Crónica

Liberados en Marcha: reinserción por y para expresidiarios

El edificio y centro de reinserción Liberados en Marcha fue construido gracias a donaciones que llegaron desde algunas cárceles y partidos políticos. Hoy, atiende a doce expresidiarios y se autogestiona. Sin embargo, busca el apoyo de la empresa privada para expandir el proyecto a una casa hogar que albergue, durante el día, a 60 niños del barrio El Milagro de Guatire, donde está la sede

Fotografías: Fabiola Ferrero
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La libertad no fue algo que pudo enfrentar con el ímpetu que sintió cuando, aún en la cárcel, le entregaron la boleta que le permitía, por fin, estar en la calle. Afuera, todo era confuso. Aturdía y producía miedo. El ruido, la gente, la incertidumbre, lo desconocido. Aquellos predios que tanto visitó, eran ahora zonas hostiles. Ya nada era como Argenis lo recordaba. Le costó reconocer calles, avenidas, cruces, rutas, caminos, aceras. Todo había cambiado en esos nueve años de encierro que tuvo que cumplir tras ser condenado por homicidio. Por ese tiempo, sus únicos recorridos fueron salir de una reja a otra. Estuvo preso en el Rodeo I, Yare, Tocorón y en el Internado Judicial de San Juan de los Morros. Después de ese periplo y de mucho trabajo, consiguió el beneficio que le dio la oportunidad de estar libre mucho antes de los 25 años que debía permanecer detrás de los barrotes.

«Adentro conocí a Cristo y con un grupo de pastores pacificamos El Rodeo I. Te estoy hablando de 1995. Fue un trabajo riesgoso, pero lo logramos. Después fuimos llevando el mensaje a cada uno de los penales a los que me trasladaron y así nació Liberados en Marcha», cuenta el pastor Argenis Sánchez. Él es un hombre alto y fornido; de piel caoba, sonrisa amable, mirada aguda y carácter fraternal, que habla de su pasado con aplomo. Fue una etapa de errores, aprendizajes, cambios, sueños y metas. Mientras evangelizaba y pacificaba, pensó en la posibilidad de construir, cuando alcanzara su libertad, un centro que ayudara a los recién salidos de las cárceles a adaptarse a esa nueva condición que significaba estar en la calle y ayudarlos a entrar en el mercado laboral.

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La idea quedó escrita en unos cuadernos que en El Rodeo I se usaban para dejar un registro de todo aquello que sucedía adentro y que se consideraba importante: las crónicas. Era el año 1995. «Muchos amigos salían, y volvían a entrar porque reincidían. Y lo hacían porque su único oficio era el del hamponato. Además, cuando uno sale y la gente se entera de que uno es expresidiario, nos ven como a una lacra, una rata… Hasta la familia da la espalda, así que uno se ve solo y con la tentación…», recuerda Argenis.

Un lustro más tarde de aquella idea rubricada en las crónicas de El Rodeo I, Argenis se liberó. Su régimen era abierto y por ello, lo remitieron a un Centro de Tratamiento Comunitario, en Ocumare del Tuy. Allí podía pasar las noches y hacer un par de comidas, pero no se le permitía quedarse durante el día. «Yo tenía que salir, tuviera o no que hacer. Ellos no lo ayudaban a uno a conseguir trabajo. En ese momento yo lo que hacía era buscar a mis amigos de antes —que eran hampa. Yo no me sentía del todo bien, no quería volver a caer, pero eran los únicos que me recibían sin verme mal. Pero fui fuerte, Dios no me abandonó. Pude aguantar la tentación y un año después ya tenía el terreno aquí en el barrio El Milagro de Guatire», explica.

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Con el terreno y las ganas, Argenis y un entusiasta grupo de pastores comenzaron a darle forma a la sede que albergaría a expresidiarios que quisieran recibir ayuda. La construcción empezó a andar en el 2001 gracias a las donaciones que los reclusos del Rodeo I comenzaron a ofrecer. «Yo fui a hablar con el carro —pranato. Dije que revisaran las crónicas de 1995, que ahí estaba escrito la idea y el fin de este centro. Ellos los revisaron y comenzaron ayudar. El dinero empezó a llegar y con él los materiales. Ya desde ese momento empezamos a recibir a muchachos que recién salían. Dormíamos en la construcción. Todo era muy empírico, porque nosotros no sabíamos nada de construcción. Así que tuvimos que parar. Fueron varios años detenidos porque además ya los muchachos que nos financiaban no pudieron seguir ayudándonos».

Pero Argenis no se dio por vencido. A pesar de la adversidad, él siguió con su idea fija. Cada vez que podía, hablaba de esta meta en sus largas jornadas evangelizadoras dentro de las cárceles. En una de sus pastorales, conoció a Humberto Prado, el director del Observatorio Venezolanos de Prisiones. «Ahí aproveché y le conté lo que queríamos hacer y lo que llevábamos adelantado. Él me citó en su oficina y ahí sí me explayé. Pero él no tenía dinero para ayudarnos. Así que nos presentó a Feliciano Reyna, el director de Acción Solidaria y gracias a él pudimos presentarle nuestro proyecto a Leopoldo López. Humberto decía que nosotros sentaríamos un precedente y no solo en Venezuela, sino también en Latinoamérica. Liberados en Marcha iba a ser el único centro de reinserción creado y regentado por expresidiarios para expresidiarios», dice con orgullo.

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Leopoldo López, a través de su partido político, Voluntad Popular, ayudó a Argenis. El centro es una realidad. La casa es un edificio de dos pisos, más la planta baja, que saluda a todo el que llega al barrio El Milagro de Guatire. Está levantado en el corazón de la avenida principal del populoso sector. Los vitrales de sus puertas descuellan cual milagro, entre aquel tumulto de ladrillos desnudos que dibujan humildes casas a su alrededor.

