Venezuela

Mi reunión con el Defensor del Pueblo

Martes 2 de febrero, 1:40 de la tarde. Entro al edificio que otrora fue el Centro Financiero Latino. Me coloco en la fila para presentar mi cédula y obtener mi pase, cuando una amable joven se me acerca: “¿Es usted la señora Carolina?... El jefe la está esperando”. Obtengo mi pase y subimos. Dos ascensores hay que tomar para llegar al piso 29.

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Entro a la oficina de Tarek Wiliam Saab, donde me recibe su secretaria de muchos años. Unos minutos después y por una puerta interna, entra el Defensor. Viste unos blue jeans rasgados a la última moda y una franela negra de manga corta, que deja ver su formada musculatura. Una indumentaria no esperada para alguien de su cargo, pero obviamente se siente cómodo con ella. Una chaqueta reposa en una silla frente a su escritorio.

Sonriente me extiende la mano. “Bienvenida… gracias por venir”. Le respondo que le agradezco la invitación. Me comenta que en un momento pensó que yo no vendría. “Yo creo que hay que tender puentes y hablar”, le dije. “Por eso estoy aquí”. Ese comentario le cayó bien. “¿Te importa acompañarme a almorzar?”. “No, por supuesto que no”, respondo. Entramos a un sencillo comedor donde la mesa está nítidamente puesta. Entran dos abogados que nos acompañarán durante toda mi visita. Ambos vienen de ONGs de Derechos Humanos: Alfredo y Álvaro.

“¿Puedo transmitir nuestra entrevista por Periscope?”, le pregunto. Me confiesa no saber qué es Periscope. Le explico y me pide que lo deje para otra oportunidad: “hoy nos estamos conociendo”. Accedo, no sin antes advertirle que voy a escribir sobre el encuentro. “¿Y eso le interesa a alguien?”, me pregunta. “Le interesa a un gentío”, le respondo.

El Defensor es un hombre locuaz. Comenzamos hablando de sus libros de poesía, de los que me acaba de regalar tres. Un hombre que le gusta leer a Rimbaud y a Baudelaire tiene, a mi modo de ver, una cierta sensibilidad. Y además, cultura. Él no confundiría a Rubén Darío con Víctor Hugo, por ejemplo…

Me cuenta que cuando llegó a la Defensoría se encontró con 42.000 casos abiertos. Había casos importantes, pero había muchos otros que debían haber sido cerrados, como denuncias de botes de aguas negras del año 2002, o simples recortes de periódico sin nombres de denunciantes, que ellos se han dedicado a ir cerrando. También cambió el modus operandi de sus antecesores: él sí va a entrevistas y responde a la prensa.

Con los abogados habla sobre su interpelación en la Asamblea. No le gustó que Henry Ramos Allup se hubiera tomado cuarenta minutos para responderle a Maduro. “Ése no es el protocolo”. Le respondo que el protocolo jamás fue observado en las pasadas asambleas, donde hubo gritos, insultos y hasta golpes. “Eso no debe pasar”, me dice. “Los venezolanos no somos así”. “Diecisiete años callados son muchos”, le acoto. “Y a Maduro lo trataron con mucho respeto, pero había que decirle las cosas”. Saab piensa que Maduro fue generoso al no haber mandado a cortar la cadena. Yo creo que no lo hizo porque hubiera sido peor para él y se lo hago saber.

Le pregunto por la crisis de medicamentos. “La gente piensa que la Defensoría sirve para todo y puede resolver todo”, me responde. Cuando le insisto en que tienen que hacer algo por la emergencia que representa esa escasez, aunque sea protestar, porque sus voces serán más oídas que las de los ciudadanos de a pie, me dice que ya están montados sobre los casos de VIH, los enfermos renales y los niños con cáncer del Hospital JM de los Ríos. (De este último se ufana de haber logrado remodelar áreas que estaban en completo abandono). Le reitero que no son solo ésas las áreas necesitadas. “Estamos trabajando en mesas de trabajo para resolver lo más que podamos”. Se van a reunir con MinSalud y con los laboratorios. “A los laboratorios no les han dado los dólares”, dice. ¡Aleluya! Alguien del gobierno que reconoce la falla en el otorgamiento de divisas.

