No recuerdo el año, pero sí lo que escuché. Yo vivía en Maracay y venía a Caracas con frecuencia. Una tarde, a la altura del kilómetro 44, se me fue la señal de la radio Victoria 103.9 FM, la única que se escuchaba con nitidez en esa zona. Se oían ruidos desagradables, como golpes y motores. Al fondo, voces ininteligibles. Pensé que se me había dañado el radio y puse un cassette. Cuando llegué a la altura de la pantalla atirantada, que era más o menos donde se comenzaban a recibir las señales de las radios de Caracas, en todas se escuchaba lo mismo. “Se me dañó el radio”, pensé.
Pero justo cuando iba a apagarlo, escuché la voz de Chávez: estaba en cadena, manejando un taladro que abriría uno de los túneles para el “tren bala”, aquel proyecto milmillonario que hoy yace en el olvido, con sus hierros oxidados y maleza rodeando las inmensas estructuras de cemento. Llevaba como 20 minutos en cadena sólo haciendo aquellos ruidos. Quienes lo vieron por TV sabían, quienes lo escuchábamos por radio, no.
Así fue casi todo lo que Chávez hizo: un circo con muchos payasos, empezando por él, que anunciaban obras rimbombantes que costarían miles de millones de dólares, de las que muy pocas se concluyeron. Pero su círculo íntimo se enriqueció groseramente a costillas del sufrimiento que hoy padece el pueblo venezolano.
Por eso, no tienen obras para ponerles los nombres de sus iconos revolucionarios. Entonces acuden a las construidas por la República civil. Así, vimos cómo al Parque del Este le quitaron el nombre de Rómulo Betancourt, a la represa del Guri el de Raúl Leoni y también al de la autopista Rafael Caldera. Ahora se llaman Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Cimarrón Andresote, respectivamente.
Un país anclado en el siglo XIX, donde el procerato es meramente militar, cuando quienes lograron hacer de Venezuela un país moderno, que ha podido entrar al tercer milenio como un país desarrollado, fueron los civiles. Y no sólo los gobernantes. Había un batallón de gente brillante, trabajadora, con ganas de construir un país.
Ahora, una vez más y parece que esta vez sí va, viene el cambio de nombre de la autopista Francisco Fajardo. “La continuación del proceso de descolonización”, dijo Maduro, contradictoriamente quien nos ha llevado de vuelta a la colonia en términos de producción y economía.
Francisco Fajardo, dijo Maduro, fue un genocida. No hay ningún documento histórico que avale esa afirmación. Fajardo fue uno de nuestros primeros mestizos, hijo del Capitán Francisco Fajardo “El Viejo” y de la cacica Isabel, una guaiquerí. ¿A quién iba a matar Fajardo, si por sus venas circulaba sangre tanto española como indígena?
Fajardo fue uno de los primeros conquistadores en recorrer la zona centro-norte del país, donde fundó varios poblados, entre ellos la actual Caraballeda y una primera fundación de Caracas, que consolidó Diego de Losada. Fajardo murió ahorcado y su cuerpo fue luego despedazado. Le negaron el derecho a juicio. Al parecer, al justicia mayor de Cumaná, Alonso Cobos, no le había hecho gracia que Fajardo –el mestizo- hubiera encontrado una mina de oro en los terrenos de la costa y lo mandó a matar. Luego Cobos fue juzgado y condenado a muerte por el asesinato de Fajardo.
El preámbulo de la constitución vigente dice claramente que tiene “el fin supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia…” ¿Acaso dentro de la multietnicidad no entran los mestizos? ¿es que acaso en Venezuela la grandísima mayoría somos qué?… ¿españoles? ¿indígenas? ¿negros? ¡No! Somos mestizos. Pero en vez de ocuparse de los problemones que tenemos en Venezuela, Maduro prefiere mirar hacia otro lado y hacer paparruchadas. No estamos para maniobras que distraigan la atención de los verdaderos problemas. Hay hambre, hay necesidades ilimitadas, hay pandemia. Y encima, me imagino que habrá alguien detrás del negocio que significa cambiarle el nombre a esa arteria principal de nuestra ciudad.
Ahora la autopista se va a llamar Guaicaipuro. Sin desmeritar el valor y el arrojo del cacique, la mayoría de las historias sobre él fueron inventadas por Arturo Hellmund Tello, Antonio Reyes y mi tío abuelo Pedro Centeno Vallenilla. Hace justo un año, publiqué en este mismo portal un artículo donde expliqué cómo y de dónde habían salido esas leyendas, cuando Erika Farías estaba en el merequetengue de cambiarle el nombre a la autopista.
Si quieren poner nombres “descolonizadores”, que le pongan nombre al adefesio de pirámide rosada que construyó Barreto cuando fue alcalde, hoy cercada, lo que hace que por fortuna se vea poco. O al cohete-pene, pene-cohete, horrendo también, que instalaron en la Plaza San Jacinto. O a los restos del tren bala chino, símbolo del chavismo en todo su esplendor.
Para mí, la autopista seguirá llamándose Francisco Fajardo. Sé que para la mayoría también. Mientras, el patético revisionismo histórico chavista seguirá haciendo de las suyas, para tapar realidades que no se pueden tapar, para distraer la opinión pública cada vez más contraria al régimen y por supuesto, para terminar de raspar la olla, cada vez más vacía.