Viciosidades

La gallera del Silencio: entre el pico y la espuela

Incursionamos en uno de los centros de las más peculiares y criollas costumbres: las galleras. La gallera del Silencio en definitiva es el ejemplo de los lugares en donde el frenesí criollo cobra vida. Tradición y crudeza son motivo de conmoción y alboroto

FOTOGRAFÍAS: HÉCTOR TREJO
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Quizá resulta intimidante el hecho de que nuestro lente fotográfico y la neófita observación de quien suscribe puedan molestar a cualquiera de los concurrentes al lugar. Pero no. La atención sobre el juego no puede ser descuidada. Más bien. Luce correcto, según el estándar autóctono, posar con un gallo fino delante del que no conoce. Genera orgullo para el dueño. Hay prestigio en toda la movida. Una sociedad secreta que alega cultura a gritos ante todo, que la exige en términos propios, se salta un descarnado motivo de dolor con cierto olor a sangre, vida y muerte pululando entre picos, espuelas, plumas que vuelan y varían entre las coberturas de un zarpazo forrado de oro, de metal pulido, de convicciones enredadas en pleno ruedo en torno al triunfo y la pérdida. La vida misma reflejada en picotazos obligatorios. Y en un negocio avícola de alta factura.

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¿Quién podría sospechar que en el mero Centro de Caracas existe un recinto de peleas de gallos? Justo en frente del complejo residencial diseñado por Carlos Raúl Villanueva – en sus transversales -, tras una diminuta puerta con ventanilla y cuidador, reside un pequeño mundo de azar y envite. Un ruedo en donde las aves de pelea se baten a duelo y son el foco de una adrenalínica atención y euforia criolla.

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Pintos, zambos, marañones, calìcos, gallinos. El veterano en la materia Simón Flores, jugador, con promedio de 80 gallos o 100 en crianza, accedió a una breve explicación en plena actividad. Quiso relatarnos cómo era la exigente cría del ave. Que cuando el animal nace se le hace una marca, bien sea en la nariz, bien sea en una uña. Luego viene la crianza. “Esperas ocho a diez meses hasta que comienza su preparación. Se retira del campo y se trae a lo que se llama cuerda – o gallería -, donde está el preparador que purga al animal. Se le mata piojo. Se le da un purgante para lombrices. Luego entra en la etapa de vitamina y el “afeitado” Nos explica la parte interesante del tema: la etapa de la “topa” o la “bota”-o según la nomenclatura que varíe en las regiones del país. “Botear” se trata de un entrenamiento en el cual la espuela va recubierta de tela o algún material con el que, sin dolor, pelean. Sin mucho daño. De esta manera se elabora un criterio del animal y ver qué tipo de gallo tienes. “Luego a partir se selecciona. El que no te va gustando lo vas matando.”
Es así de fuerte. El proceso de un gallo de pelea, desde su cría hasta su destino final en el ruedo, empieza como un problema de extremo cuidado que raya en el amor y la delicadeza para finalizar en un atroz despojo: un ave picoteada y malherida cuya deposición desdeñosa termina en un basurero. Así son los gallos.

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¿Y dónde está el juego? Preguntamos a Manuel Urbano, Presidente de la Asociación Gallera de Venezuela: “En la plena palabra. No hay otro mecanismo de procesar apuestas sino el compromiso hablado. En los gallos no hay nada escrito, sólo la palabra del gallero. El lenguaje de las apuestas en los gallos es muy particular y requiere conocerlo para no meterse en problemas. Muchas de las discusiones que a veces se presentan entre los aficionados son como consecuencia de un mal entendido en las apuestas.”
¿Cuánto puedo ganar o cuánto puedo perder? Entra en juego la elección del contendiente. El esquema lo plantea el Ingeniero Jesús A. Castellano, aficionado:“Un apostador da cuando su gallo o el gallo al que le apuesta luce más fuerte antes del combate o si se encuentra dominando la pelea, por tanto el apostador arriesga una cantidad mayor a la que pudiese ganar si su apuesta es acertada.”

