Internacionales

¡Se alzaron!

La seguidilla de protestas que hemos vivido en las últimas semanas en Iberoamérica, ha traído todo tipo de conjeturas y explicaciones.

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FOTOGRAFÍA: AFP

En cada uno de los países, el detonante de las protestas, fue por alguna razón diferente. En Perú por razones políticas y constitucionales; en Ecuador fue producto de razones económicas en el incremento del precio del combustible; en Argentina, si bien no ha habido disturbios, estamos ante una gran movilización social y política en un proceso electoral que define dos visiones de vida; en Chile las violentas y sorpresivas manifestaciones, las detonó un ínfimo aumento del pasaje del metro, que no hizo sino desnudar una situación social, que nada tenía que ver con los datos de crecimiento macroeconómico del país sureño. En Brasil la destitución de Dilma Rousseff, la prisión de Lula Da Silva y la elección de Bolsonaro, son el reflejo de una conmoción social y política que envolvió a ese país. La elección de Manuel López Obrador en México, es otra movilización ciudadana, que le cambió el juego a los grupos dirigentes. Tampoco podemos dejar de mencionar el caso de Donald Trump, como un reflejo de expresión de sectores no reconocidos en la sociedad americana.

Si bien en nuestros países las manifestaciones populares no son nada extraño, no dudo en afirmar que las grandes movilizaciones que se han protagonizado en Venezuela, han sido un ejemplo para otros pueblos, que vieron en esas demostraciones una lección de lucha en contra de las injusticias sociales y políticas.

Una visión retrospectiva del acontecer iberoamericano de los últimos 40 años, nos muestra los mensajes que envían las sociedades; cada uno de ellos bien podrían ser lecciones y aprendizajes para fortalecer nuestra cultura política. Son lecciones para el futuro de la convivencia democrática y para la evolución social y económica de nuestros países. Hay que observar todos estos acontecimientos desde la visión de los tiempos históricos, y no solo desde nuestra circunstancia vital. Verlo de esta manera nos ayuda a comprender nuestra realidad presente, e inclusive contribuye a darnos elementos para transitar y resolver las crisis de hoy.

Podemos decir que estas cuatro décadas son la historia del proceso de convivencia, en una era que no solo es de cambios, sino donde se han introducido elementos tecnológicos y comunicacionales nunca vistos, y que han hecho de cada ser humano, un ciudadano del mundo, con el poder de influir en las decisiones y en la solución de problemas que van más allá de su comarca, haciendo inclusive que lo que acontece en cualquier pequeña comunidad, se convierta en un problema global. Son nuevos escenarios de convivencia para los cuales no hay manual, y de los que cualquier simple observador puede sacar una gran conclusión, y es que a diario debemos evaluar la realidad. Es decir, siempre se debe estar atento a renovar los modelos políticos y económicos, para poder estar a tono con la sociedad, y con los cambios que impone el cambio permanente.

La otra señal que pareciera inmanente, es que en esos procesos de evolución política, el debate siempre se discierne en torno a dos visiones esenciales de la vida, y de los derivados que de cada una de ellas sale. En primer lugar, la vieja pero acechante visión de la autocracia y el autoritarismo, de donde derivan diferentes modelos, según el grado de permisividad a la sociedad, y que generalmente es disfrazada de populismo; en segundo lugar, la visión de vivir en libertad y democracia, de donde devienen fórmulas de mayor o menor atención en lo social, o en lo económico. Ese debate es lo que llamamos pensamiento político, o planteamientos políticos para guiar el camino. Aquellas organizaciones que sin caer en dogmatismos, plantean a la sociedad una idea política, una visión de hacia dónde se debe ir y de cómo resolver las injusticias o las demandas sociales, son las organizaciones que finalmente logran captar la preferencia de la gente.

