Los usos de la ira
Basta escuchar un discurso de Pablo Iglesias para catar un destilado de rabia, un concentrado de odio en la perfecta tradición y emulación de Hugo Chávez, el líder arquetípico del resentimiento.
Basta escuchar un discurso de Pablo Iglesias para catar un destilado de rabia, un concentrado de odio en la perfecta tradición y emulación de Hugo Chávez, el líder arquetípico del resentimiento.
La ira se acumula en bancos políticos que la alimentan y gestionan a través de profesionales -¿líderes?- de la indignación. En los Estados Unidos, Donald Trump avanza insultando, humillando, abriendo la herida del resentimiento racial.
Mucho dice su sorprendente consolidación del estado emocional republicano. Como señala la revista The Economist, en su edición del 5 de marzo, “las primarias han dejado claro que una gran proporción de los votantes norteamericanos están enojados: enojados con sus propios representantes, enojados con sus oponentes y enojados con el mundo”.
Los españoles también están enojados, irritados con sus políticos, con las oligarquías, con los bancos. Basta escuchar un discurso de Pablo Iglesias para catar un destilado de rabia, un concentrado de odio en la perfecta tradición y emulación de Hugo Chávez, el líder arquetípico del resentimiento.
Nada cambia si volteamos nuestra mirada hacia la Rusia de Puttin o escuchamos los cantos del almuecín del Estado Islámico, ese llamado universal de abominación y rencor. La ira es, hoy, el hilo conductor que conecta el clima político de las naciones, seguirla, es la gran tour del siglo XXI.
¿Qué pasa con la ira en Venezuela? A diferencia del odio organizado y canalizado por los partidos y los revolucionarios de profesión, distinta de la hiel y los “dos minutos de odio” programados diariamente por el Gran Hermano, en la obra 1984 de George Orwell, hay una ira identificada con la noble o justa indignación, la reacción solemne de un pueblo que ha sido desposeído, privado de sus derechos básicos, traicionado, engañado, manipulado, humillado.
La cólera es una emoción característica de la legítima defensa de un espacio físico o psíquico que ha sido invadido o violado. Como todas las emociones, tiene funciones adaptativas, responde a la biología y al instinto de supervivencia. La ira es el fuego que inicia la rebelión individual o colectiva que lleva hacia otro nivel de existencia.
En Venezuela, sin embargo, aflige reconocerlo, esa mecha emocional ha sido doblegada, distorsionada y desviada, para convertirla en violencia cotidiana, en crimen y delincuencia común, en desconfianza y odio recíproco, en ruptura de los lazos de solidaridad, en anomia y caos social. Divide et impera. Como en Las uvas de la ira de John Steinbeck, somos los campesinos empobrecidos en el pedregal polvoriento desertizado por la larga sequía.
Los líderes de la oposición deberían saber que la ira que no se canaliza y expresa, se convierte en resentimiento y circula por caminos ocultos hacia la destrucción del tejido social.