con signos vitales muy débiles y mientras lo preparaban para ingresarlo al quirófano le dio un paro respiratorio y murió.

El padre de la criatura, líder del colectivo de la zona, y su pareja, agredieron a la residente que fue a darle la mala noticia.

“El colectivo tomó el área de emergencia, nosotros nos refugiamos en el área de cuidados intensivos. Por ese grupo de personas el área de emergencia quedó funcionando mal. Esto ocurre a las 7:00 de la noche y a las 2:00 de la mañana del día siguiente no estábamos prestando servicio de urgencia y en cola había 70 personas”, cuenta José Antonio.

Aunque en el centro médico hay un efectivo de la Guardia del Pueblo, este no pudo defender a nadie, porque no está armado. “El colectivo tenía la lista de las personas que estaban prestando guardia, decían que ellos nos iban a matar a todos nosotros”, recuerda José Antonio al mismo tiempo que se acuerda que el Cicpc llegó al hospital a las 2:30 de la mañana para retirar el cadáver del niño sin llevarse detenido a nadie.

– El desahogo de un decepcionado –

Aunque José Antonio está a punto de irse del país, no se deslinda del dolor y la frustración que le generó pertenecer al J.M. de los Ríos durante tantos años. Él se va pero quienes están recluidos en el hospital cargan a cuestas una situación de salud delicada de la cual no se puede escapar con un pasaje de avión.

Sin embargo, este profesional que está próximo a abandonar su tierra natal como muchos otros no termina de comprender cómo la situación de la salud se le escapó de las manos al gobierno central:

“Estoy decepcionado porque lo viví, porque también trabajo en el Centro Médico La Trinidad y allí vemos que va el contralor de la República, hijas de gobernantes, ellos apartan un piso para que sean atendidos, y se les da todas las probabilidades de vida. ¿Hermano por qué no va a una institución de salud pública si estas tan confiado de que la inversión en el área pública ha sido tan buena? Es una falacia, un engaño”.

Aunque los líderes oficialistas van a clínicas privadas, sus más fieles seguidores se ven en la necesitad de conformarse con un servicio de hospital público venezolano y es así cuando ven que no importa tu tendencia política, todo el que lo necesite saldrá afectado:

“A nuestro hospital nos ha llegado personas con camisas rojas y con el logotipo de la mirada de Chávez y te ves en la obligación de decirle: ‘no hay, no hay, no hay’ y ellos te preguntas: ‘¿Cómo? Sí, sí hay’. Entonces piensan que tú no los quieres ayudar”.

Así como José Antonio, muchos profesionales se están cansando de ejercer y vivir en Venezuela, obligándolos a probar suerte en otros países y dejar esta tierra venezolana a la buena de Dios y de quienes aún, con demandas y barreras del gobierno de Nicolás Maduro, pretenden mejorar el país que hoy tenemos:

“El país está perdiendo su recurso humano en el máximo de sus capacidades porque no soy solo yo el que me estoy yendo. Cuando nosotros nos graduamos de licenciados éramos 40 y en el país quedarán 16 y de los cuales 10 están haciendo su proceso para emigrar del país”, concluye.

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