Es notable que cuando quienes dirigen una nación, pierden la visión social y política, y no son capaces de ver a tiempo los cambios, y conducir las reformas necesarias en lo político y lo económico, son sobrepasados por esas mismas realidades que emergen de manera inevitable. El caso venezolano es clarísimo. En la misma medida que los grupos que dirigían el país, abandonaron el ejercicio del debate político y perdieron la conexión con los cambios sociales y económicos, en esa misma medida perdieron el favor de la gente y devino en la quiebra del modelo político. No sabemos la fecha de vencimiento de los modelos políticos o económicos, pero la realidad del cambio permanente, siempre la impone. El arte de la política y el gobierno, está en adelantarse a eso y estar a tono con los nuevos tiempos. Se piensa que cuando una fórmula funciona, ya no se debe cambiar ni revisar, pero la realidad nos indica todo lo contrario, siempre llega el momento de evaluar y cambiar.

El mismo caso de la quiebra del Pacto de Puntofijo en Venezuela y la resistencia a hacer las reformas políticas y económicas, pareciera que está sucediendo en España. Ya el Pacto de la Moncloa debe revisarse, las autonomías deben reformularse, el pacto político de gobernabilidad está resquebrajado y lo que vemos es una guerra de egos entre los jóvenes políticos españoles, que parecieran haber extraviado la visión superior sobre la España de los próximos 50 años, en la que las parcialidades personalistas no tienen lugar. Pareciera que en España, Estados Unidos, Chile, Argentina y México pasa lo mismo; los grupos dirigentes, están extasiados en el éxito y el dominio de los modelos que crearon, y pierden de vista el propósito político y social. No se dan cuenta de que deben reinventarse, y eso solo es posible hacerlo saliendo del cuarto de los espejos, teniendo visión de futuro, capacidad de escucha y ánimo de cambio para facilitar el relevo de los tiempos, las personas y los modelos.

Si bien no podemos aplicar exactamente el mismo patrón a todos los países, también pareciera evidente que las reelecciones presidenciales, resultan ser consecuencia de lo anterior, convirtiéndose en una de las prácticas más dañinas para nuestros países. De una u otra manera así lo ha demostrado nuestra historia reciente; pues en Latinoamérica, la gente prácticamente no acepta un tercer período presidencial; quienes terminan por imponerse, como fue el caso de Alberto Fujimori y Hugo Chávez, no terminaron sus períodos. Los países que son sometidos a la práctica reeleccionista terminan en graves crisis sociales y políticas, como en Brasil con la dupla Lula – Rousseff, en Chile con Bachelet y Piñera, en Perú con Fujimori, en Argentina primero con Menem y luego con los Kirchner; en Venezuela con Pérez y Caldera durante la era democrática y con Chávez y Maduro en el actual régimen, y ahora en Bolivia con Evo Morales. No sabemos que pasará en los venideros meses en República Dominicana, si permiten nuevamente la reelección de Leonel Fernández que dejaría a ese país sujeto al mandato de Danilo Medina y Leonel Fernández durante los últimos 20 años. Lo que nos dice la historia, es que de esa práctica se derivará una nueva crisis nacional. En Colombia, cuando los responsables del sistema vieron la presión de los cambios a finales de los 80, se adelantaron a los tiempos y lograron hacer una constituyente que oxigenó al sistema político y les permitió enfocarse en la lucha contra la guerrilla y el narcotráfico, para poder seguir creciendo social y económicamente; posteriormente las instituciones lograron impedir la tercera elección de Álvaro Uribe, lo cual hubiera fomentado el personalismo, en contra de la tradición de ese país.

Los mensajes son evidentes, los países requieren de un propósito político y social muy claro, y es tarea de los dirigentes, interpretar a tiempo las necesidades y el sentir de la gente, y renovar sus modelos y fórmulas políticas. El debate político sobre las necesidades y evolución del país, la revisión de sus premisas y la renovación de sus dirigentes y fórmulas, son indispensables para lograr el fortalecimiento de la libertad y la democracia en nuestra región; esa es la base del desarrollo ciudadano y de un sano crecimiento social y económico, sin ello los países siempre estarán a la deriva.

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