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La acción es así: se hace primero un rito. Anterior al “casamiento” de la pelea: disponer las condiciones para efectuar el combate. El jugador llega con su ave en el portagallo. Se guarda al gallo en la jaula con candado. Luego se coloca al gallo en una balanza que mide en libras mientras se pone acuerdo “con tanto o con cuánto”. Posteriormente  toca “armar el gallo”, que consiste en colocar las espuelas postizas . El juez llama por orden de casamiento. Se discuten monto y dueños. Una suerte de referee  hace todas las de la ley para implantar procedimientos correctos. Hay una etapa de laboratorio, que, dentro de la gallera, es donde se examina al gallo y donde se guardan sustancias veterinarias necesarias para colocarle.
En una pizarra se anota la “ cuerda”, que es la casa o dueño del gallo. Van a la valla, donde guinda una jaula sobre el centro del ruedo o redondel. Bajo polea y mecate un ayudante del juez baja la jaula que contiene a los dos gallos con una pelea. Se activa un cronómetro de 15 minutos. Empieza la pela a muerte.
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El bullicio y la cerveza, más otras bebidas espirituosas que se liban entre faena y faena – y quién sabe si demás sustancias -, son ley cada sábado. Nos mezclamos en una turba emocionada siempre dispuesta a reunirse en función de una sola cosa. Como ejemplo de relato de esa fascinación de desborde, Francisco Suniaga logra describir al detalle la historia margariteña del alemán Wolfgang “Gorfan” Kreutze y su obsesión con los gallos en “La Otra isla”. Un novelón que despuntó en su momento hasta convertirse en un best-seller criollo.
Si bien surge un problema cultural multinacional en la actividad gallística, con sus normas, sus estándares y su etiqueta establecida a lo largo del tiempo, podemos caer en ese tema de la crueldad animal como si fuera un asunto criminal total. Hasta su discusión de ser penado por iniciativa Iris Varela tuvo sus momentos antaño en la Asamblea. Pero no pasó a mayores.
Y flota pertinente un problema que crea fascinación y desenfreno así como los toros pero sin humanos inmiscuidos en la lidia. Los desenlaces transcurren a la espera del placer de ver pelear y de ver morir. O malherir. Son animales que se agreden de manera natural en busca de respeto y que huyen a la muerte por puro instinto cuando están en el corral, pero que, sin embargo aquí, en pleno ruedo, no tienen otra salida salvo ese estímulo punzante y provocado que acucia la ira defensiva e inevitable ante el espectáculo crudo del circo de toda la vida. O La muerte.

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El Universo de los Gallos es a la vez amplio y cerrado. Cubre toda la geografía del país en una distribución de recintos insospechados pero bulliciosos en sí mismos. El caso de la gallera del Silencio es tan solo un ejemplo dentro de la Capital. Es probable que que en cada barrio capitalino exista un ruedo que también suele compartirse con otro tipo de apuestas como las hípicas, en su estilo predeterminado. Manuel Urbano nos conduce a las cifras.
“Considero que debe haber entre 1500 a 2000 galleras (establecimientos) en el país. Las peleas de gallos están esparcidas por todo el territorio y se celebran durante todo el año (anteriormente se dejaba de pelear de julio a octubre). Lo más común es que se realicen las riñas de gallos los fines de semana, pero en muchas ciudades hay partidas tradicionales los días de semana, por ejemplo, la partida fuerte, en Paracotos, se realiza los días martes.”
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¿Hay un problema “venezonalístico” en la riña gallera? Dice Urbano que sí. “Es quizá la única actividad en el país donde desaparecen las diferencias políticas, económicas, raciales y de otra índole. Aún en esos espacios este tinglado diferente de personas, pueden compartir y olvidar sus diferencias.” Acota con autoridad el Sr. Urbano, que “en un excelente escrito del poeta Igor Barreto del año 2007 se dice que las ‘galleras son asambleas autónomas populares’ en donde hay que someterse a los códigos de honor establecidos.
“Por lo general, esta tradición se transmite de generación a generación. Es muy difícil que desaparezca. Es una especie de embrujo que ata el gallo al gallero. Es una especie de cofradía, donde el cordón unificador es el gallo, el gallo de pelea, ese símbolo de la virilidad, de la masculinidad y la valentía.”
Las sociedades protectoras de animales de todo el mundo son firmes con las riñas de gallos: es crueldad animal. Los gallos son sometidos a presiones que no son innatas para fines recreativos y lucrativos del mismo modo que los toros o las peleas de perros. Sin embargo, los gallos no parecen estar en el primer tapete de discusión. La práctica perdura como cualquier actividad y, más que todo negocio. Se debería entender que el Silencio y el bullicio que se manipula alrededor de todo este ámbito va entre lo sacrílego y lo sagrado.
Cualquier omisión que exista en este somero trabajo sobre los gallos comprendemos que flota en un vasto universo de la vida nacional.]]>

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