Venezuela

El pecado de origen del liderazgo delegado

La tragedia que vive el país con Nicolás Maduro forma parte de un síndrome en torno al juego del poder que, si lo vemos bien, no ha sido tan infrecuente en el terreno de la política, dentro y fuera de Venezuela: el del liderazgo delegado.

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Foto: AP | Ariana Cubillos

Aludimos aquellas figuras que acompañaron a un conductor tutelar específico; aquellos que terminaron al mando de los asuntos de estado tras un parpadeo involuntario de las circunstancias. Heredan, y deben administrar, un capital político enorme, que no les pertenece, y ejercerán el poder en calidad de aprendices, como si les tocara llevar adelante una tesis de grado.  El mandato es uno solo: cumplir con excelencia el designio que les ha dejado en la vida terrenal el maestro ausente.

La verdadera historia de la marcha de la revolución bolivariana en manos de Maduro, un dirigente que, como el mismo ha reconocido, jamás se imaginó que iba a terminar frente a los asuntos de estado, está por escribirse.

La cotidianidad venezolana de esta hora guarda algunas similitudes con el trienio que le tocara administrar a Isabel Martínez, la sobrepasada y exigida sucesora política y segunda esposa del caudillo argentino Juan Domingo Perón, el campeón de todos los tiempos del populismo latinoamericano. Perón había regresado clamorosamente a la Presidencia de su país, luego de años de ausencia, y terminaría falleciendo en 1974, un año después de asumir su segundo mandato.

Todavía hay personas lamentándose cuando toca evocar lo que le tocó vivir a los argentinos en aquellos tres tormentosos y desafortunados años de Martínez de Perón, aquella variante rioplatense de Nicolás Maduro que fue hundiendo a su país en los pantanos del más doloroso tercermundismo sin que nadie pudiera detenerla. La incapacidad estructural y los niveles de improvisación de Martínez de Perón, colofón de un gobierno escandalosamente corrompido,  sirvieron de pórtico a una gravísima crisis económica, con ciclos ascendentes de violencia social y política que produjeron un lamentable desenlace. Cortes eléctricos, asesinatos selectivos de dirigentes sindicales; precios disparados en una progresión de hasta dos y tres veces su valor inercial.

Presionada por los mandos militares, deseosos de contener la protesta social y los atentados terroristas de los “montoneros”, Martínez de Perón, y su tristemente célebre ministro, José López Rega, organizaron, desde el gobierno, la famosa Alianza AntiComunista Argentina, AAA, grupo paramilitar que se trazó como norte liquidar “la infiltración marxista en el peronismo”.

En Marzo de 1976, el Alto Mando Militar Argentino ejecutó un golpe de carácter bonapartista y depuso a Martínez de Perón sin demasiadas complicaciones. El gobierno lo asumiría el Teniente General Jorge Rafael Videla. Los militares habían decidido conducir directamente el combate a la insurgencia de izquierda dentro del decretado Proceso de Reorganización Nacional. Comenzaría una siniestra dictadura en Argentina; el arquetipo de la crueldad en el memorial de las tiranías latinoamericanas, una de las etapas más oscuras de la historia de esta nación hermana.

No estoy afirmando que esta será, necesariamente, la suerte de Nicolás Maduro, ni tampoco el destino final de la crisis venezolana. En el marco de la Guerra Fría hay elementos que hoy están ausentes en Venezuela; así como están presentes otros particularmente graves, que allá no se conocieron. Lo que sostengo es que el descontrol molecular, la decadencia estructural que vivieron los argentinos, emparenta a Maduro con Martínez de Perón. Si Chávez es Perón, en términos políticos, Maduro se le parece mucho a su sucesora, Isabel Martínez.

El destino final de Venezuela encontrará su ranura en la próxima consulta electoral que tenga lugar, evento este que limpiará de manera determinante el panorama político y la legitimidad popular. El chavismo podrá retardarlo un tiempo, pero difícilmente pueda hacer poco más. Si Maduro interpreta correctamente lo que sucede y se somete al veredicto popular podría recomponer parte de su capital político. Si la situación actual persiste, frente a un escenario de inminente estallido, estaremos dependiendo del instinto de conservación, la capacidad de análisis sobre la crisis social, y el apego a las formalidades constitucionales de las Fuerzas Armadas. De estas, que, tanto para bien como para mal,  no son argentinas. Son venezolanas.

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