Le cuento del caso del portero de mi edificio, el señor Ramón, quien murió de mengua. Le pregunto por el caso de Quimbiotec, un laboratorio modelo de derivados sanguíneos en el IVIC, hoy cerrado por la burocracia chavista. Un caso que muchos no conocen, pero que es emblemático del destrozo revolucionario. Ahí preparaban –entre otras cosas- la inmunoglobulina que se necesita para tratar los casos de Guillain Barré. Álvaro dice que conocen el caso y lo están estudiando. Le sugiero que apoye el envío de medicinas por parte de otros países.

Me sorprendió que el Defensor no hablara de guerras económicas, ni de los gringos, ni de las iguanas, como casi todos los otros funcionarios. Me habló de Otálora, el Defensor del Pueblo colombiano que fue obligado a renunciar por “una olla que le montó una mujer que era miss”, según Saab. Le pregunto entonces por el caso de Merentes y me contesta que la niña no es menor de edad. Le insisto en que sí es. Lo dice el Facebook de su mamá, cuando la felicita por sus diecisiete años y no hace un año de eso. Entonces dice que no hay ninguna denuncia de ella o de sus padres ni por maltrato ni por violación, y que la Defensoría no intervendrá. “¡Pero es una niña!”, le replico. “Esa niña sabe muy bien lo que está haciendo, aunque la verdad es que Merentes no debería meterse con alguien de esa edad”.

Se incorpora a la conversación la doctora Araminta , que está encargada, entre otras cosas, de las visitas a los presos políticos.

Entonces tocamos el tema de las cárceles. Saab se pronuncia por las cárceles de régimen interno. De setenta cárceles que hay en Venezuela, cinco no están en esa modalidad “y son las que más suenan”. Cuatro más están en el proceso de adoptarla. Le pregunto por el horror que vimos en la cárcel de Santa Ana en Margarita, donde los presos están más armados que la policía y me dice que la entrega de armas quieren que sea “negociada” para no repetir lo que pasó en El Rodeo. Le manifiesto mis dudas sobre esa “negociación”. Saab cree que Iris Varela ha hecho un buen trabajo frente al ministerio de prisiones, pero reconoce que hacen falta cárceles.

Le pregunto cómo entraron esas armas al penal, cuando la requisa, sobre todo las requisas a las mujeres, resultan tan humillantes. Saab introduce el tema de las mujeres de la familia de Leopoldo López e insiste en que el Coronel Viloria no requisó a Lilian Tintori y a Antonieta López, que la requisa fue hecha por mujeres y que no fue delante de los niños. Le replico que ésa no es la historia que yo conozco, pero allí llegamos a un punto muerto: lo que él cree, versus lo que yo creo. Le pido que intervenga para que ninguna mujer sea humillada en esas requisas.

Respecto a los presos, me dice que están trabajando en el caso de la capitana Laided Salazar. “La medida humanitaria es creación nuestra, eso no está en el código penal. Así pudimos enviar a sus casas a Ledezma y a Ceballos. Mitzi (Ledezma) no me lo agradeció, pero Patricia (Ceballos) sí. Cuando el papá de Leocenis se enteró de que los habían soltado, se encadenó aquí abajo. Le dije que donde tenía que encadenarse era en la Fiscalía. Incluso le advertí del peligro que significaba que estuviera allí (me alegró que reconociera el peligro que hay en las calles) pero él estaba convencido de que yo podía hacer algo por su hijo”. En efecto, Leocenis obtuvo la medida de casa por cárcel. Saab se lamentó de que la hermana de Leocenis haya estado en CNN y haya dicho que él era un hipócrita “después de que le salvé al hermano”.

Le pregunté por Araminta González y Efraín Ortega y la respuesta fue que sí están pendientes de esos casos, pero que les falta personal y presupuesto. De hecho, con un aumento solo del 25% del presupuesto del año pasado y con una inflación según cifras oficiales de más del 278%, tiene el presupuesto equivalente al de unos cuantos años atrás. “La Defensoría es la cenicienta del poder ciudadano”.

