Viciosidades

Muerte a las motolitas

Mosca muertas, santurronas, pisa bajito, tira la piedra-esconde la mano, o simplemente motolitas, son algunos de los adjetivos calificativos destinados a aquellas mujeres que gozan de una reputación de “niñas bien” ante la sociedad, pero que al mismo tiempo poseen una moral tan inestable y repugnante como los chavistas/enchufados que viven en el exterior; o como diría un buen amigo, los MUDifans que nos mandan a “prender las calles” desde la comodidad de sus hogares en Miami. Esto es lo que tengo que decir al respecto:

COMPOSICIÓN GRÁFICA: JUANCHI PARRA (@JUANCHIPARRA)
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Lo he dicho varias veces y lo vuelvo a repetir: no tengo miedo de decir lo que pienso. De antemano, pido disculpas si lo que leerán a continuación les genera cierta incomodidad, pero como verán, no tengo la culpa de que su doble moral se vea afectada por mis palabras. Después de todo, a mí me pagan por disparar líricas.

Hace más de cuatro décadas, la liberación sexual e intelectual de la mujer ha sido un tema del que todos tienen pleno conocimiento y de algún modo, lo han aceptado como una realidad a pesar de lo controversial del asunto. Mujeres que hoy día son iconos de nuestra cultura pop, desde Simone de Beauvoir hasta Madonna, nos enseñaron la importancia de disfrutar de nuestra sexualidad (y poder presumir de ella) sin rendirle cuentas a nadie. Incluso, un caso más cercano –aunque menos conocido- es el de la poeta marabina, María Calcaño, quien en la década de los 30 escribía versos como: “Me halló el hombre / echada sobre la arena, / descalza… / Divulgaban las ropas escasas / el cuerpo / prendido en la tierra / como una brasa/” o “Ábreme la vena / abundante… / que la tengo estrecha!”. Posteriormente, Calcaño se convirtió en una de las escritoras venezolanas más destacadas de su generación.

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Ahora que estamos en 2018, observo con preocupación el hecho de que todavía existan mujeres aferradas a conservar una imagen de “muchachas de bien”, a costa de juzgar la vida sexual de otras mientras cometen sus fechorías a escondidas de algunos. Por supuesto, este tipo de féminas le hace honor al famoso dicho: “Una mujer debe ser una dama en la calle y una puta en la cama”.

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Desde que trabajo como periodista para UB Magazine (hace poco más de un año), he recibido muchos comentarios negativos por parte de las motolitas. “¡Uy, no! No sé cómo puedes trabajar ahí… Yo no podría estar escribiendo y de repente ver a una tipa desnuda”. Sí, señores. Fin de mundo por escribir en una revista donde vemos a las modelos en cueros. ¡Qué Dios nos agarre confesados! Creo que ni siquiera mi hermana –quien es cristiana practicante- me ha hecho un comentario tan absurdo y moralista como ese. También están aquellas a quienes les he propuesto posar para el lente de nuestros fotógrafos tras ver una foto sensual en sus redes sociales, y me salen con un: “¡Uy, no! ¡Estás loca!”.

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A ver, no me molesta ser juzgada por trabajar en una revista para hombres, sino me hace mucho ruido (y gracia, lo confieso) recibir estos mini sermones de boca de quienes no tienen la autoridad moral para hacerlo. Aquí es cuando recuerdo la frase cliché: “No es lo que te digan, sino cómo te lo digan”.

Y no es por exagerar, pero verán: hasta los momentos no conozco a una chama más zanahoria que yo. No salgo a rumbear, no tomaba alcohol (hasta hace unos meses), nunca he fumado ni me he drogado, me visto como una monja, si revisan mi Instagram la mayoría de mis fotos son de muñequitos, siempre fui la galla de mi salón y mi vida sexual es más parecida a la protagonista de la película “Jamás Besada”.

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En fin, quienes me conocen de cerca, saben que esto es real. Sin embargo, a pesar de cumplir con el prototipo de “la chica buena”, yo me niego a encajar en este estereotipo y mucho menos caer en la victimización. Porque más allá de tener una reputación intachable, estoy consciente de que mi imagen de “chica buena” en algún momento puede transformarse (como también puede que esto no suceda). Y lo más importante aún: me niego a caer en el patrón de atacar a mi propio género a costa un puritanismo absurdo.

Me cansé de que las mosquitas muertas sigan atacando a otras mujeres por su manera de vestir o por su sexualidad, y al mismo tiempo actúan igual o peor que ellas, con la única diferencia que suelen salvarse de las habladurías por sus caritas de “yo no fui”. Por ello, hoy más que nunca les declaro la muerte a las motolitas.

Para aquellas que se sientan aludidas, les digo:

1. Debe haber coherencia entre lo dicho y lo hecho.
2. No anden de microondas por ahí, calentándole la oreja (y otras cosas) a los hombres si después no les van a cumplir.
3. Dejen la mojigatería a un lado, estamos en 2018.

Por ahora, yo seguiré defendiendo la libertad sexual de las mujeres. Esta vez desde mi escritorio, escribiendo sobre estas “niñas bien”, mientras los culos y las tetas de las modelos van desfilando frente a mis ojos por milésima vez.

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