Desde finales de noviembre de 1999 intensas lluvias azotaron varias regiones de Venezuela, en especial el litoral del país por el paso del huracán Lenny. Las precipitaciones castigaron muy duramente a los estados Vargas, Miranda y Distrito Capital.
“El aguacero se mantenía noche y día, en la radio escuchábamos que en varias partes del estado Vargas se estaban presentando emergencias, deslizamientos, derrumbes, nunca nos imaginamos que nuestra comunidad Carmen de Uria, desaparecería ese día”, recuerda triste Sorangel Rodríguez, habitante de una de las zonas más afectadas por el desastre hace 20 años.
Poco iba a imaginarse Sorangel que ese día viviría la mayor tragedia natural que recuerden los venezolanos.
“Era Navidad y los niños de Carmen de Uria, salían a jugar y cantar por las calles que estaban todas alumbradas. En las tardes se reunían en la iglesia para la misa”, evoca con nostalgia Sorangel.
“Aquí había muchas casas grandes, bonitas, de gente de dinero. En ese tiempo había muchas personas pues nos encontrábamos en plenas vacaciones de diciembre, además de la gente del pueblo había muchos visitantes, turistas que venían a disfrutar de las playas”, prosigue.
El río arrastró todo a su paso
Su cara se transfigura con la memoria de lo acontecido. Una suerte de lividez la invade con el recuerdo de la crecida del río Uria. La lluvia no cesó y hasta olas se formaron, esas olas arrastraron todo a su paso. A pesar del abrumador estruendo de la lluvia y el río crecido, Sorangel recuerda los gritos, el llanto de sus vecinos, el temblor de la tierra y el deslizamiento de lodo que se conjugó en un aguacero terrible.
“Nuestra casa estaba en la parte alta de Carmen de Uria, al margen derecho del río, pero alejada del cauce. Era de noche, y la visibilidad muy escasa. Los postes que sostenían el tendido eléctrico también se los llevo el río. Desde la puerta de la casa vimos como desapareció todo el pueblo, el lugar en donde estaban las casas quedo completamente tapiado, casi ninguna vivienda permaneció en pie, todo desapareció”, afirma notablemente afectada.
Y es que Carmen de Uria fue un microcosmos del deslave. 2.500 habitantes desaparecieron en cuestión de horas. Las casas, algunas de hasta tres niveles, fueron barridas. La potencia del agua fue tal que el curso del río se amplió hasta más de 30 metros y la profundidad del río fue superior a los 7 metros.
Testigo del horror
Nancy Gorrín, otra habitante de Carmen de Uria –que aún permanece en el lugar-, rememora aquella noche de diciembre. Vivía en una modesta casa y su hija mayor estaba en otro domicilio cercano al de ella.
“Soy madre de cinco hijos, hace 20 años mi hijo menor tenía 7 años de edad y la mayor 19. Esos días fueron de mucha lluvia, el deslave y las olas de pantano parecían manos gigantes que caían con una fuerza imponente sobre las casas, aplastándolas y arrancándolas desde las bases”, indica la sobreviviente.
“En la parte alta de mi comunidad había una distribuidora de bombonas de gas, que comenzaron a salir bombardeadas como si fueran disparadas desde un cañón”, afirma.
La lluvia parecía ser cada vez más fuerte. Desde una ventana le gritaba a su hija, para que saliera de la casa donde se encontraba y se resguardara junto a su nieto, mientras que ella con sus otros cuatro hijos, lograron escapar de la zona de desastre.
Nancy fue testigo de la devastación de su comunidad.
“Cuando salí huyendo, vi como muchos de los niños se metían en las casas con sus padres, pensando que estarían seguros. Otro grupo de pequeños entró en la iglesia, con muchos adultos con la esperanza que el río no llegara a allí. Pero el agua que bajaba de la montaña arrasó con las casas y la mitad de la iglesia, muchos de los cuerpos fueron a parar al mar y otros quedaron sepultados, la mayoría eran niños”, rememora Nancy.
Escapar a como diera lugar
Mojada y llena de barro Nancy llegó hasta un edificio en el que se refugió con sus 4 hijos.
“Comenzaron a llegar otras personas, entre ellos varios niños a los cuales les preparé comida. Alistaron una camioneta y varios carros para sacar a los niños de ahí y llevarlos a un lugar más seguro. Sin embargo, cuando comenzó la marcha de los vehículos, una ola de lodo se los llevó y esos carros fueron a parar al mar”, indica.
“No creo que ninguno haya sobrevivido y tampoco supe si lograron rescatar los cuerpos”, detalla.
Luis Gorrín, es uno de los hijos de Nancy, en 1999 tenía 14 años de edad. Evita hablar de todo lo que vivió en la tragedia, pero esas memorias que trata de olvidar reaparecen con cada lluvia, cada vez que va para Carmen de Uria, cada vez que llega diciembre.
“Después de los sucesos del 15 y 16 de diciembre, cuando bajó el nivel del agua, me le escapé a mi mama y fui a buscar a mi hermana mayor, pues no sabíamos dónde estaba”, cuenta.
“Era increíble lo que vi. Recuerdo las montañas de lodo, de ella salían manos, piernas, brazos, cabezas de los fallecidos. Muchos de ellos eran mis amigos y amigos de mis hermanos, con los que había compartido varios días antes”, señala.
Tras la sombría escena, Luis y Nancy tuvieron un momento de esperanza y alegría. “Encontramos a mi hermana. Ella se salvó porque subió la montaña, junto a mi sobrino, pero en la tragedia mis hermanos y yo, perdimos a la mayoría de nuestros amigos de infancia”.
Cuando la odisea parecía terminar en aquel fatídico diciembre, Nancy tuvo que enfrentar un último reto. Por el mar comenzaron a llegar gabarras y lanchas, por el aire helicópteros. Las autoridades tenían la orden de desalojar primero a las mujeres, niños y ancianos.
“Recuerdo que un militar me dijo para trasladar a mis hijos primero hasta Maiquetía, y que luego yo podría reunirme con ellos allí, le dije que no, no permití que me separan de mis hijos. Otras familias en medio de la desesperación, y esperando salvarlos, entregaron a sus hijos. No los volvieron a ver”, dijo Nancy.
Luis, sus cuatro hermanos y Nancy fueron afortunados, lograron lo improbable, sobrevivir a esa noche en Carmen de Uria. La familia estaba junta y viva, pero el temor reaparece y se aviva en ellos, cada diciembre, con cada lluvia.