Le pregunto por La Tumba. “Ahí logramos que Lorent (Saleh) y Gerardo Carrero los sacaran a coger sol y pudieran caminar por los pasillos –era verdad que pasaron unos meses sin salir de sus celdas- y Lorent hasta está haciendo un curso online”“Después de todas las protestas, ahora los padres –ni la mamá de Lorent ni el papá de Gerardo- quieren que los trasladen. Tengo cartas de ellos pidiéndome que los dejen allí”. Manifiesto mi asombro y me dice que averigüe para que vea que es verdad.

Tarek Wiliam Saab está convencido de que las cárceles hoy son mejores que “las de la IV”. Otra diferencia de opinión que tenemos. Si aquellas fueron malas, éstas son peores.

Pasamos al tema de la elección de los magistrados por la anterior Asamblea Nacional. “Fue ilegal”, le digo. “No se cumplieron los lapsos, no se convocó a la oposición…”. Saab dice que todo se hizo acorde con lo establecido en la ley. Como no tenía los papeles en la mano, no le refuté, pero en cuanto los tenga, se los haré llegar. Estoy segura de que fue irregular de toda irregularidad.

Hablamos del 11 de abril, cuando él fue hecho preso. Me cuenta lo traumatizados que quedaron sus hijos. Le digo que escribí un artículo en aquel momento rechazando lo que le habían hecho. No lo sabía. “Milagros Socorro también escribió”, me dice. “Muy pocos rechazaron lo que me hicieron y cómo me lo hicieron… Una de las cosas que me reclamaba la gente era que viviera en Lomas de la Lagunita. Mis padres eran comerciantes prósperos en El Tigre. Yo siempre viví al este de Caracas. Esa casa la compramos mi primera esposa y yo”.

Asevera que el prototipo del chavista que tiene mucha gente en mente es el de un pordiosero, sucio, andrajoso y con el pelo largo. Le comento que eso responde a la apología del “patensuelismo” fomentado por Chávez. Fin de esa conversación.

Cuando lo llaman por teléfono, aprovecho para detallar la oficina. Tiene un retrato suyo con Fidel Castro. Me acerco a verlo. Hago un gesto de disgusto y me dice “no hagas así, que a ti te gusta Fidel”. “No, no me gusta nada Fidel”, le respondo. En otro retrato aparece él con Ahmed Ben Bella “el libertador de Argelia” y me cuenta su historia. Finalmente, me enseña con orgullo el retrato de sus tres hijos.

Está pendiente de la rendición de cuentas de la Fiscal General, porque pronto le tocará a él. Le pregunto si está asustado. Se ríe y me dice que para nada, que a él le gusta estar en el candelero.

El Defensor está satisfecho con su trabajo. “Pero falta mucho por hacer”, le digo. “Estamos en eso. Ahora viene gente que antes jamás venía. Y la recibo. Oigo a todos los que puedo”. Le manifiesto que él y su equipo pueden hacer mucho por la reconciliación entre los venezolanos. “Que sea uno de las metas de esta institución”, le sugiero. Le gusta la idea.

Una periodista me había pedido que le preguntara qué significaba el tatuaje que tiene en el cuello, del lado izquierdo. “¿De verdad te pidieron que me preguntaras eso?”. Se abre la franela y me lo enseña. Aquí dice Dios en árabe. Me enseña otro tatuaje que tiene en la nuca. “Aquí dice el poder de Dios”.

En un tono más informal hablamos de sus inicios en la militancia política. Tenía catorce años cuando se enamoró del proyecto de Douglas Bravo y militó en el PRV. A través de Bravo conoció a Chávez.

Dos horas y cuarto más tarde, nos despedimos con cordialidad, quedando en volver a reunirnos. Dos personas antagonistas en sus convicciones políticas fuimos capaces de sentarnos a hablar y a discutir sin violencia, con educación y respeto. No estoy de acuerdo con algunas cosas que me dijo y él tampoco estuvo de acuerdo con las mías, pero eso no fue razón para ofendernos ni para dejar de hablar. ¿No es ésa la Venezuela que debe ser?

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