Tras seis años de brega, la construcción estuvo lista. Y desde entonces, es decir, desde 2007, ya de una manera mucho más formal, esta casa recibe a los expresidiarios que completan su rehabilitación en otro albergue de la misma fundación, que está ubicado en La Victoria. “Este es un trabajo integral porque aquí lo que buscamos es formar hombres nuevos. Por eso, completamos cuatro pasos. El primero es el abordaje. Se trata de ir a las cárceles y, además de llevar la palabra de Dios, abordamos a las personas y les damos a conocer el proyecto. El segundo tiene que ver con la captación, que es cuando nos llaman porque ya van a salir y quieren entrar al programa. El tercero, es la rehabilitación. Los que ya decidieron entrar al programa son referidos a una casa en La Victoria, donde tienen la posibilidad de desintoxicarse, comer, estudiar y bautizarse como cristianos. Al completar ese paso, llega el cuarto que es esta casa de reinserción», detalla Argenis.

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Al programa puede entrar quien quiera. El único requisito es transformar su vida. Hasta la fecha, en la casa de La Victoria hay 60 exreclusos que cumplen día a día con las tareas encomendadas. Y en la casa del barrio El Milagro, hay 12 que fueron remitidos desde La Victoria. «Aquí siguen con sus estudios. Para ello tenemos convenios con liceos privados de la zona, para que les den cupos a cambio de becas. También les enseñamos a trabajar. Hacemos convenios con empresas privadas, pero la mayoría que se nos acercan son las que ofrecen servicios de vigilancia, y la verdad esas no nos gustan, porque primero tienen mucho ocio en el trabajo, y el ocio es el peor enemigo, y después porque es un cargo que no les aporta aprendizaje ni crecimiento. Por eso, nuestro llamado incansable es al resto de la empresa privada, para que se acerquen a conocer nuestro proyecto y en consecuencia les den una oportunidad a estos muchachos», recita Argenis.

El tiempo de estadía es de mínimo seis meses. El tope lo establece cada uno de los inquilinos. «Aquí pueden quedarse el tiempo que necesiten. Hace poco se fue un hermano que tenía cuatro años. Ese fue el tiempo que se tardó en lograr un trabajo estable y reunir para poder sobrevivir, ahora sí solo, en la calle», agrega Argenis. Pero la estadía tiene normas y todas están establecidas según la formación cristiana —que es la columna vertebral de este ambicioso proyecto. Todos deben levantarse a las cuatro de la mañana a orar. Después de ese primer servicio, el encargado de la cocina prepara el desayuno, se sientan todos a comer y a las 5:30 AM ya deben estar saliendo a trabajar. Los que aún no hayan conseguido empleo, se quedan cumpliendo con sus responsabilidades en la casa: limpieza, mantenimiento y comida. La estadía en este centro es completamente gratuita. Lo único que se les pide es una colaboración semanal de mil bolívares. «Esto les enseña la responsabilidad de proveer o colaborar en casa», acota Argenis.

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La visión de Argenis no se detiene. Va por la construcción de una casa hogar que albergue, durante el día, a unos 50 o 60 niños del propio barrio El Milagro, para que allí encuentren un espacio de paz y provecho después de la escuela, ocupándose de sus tareas y de actividades extracurriculares. «Todo empieza a ir mal desde que estamos pequeños. Hogares rotos, violentos, cuya cabeza es mamá y ella tiene que pasar todo el día en la calle trabajando y los chamos desasistidos todo el día. Entonces, ¿qué hacen? Lo que les da gana, porque no hay autoridad que los controle. Pasan el día en la calle copiando la imagen del más malo del barrio —que es al que respetan por violento y porque gana dinero fácil. La única forma de erradicar eso, es creando un albergue para los chamos puedan estar a salvo mientras sus mamás trabajan», propone Argenis.

El espacio ya lo tienen. Gracias a las donaciones que la propia comunidad aporta durante los servicios de la iglesia, Liberados en Marcha ya tiene el terreno y unos primeros materiales. Sin embargo, les hace falta recursos para continuar. «El llamado es la empresa privada o a cualquiera que quiera colaborar con nosotros. Por ahora estoy pensando en vender mi carro para adelantar con ese dinero lo que se pueda. A los niños hay que rescatarlos. Ellos también son el milagro del hombre nuevo», concluye.

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Un grupo de pastores, encabezados por Douglas, recién salido de Tocuyito tras cumplir una condena de 15 años y siete meses, replicará la fórmula de la Fundación Liberados en Marcha, pero en Valencia.

El terreno fue donado por otro ministro evangélico, pero faltan recursos para comenzar la construcción. La mano de obra ya está presta, los mismos pastores y expresidiarios que se quieran sumar a la tarea. El pranato de Tocuyito podría ayudar, es una posibilidad que se mantiene como una idea aún no concretada. Por lo pronto, el Pastor Douglas pasa unos días en El Milagro para conocer de primera mano el funcionamiento y la gestión. Y con el pastor Argenis sostiene largas reuniones para idear la mejor estrategia que les permita replicar la iniciativa de Liberados en Marcha en un momento país tan neurálgico. «La fe y la constancia serán nuestros mejores materiales y herramientas», dice con convicción Douglas, un hombre que ha vivido el infierno y que lo sobrevivió fortalecido en la fe.

«Salir a la calle después de 15 años de encierro no es fácil. Uno se desorienta, porque afuera ya no existe el respeto que uno se ganó a pulso adentro. Pero con la ayuda de Dios y de mi esposa aquí presente, he ido andando en esta senda con fuerza. Flaquear y reincidir siempre es una tentación, pero la fe tiene que ser más fuerte», dice convencido.

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