Economía

Cuando ofrecer bolívares es un insulto en Venezuela

 –Ciento cinco –responde Irma. Su peinado es el centro de atención en la oficina. Ella sacude la cabeza y su melena se agita, lisa y sedosa. Se ha aplicado el más reciente tratamiento para alisar el cabello y sus compañeras se acercan para comprobar las excelencias del producto e indagar acerca de su costo.

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Por Milagros Socorro @MilagrosSocorro

¿Ciento cinco mil soberanos? –dice una, mirando al piso y mordiéndose la punta del dedo índice

¬–¿Ciento cincuenta millones de bolívares? –pregunta otra, con el tono de quien apela a una fábula.

–Espera, déjame calcular. ¿Cuánto será….?

–Son 105 dólares –remata Irma.

Se refiere a una peluquería de Caracas. Y dista mucho de ser la excepción. Para comprender el costo de algo, hay que decirlo en dólares. Una cifra en bolívares es una dato difícil de entender. Cada vez son más los bienes y servicios que se tranzan directamente en la moneda norteamericana. Mucha gente anda con billetes de dólar, en parte porque en muchos sectores ofrecer bolívares es un insulto.

El bolívar está en peligro de extinción. En la práctica, perdió su nombre. Aludido como “soberano”, (para establecer una diferencia con el cono monetario vigente hasta el 20 de agosto, cuando se produjo una nueva “reconversión monetaria”, que le quitó cinco ceros al hasta entonces llamado “bolívar fuerte”), ya casi nadie habla de bolívares.

Ahora se habla de “soberanos” o de dólares. Los soberanos sirven para comprar al menudeo en los mercados populares, pero casi todo los demás se hace en dólares o su equivalente en bolívares.

Se fijan en dólares las compraventas de inmuebles y automóviles, buena parte de los servicios profesionales, como las consultas médicas, odontológicas y veterinarias (lo mismo que las vacunas, incluso de bebés), las reparaciones de automóviles y electrodomésticos, las obras de arte. Muchas tiendas descartan otra moneda que no sea la norteamericana y ya no hay manera de retener un empleado, incluso doméstico, si no se le garantiza una porción del salario en aquella divisa. En dólares piden sus propinas los maleteros de los aeropuertos, las manicuristas y los parqueros de restoranes y locales de cualquier rango.

Pero lo que indigna al país es el descaro y la codicia con que los proveedores de servicios públicos, de estricta propiedad estatal, extorsionan a los usuarios, exigiéndoles pagos en dólares, además de las tarifas habituales, que pagan (en soberanos) por las pésimas prestaciones. Es situación conocida en todo el mundo que las ciudades y pueblos de Venezuela padecen prolongados apagones que dificultan –por no decir que imposibilitan- el trabajo, y convierten la vida cotidiana en un infierno. Lo que no suele comentarse es que, cuando los consumidores reportan la interrupción del flujo eléctrico, reciben la visita de un técnico de Corpoelec, la compañía estatal de electricidad (comparecencia tras desesperante demora), quien con la cara muy dura les notifica el daño de cierta pieza indispensable, generalmente, un transformador… para cuyo arreglo les exige miles de dólares. Así. Sin rubor.

Lo mismo se aplica al suministro de agua. Los camiones cisternas que llenan los tanques de los edificios se cobran en dólares con montos que aumentan de una semana a otra. En dólares escurridos por los callejones de la corrupción han tenido que pagar sus pasaportes muchos venezolanos que no podían esperar los meses de la burocracia socialista. Estamos hablando de pasaportes formales, expedidos por el Estado, que, sin embargo, solo pueden conseguirse mediante el pago de altas comisiones.

Estamos hablando, pues, de la privatización de los servicios públicos, (que supuestamente proporciona el Estado con grandes subsidios). Peor que eso. En la realidad, los venezolanos pagan los colapsados servicios públicos a precios de fluctuación sujeta a un mercado implacable, dada la escasez, y en moneda distinta a la establecida en 1879 con la efigie de Simón Bolívar. Es decir, se pagan a precio de oro y en dólares.

“¿Sabes qué?, el taller mecánico, para entregarme el carro, tengo que pagarle en dólares…”. Así comienza el comercial protagonizado por Marianella Salazar en Instagram.

Expulsada en agosto de 2017 de la radio, medio donde había desplegado una exitosa carrera por décadas, Salazar ha convertido la red social en vehículo para su oficio. En estos días, difundió un comercial de Maru Consign (venta de objetos de lujo de segunda mano) donde aparece frente a su clóset abierto. “Así que voy a agarrar una de estas carteras y se la voy a dar a Maru Consign. ¡Esta es Chanel! Ya. Listo”.

La propaganda de Marianella, con toda seguridad concebida por ella misma, que es una gran conocedora del acontecer nacional, es metáfora de la descapitalización de un país rehén, forzado a desprenderse de lo que tenga, para saciar las exigencias de un régimen secuestrador. Por cierto, el hampa (común, guerrillera, policial, sebimera y colectivera) hace mucho que no acepta bolívares. Hasta los malandros se sienten insultados si se les intenta dar moneda de curso nacional. Mucho menos, soberanos, esos pobres émulos del marco alemán de la república de Weimar. Lo de ellos son los verdes. ¿O acaso usted ha visto un sancionado a quien le hayan congelado sus cuentas en bancos venezolanos?

No falta quien plantee la implantación en Venezuela de la codiciada divisa estadounidense. Sería uno de los hitos del chavismo, la definitiva destrucción del bolívar. En los hechos, ya eso está en marcha. El bolívar es moneda de pobre, pasto de hiperinflación. Papel sin valor.

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