Opinión

El hambre como arma de guerra

"Rusia tiene todo el trigo que necesita Venezuela, acabaremos con las mafias panaderas", aseguró Maduro, quien culpa a los empresarios del pan por las largas colas en sus establecimientos y del racionamiento que sufren los consumidores.  El presidente también culpa a los empresarios de la comida de una guerra económica, con esto pretende justificar su incapacidad para solucionar el problema de hambre atroz que está padeciendo el pueblo venezolano.

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Texto: Noel Álvarez

La producción rusa de trigo en el último año fue de 73 millones de toneladas  métricas, la de China 130 millones de toneladas y Bielorrusia con otra importante producción, record para la zona, pero los panaderos venezolanos no ven el trigo, ni la harina, y cuando esta última les llega es a través de la fatídica “mordida”,  lo que les obliga a incrementar el precio del producto hasta niveles estratosféricos, mientras que sus empresas languidecen por efectos de la crisis. Los tres países en cuestión, son socios comerciales de Venezuela, pero es un hecho que la compra de armas deja mayores dividendos a los perros de la guerra.

Los cereales dominan el comercio mundial de alimentos con 700  millones de toneladas métricas, señala la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). A pesar de que, según esta organización mejoraron las perspectivas de producción de cereales en el mundo, en algunas regiones de África y Asia donde los conflictos armados no cesan, no logran acceder al trigo porque los dictadores no permiten la ayuda humanitaria. “La verdadera libertad individual no puede existir sin seguridad e independencia económica. Las personas que tienen hambre o no tienen trabajo son carne de cañón para las dictaduras”, dijo Franklin Roosevelt.

Las personas que padecen hambre harán cualquier cosa para poder comer, lo que significa que aquellos que tienen el control sobre los alimentos lo utilizarán en beneficio propio. Henry Kissinger, en 1974, sugirió el uso de los alimentos como arma para la reducción selectiva de la población, según aparece en un informe conocido como: Implicaciones del crecimiento de la población mundial para la seguridad de Estados Unidos. Allí se proponía  cancelar las ayudas alimentarias a los países en desarrollo hasta que estos aprobaran políticas de control de su población. Es decir, los alimentos serían utilizados como cualquier otro método de presión para obligar a los países a aplicar las políticas deseadas por quienes manejan los hilos del poder mundial.

En particular, esta táctica solo funciona como un arma contundente en los territorios en los que se produce un severo colapso económico y que cuentan con pocos recursos para la producción de alimentos. Con la escasez de comida en Venezuela y los altos precios de los productos, seguramente en el alto gobierno habrá alguna mente maquiavélica quien piense como Kissinger con la única intención de seguir la fiesta del poder incontrolado. Como van las cosas, con tantas personas comiendo de la basura porque el régimen no los atiende, ya vendrán programas destinados a la aniquilación de venezolanos por inanición. Hoy, sin embargo, pareciera que el mundo entero estuviese recibiendo un arsenal de bombas basadas en los alimentos, ya que, de múltiples formas se le está impidiendo el acceso a la comida a muchas personas.

Lo que ha sido una táctica utilizada hace muchos años en el control de la ayuda alimentaria para la reducción de la población, se ha vuelto ahora algo más complejo y amplio. El incidente más antiguo documentado de la intención de usar el alimento para controlar a los enemigos está registrado en textos hititas del 1500-1200 a.C., en el que víctimas de peste fueron conducidas hacia tierras enemigas y obligados a comer centeno, un cereal que trae un hongo parásito que produce la enfermedad del ergotismo cuando se ingiere.

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