Memoria gustativa

El irrepetible Aventino

Al ponerme manos a la obra no dudé cuál sería el primer restaurante que debía reseñar. No solo escogí el de mejor comida francesa, sino donde también se originaron historias y leyendas urbanas gracias a una clientela, que en aquel entonces estaba en el ten top de los acontecimientos. No era perfecta, sino noticiosa, elegante y mundana

Fotos cortesía Alberto Veloz
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Por ese comedor se dejaban caer los famosos que visitaban Caracas, convirtiendo al restaurante en un sitio codiciado y en uno de los más emblemáticos de la historia en la restauración caraqueña, me refiero al Aventino.
Dino y Emira Riocci dejaron atrás la Italia de la posguerra para hacerse la América con el arte que manejaban, cocinar. Por ser buenos observadores se dieron cuenta de que el caraqueño hacía de la noche su fuente de diversión y crearon el Jimmy Arizona en la Av. Andrés Bello donde además de ofrecer jugosas carnes se podía bailar al ritmo de las grandes orquestas de la época.
Luego, en el solar que hoy ocupa el Centro Plaza, abrieron el Chic Ambassador, de cocina francesa y clientela exclusiva, lo que les dio pie para que el 23 de abril de 1965 abrieran las amplias puertas de madera del Aventino, ícono de distinción entre los restaurantes de su época, con la capacidad de servir desde una cena de Estado o una pedida de mano.
Gianni Riocci, hijo de Dino y Emira, hizo del Aventino un sitio emblemático a donde acudieron todos los presidentes de la República, artistas de fama internacional, políticos, industriales, personalidades de la moda y la alta sociedad caraqueña. Nos encontrábamos frente a la quintaesencia del buen comer de la ciudad, pues no solo desfilaban platos antológicos sino que entre bocado y bocado, se podían decidir políticas del país.
El menú comenzaba con unos entremeses fríos como foie fras de Strasbourg; caviar Beluga o Ensalada de langostinos con arroz salvaje para seguir con los calientes escargots de Bourgogne, moules al vino blanco con curry y coquilles Saint Jacques que las acompañaban con peras. La infaltable sopa de cebolla gratinada, crema vichissoise y el gratiné au roquefort. Huevos poché al caviar o al estragón. Entre los pescados nunca faltaban los filets de dole au chablis, langosta chanteclaire o a la thermidor y el mero a la mantequilla de limón.
Las carnes ostentaban el muy francés chateaubriand con salsa bernaise, el entrecóte de agnus bordelaise y en las especialidades el lomito wellington, carnard a l´orange, entrecote de veau aux morilles farcies y el plato con certificado de degustación y apreciación, el famoso caneton á la presse. Cada orden de esta legendaria preparación de la gastronomía francesa era asentada en libros lujosamente encuadernados que rigurosamente llevaba Gianni Riocci. El comensal que lo degustaba recibía un diploma en primoroso pergamino debidamente numerado. El último caneton á la presse se sirvió la noche del viernes 20 de julio de 2001. Fue el número 46.570 y correspondió a quien escribe esta columna. Los certificados números 1 y 2 ostentan el nombre del entonces Presidente de la República Raúl Leoni y Menca Fernández de Leoni.
Personalidades de la alta gastronomía internacional, verdaderos cuarto bates, como Paul Bocuse, Alain Ducasse y Michael Rostang alabaron la confección del caneton que probaron en el Aventino.
El trabajo en los fogones se facilitaba gracias a la presencia de ingredientes locales de primera y a la existencia de una buena despensa de importados que llegaban a la mesa conservando sabores originales que enaltecían las botellas provenientes de la cava, verdadera caja fuerte ubicada en el subsuelo del restaurante de La Castellana y que sumaba más de 20.000 botellas.
Allí reposaban, entre la oscuridad, el silencio y la quietud (que solo alteró el terremoto de 1967) champañas Cristal, Dom Perignon, vinos Premier Gran Cru y otras antológicas etiquetas que acompañaban a la perfección las delicias que se servían en vajilla de porcelana alemana, con cubiertos de Christofle, las piezas de plata para el servicio en mesa y mantelería de hilo.
La iluminación también aportaba lo suyo, pues era cálida, tenue y legendaria ya que provenía de las lámparas restauradas del antiguo hotel Majestic. Imposible olvidar las cuatro lámparas napoleónicas que daban la bienvenida o la despedida, cuyos moros policromados sostenían los globos de luz que daban paso a los comedores. Un lugar donde el lujo no hacía fórmula con el nuevorriquismo. El lugar de la cuitas era la barra, estupenda pieza de madera tallada, herencia del Arizona, primer negocio de la familia Riocci.
Si los cocineros eran clave en el Aventino, la brigada de mesoneros no tenía comparación: muy profesionales, educados y discretos coronaban el placer en la mesa y conocían a la perfección los gustos de clientes asiduos.
La vida del restaurante Aventino, ubicado en la avenida San Felipe de La Castellana, marcó un hito en el mundo gastronómico, elegante y de auténtico savoir faire de Caracas.

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