Opinión

Los héroes olvidados

Emigrar es un postgrado que se escribe con sudor, lágrimas y nostalgias. Un camino empedrado y en subida. Ricardo Adrianza confiesa que no puede estar más que orgulloso de ver a nuestros jóvenes en ese andar decidido que les servirá para abrazar sus sueños.  

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los héroes olvidados

La situación venezolana ha dado espacio a miles de historias que se debaten entre alegrías y tristezas, siendo las segundas las que ocupan mayor centimetraje. No ha sido fácil para muchos gestionar sus emociones en medio de la distancia que los separa de sus familiares. Como tantas veces he escrito, mi familia no ha sido la excepción.

Mis hijas Daniela y Patricia fueron las primeras en emigrar. Aunque, quizás, las condiciones eran distintas a la de otros jóvenes, estoy seguro que sintieron un vacío muy grande. El mismo que sentimos los padres cuando vemos a nuestros hijos partir.

No todos tienen la dicha de llegar a casa de un familiar o de un amigo. La mayoría rasguña cada centavo ahorrado para procurarse un techo y la mínima provisión de comida diaria, en ese periodo de adaptación que transcurre desde su llegada hasta el momento que consiguen un trabajo decente.

Nuestros hijos toman su camino por decisión propia, generalmente una vez culminada su carrera universitaria. Forjar un futuro lejos de la tierra que los vio nacer no es tarea fácil y lo sufren, al apartar sus raíces y enfilar sus objetivos en adaptarse a una nueva cultura y a la idiosincrasia de una sociedad poco conocida.

Esta referencia a mis hijas no la hago de modo alguno para relatarles su historia. Pero sí para alertar que continuamente nos lamentamos del sentimiento perverso que se cuela en el alma –que tantas veces nos limita vivir la vida de la manera que estamos destinados a vivirla– y nos olvidamos que no solo sufrimos los que nos quedamos, también sufren, quizás más, los que se han ido.

Precisamente esto último es lo que quiero destacar. Continuamente nos cuestionamos por la “mala suerte” de no tener a nuestros hijos cerca, pero nos olvidamos que ellos también abrazan la distancia para vencer sus miedos, incluso para vencer los nuestros.

Resulta desgarrador encontrar compatriotas en las calles y semáforos de otros países, para procurarse un mínimo sustento. Es, por demás común, ver a los nuestros en labores muy distintas a las de su formación profesional. Así, vemos a ingenieros, contadores, abogados y doctores trabajando como meseros, personal de limpieza, taxistas y vendedores en tiendas o sitios de comida rápida, por ejemplo.

Historias hay muchas, pero un único motivo para juntarlas: un país desgastado –con un arsenal de recursos naturales incalculables– les escondió el derecho de crecer y desarrollar sus carreras en el país donde se formaron, e incluso, donde muchos destacaron.

Los que nos quedamos, tenemos a nuestro favor aferrarnos a ese sentimiento de orgullo de verlos crecer y cultivar sus familias con los mismos valores que les hemos inculcado. Eso está bien y nos ayuda a paliar ese sentimiento de ausencia, pero somos egoístas y nos olvidamos del dolor y el sinfín de amargas experiencias que –en el camino de la migración– transitan nuestros héroes olvidados.

No obstante, muy pocos se quejan. Tienen en sus mentes el norte muy claro: procurarse un futuro mejor y apoyar a sus familias desde lejos, principalmente.

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Hay también historias menos dramáticas que son inspiración para muchos. Emprendimientos exitosos que llevan impresos el sello de venezolanidad, que se abre camino alrededor del mundo. Esto es lo más rescatable y constituye un incentivo especial para muchos.

Estoy convencido que, este proceso de tantos años –a la par de doloroso–, parirá mejores personas, porque ya muchos son grandes profesionales. Esto indudablemente es alentador para el futuro de nuestro país, porque estoy seguro que muchos regresarán con la vivencia de haber aprendido a mirar sin arrogancia el otro lado de la vida.

Regresarán más humildes y bondadosos. Comprenderán el sentido que tiene colocarse en el lugar del otro. Reconocerán la valía que tiene cada oficio u profesión. Serán más humanos y sensibles, todo ello para sumar a la reconstrucción de un país golpeado en todos sus ámbitos.

Esa generación será el pilar de fuerza y madurez para el desarrollo de una sociedad más justa. Estará dispuesta a perdonar para construir. Estará consciente de las alegrías que se esconden en las pequeñas cosas de la vida.

Emigrar es un postgrado que se escribe con sudor, lágrimas y nostalgias. Un camino empedrado y en subida. No puedo estar más orgulloso de ver a nuestros jóvenes en ese andar decidido que a la postre les servirá para abrazar sus sueños.

Aun así, muchos se empeñan en destruir y desestimar el coraje que conlleva dejar atrás años de estudio, de carrera y lo más preciado: ¡el calor de familia!

Por ello les invito a olvidar las críticas y respaldar el esfuerzo que estos misioneros hacen a diario. ¡Aplausos de pie para los héroes olvidados! Esos que, en un futuro muy cercano, traerán sus experiencias para construir una nueva tierra.

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