“Mi hijo no necesitaba de una medicina difícil de encontrar. Él solo requería de anticonvulsivo, citrato de potasio, bicarbonato y vitaminas. Esto siempre lo tuvo. Yo digo que mi bebé falleció por negligencia médica. Cuando lo llevé al hospital debían dejarlo en Emergencia, para tenerlo en observación, y lo mandaron para piso, a hospitalización, donde no había oxígeno. Me lo puyaron 40 veces en dos días. Entonces me le vino un derrame, se le reventaron las venas y la sangre le llegó a los pulmones”.
Así resume de entrada Idalia María Brito, la historia de su hijo Carlos Santiago Mijares Brito quien, en teoría, murió el 11 de agosto de 2017 en el Hospital J.M. De los Ríos de Caracas, producto de un paro respiratorio.
Su madre tiene otra versión de los hechos y nadie le saca de la cabeza que en el caso de su hijo hubo mala praxis. Ahora, acompañada de Camila, su hija mayor de cinco años de edad, y de Sadana, la gemela de Carlos, Idalia procura reconstruir sus recuerdos.
Carlos Santiago Mijares Brito nació el 20 de febrero de 2016 en la Maternidad Santa Ana de San Bernardino, Caracas. No llegó al año y medio de edad. Su venida al mundo ocurrió de manera accidentada. En la semana 32 del embarazo su mamá sintió un desprendimiento. Era el cordón umbilical, lo que llevó a los médicos a hacerle una cesárea de emergencia.
A los cuatro días de nacido el bebé sufrió un paro respiratorio. Estuvo 15 días con neumonía y un mes más en terapia intensiva. Cuando cumplió el mes de vida, Idalia notó que la cabeza le crecía de una manera inusual. Les comentó esto a los médicos y en efecto, el niño tenía hidrocefalia. Así que antes de cumplir dos meses de existencia a Carlos lo operaron para colocarle una válvula que le permitiera drenar ese líquido.
“Yo le dije a la doctora y, como siempre, me salieron con unas bonitas palabras. Me dijo que me dedicara a ir a verlo, que de lo demás se ocupaban ellos. Y yo le dije que no, porque él iba a ser mi hijo para toda la vida, en cambio de ellos sería solo un paciente por un rato”; relata Idalia, quien cree que el niño sufrió un derrame cerebral debido al oxígeno que recibió durante 19 días seguidos, cuando estaba en la incubadora: “A mí se me salió el cordón como si tuviera una tripa y yo me puse mi panty y me fui al hospital. Cuando llegué allá se dieron cuenta de que era el cordón y la doctora lo metió. De ahí fue cuando el bebé se contaminó porque ya yo me lo había tocado”.
Idalia también duda de la pureza del agua con la cual se atendió al niño en la incubadora. Asegura que mientras estuvo en la Maternidad Santa Ana nunca le pidieron agua potable, por lo cual cree que al niño le colocaban botellas con agua de grifo.
Después de esa primera operación que le hicieron para colocarle la válvula, el 14 de abril de 2016, vinieron cuatro más. En la segunda, el 7 de mayo de 2016, se la removieron; en la tercera, el 16 de mayo de ese mismo año, se la sacaron; en la cuarta, el 15 de julio de 2016, se la volvieron a colocar y, en la quinta y última, el 25 de enero de 2017, la destaparon. Fueron cinco intervenciones en menos de diez meses.
“La neuróloga me decía que él sería un niño normal, porque tenía las condiciones. Ya él decía “teta”, cuando quería el tetero; “cucú”, cuando se hacía pupú y “caramba”, cuando yo regañaba a Camila. El problema como tal era que no aumentaba de peso y botaba el potasio y el bicarbonato por la orina”, cuenta.
Pero de eso solo se dieron cuenta apenas cuatro meses antes de morir, pues según comenta Idalia en los estudios previos no salió reflejada esta condición. Dice que una neuróloga llegó a comentarle que todo lo que le ocurría al niño pudo haber sido consecuencia de haber recibido tanto oxígeno de manera directa mientras estuvo en la incubadora.
No fueron ni una, ni dos, ni tres. Carlos Santiago estuvo hospitalizado seis veces en su año y medio de vida. Una de ellas luego de convulsionar en septiembre de 2016. A estas alturas Idalia no tiene muy clara la causa de estos desajustes. Cree que todo surge de la desnutrición, que a su vez era consecuencia de la imposibilidad de retener el potasio y el bicarbonato.
El diagnóstico del niño fue descalcificación: botaba el calcio por la orina. Le pusieron el tratamiento y fue evolucionando pero, insiste su mamá, la atención médica no fue la mejor: “Yo veía que mi bebé estaba triste, descompensado, y lo llevé al hospital el 5 de agosto de 2017. Allí me lo hidrataron y la doctora me dijo que no tenía nada, que seguramente era algo viral. A los pocos días, se me hizo pupú cuatro veces y vomitó. Lo volví a llevar al médico el miércoles 9 y ahí sí lo internaron pero lo subieron a hospitalización cuando lo tenían que haber dejado en Emergencia. Supuestamente no había camas allí. Entonces lo bajaron el 11 de agosto, cuando ya el bebé estaba muy mal y comenzó a convulsionar”.
Idalia asegura que entre los mismos médicos hubo poca disposición de ayudar, porque ni siquiera hicieron el esfuerzo de tomarle una vía central al niño para pasarle tratamiento.
“El miércoles 9 de agosto lo puyaron como 19 veces y no pudieron agarrarle la vía. Al día siguiente lo intentaron en el cuello. Lo puyaron 21 veces más. No podían porque estaba muy deshidratado y se le reventaron unas venas por su condición de desnutrición. La sangre se le fue directamente a los pulmones y un doctor me dijo que le sacó 60 c.c. de allí. El día que murió salió una doctora, como a las 12 del mediodía, a decirme que el bebé había entrado a paro respiratorio. Después, como a la 1:20pm, me llamó y dijo que no lo habían podido sacar de ese estado. Yo quería matar a los doctores de Cirugía Menor, porque si ellos hubieran podido agarrarle la vía a mi hijo, él no hubiese fallecido”, insiste Idalia bañada en llanto.
El bebé murió con 5,4 kilos de peso cuando tenía que pesar entre 9 y 11 kilogramos. Su madre aún está consternada y no comprende por qué tuvo que perder a su único hijo varón: “Dicen que se trata de un aprendizaje de la vida pero yo no creo. Yo era muy rumbera, me gustaba mucho la cerveza, y aquí no tomaba pero a veces me iba a Barlovento y me tomaba unas cervezas con mi papá y mis hermanos. Yo me pregunto en qué fallé como madre o como persona, y si bien he cometido muchos errores, creo que mis hijos no tienen por qué pagar la culpa de eso”.]]>