Opinión

El nuevo liderazgo

La cuarentena impone a las empresas una reflexión estratégica. En la práctica, la nueva realidad impone la sustitución de la jerarquía por la influencia individual de cada integrante de la organización

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Foto Nataliya Vaitkevich / Pexels

¡Cuántas cosas han cambiado en este poco más de un año de receso obligado por los efectos de la pandemia en nuestro país! El trajín de vivir apresurado, la forma en que nos conectamos y el respeto absoluto por la vida han sido factores latentes en todo este tiempo.

Un año en que las alegrías se mezclan con la ansiedad que se genera por las tristes noticias que nos llegan a diario, hoy con mucha más fuerza que en el pasado. Sin embargo, siendo así, me atrevo a decir que esa comunión entre alegrías y tristezas no es tan perversa. Al fin y al cabo, esa es la esencia de la vida: la alegría de sentirnos vivos y agradecidos con lo que tenemos y hemos logrado y las tristezas que, en definitiva, nos reportan grandes aprendizajes. El yin y el yang de la existencia.

Esta reflexión de vida, esta pausa obligada, no solo es necesaria hacerla de manera individual. Es muy necesaria —me atrevería a decir que mucho más— la reflexión estratégica que, en las empresas, debe desprenderse ante esta nueva “realidad” que en la práctica impone la sustitución de la jerarquía por la influencia individual de cada integrante de la organización.

Esto último concilia con una de las leyes de liderazgo propuestas por John Maxwell —ley de la influencia— donde expresa: “Tener una posición de mando te ayuda por un tiempo, pero no por mucho tiempo”. Es indudable que, en el necesario distanciamiento laboral presente en nuestros días, la idea de que el liderazgo no se impone cobra fuerza de manera arrolladora.

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Foto Anna Shvets / Pexels

Ahora bien, en este devenir traumático que supone liderar a distancia, se hace necesario cultivar los lazos de confianza con los colaboradores y crear oportunidades para fomentar el desarrollo del liderazgo joven, esos que a la postre serán nuestros mejores embajadores en la consolidación de la marca que representamos y del servicio que prestamos.

La urgencia de incorporar a las nuevas generaciones de una organización en el barco de la adaptación y transformación es avasallante. Si no lo hacemos, perderemos fuerza y capacidad de sobrevivir en un entorno plagado de pesimismo.

Además —bajo este contexto de trabajar en solitario —, los colaboradores están ávidos de sentirse conectados, de que los tomen en cuenta y de incorporarse en tareas que no solo supongan el cumplimiento de sus asignaciones, sino la incorporación en proyectos especiales que los hagan partícipe de los objetivos grupales; en conclusión, no comulgan con el estilo de liderazgo que se practicaba en la era pre-covid 19.

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Estudios recientes afirman que la pandemia ha provocado en los millennial un sentido más profundo de responsabilidad individual y una comprensión amplia de las necesidades de su entorno. Y eso es una magnífica noticia, ya que este sentimiento de comprensión resalta de manera exponencial las bondades de adaptarse a los nuevos tiempos y el nacimiento de una nueva comunidad dentro de las empresas que algunos llaman influenciadores, y que prefiero llamar “líderes impulsores”. Estos nacientes líderes gestionan iniciativas y son creyentes obsesivos del liderazgo basado en valores y perfiles de influencia, y no basados en el cargo.

Los rasgos de los impulsores

Luis Maturén —CEO de Datos Group— e Italo Pizzolante —socio de Pizzolante Estrategia—, después de un dedicado trabajo de investigación publicado en un artículo identificado como El Fin del liderazgo, definieron los rasgos de comportamiento que son comunes en estos “impulsores”. A continuación, resumo lo más resaltante:

1. Es humilde. Identifica sus limitaciones y siempre está dispuesto a escuchar. Reconoce que cualquier persona sin importar su nivel, puede ser una fuente de conocimiento y de nuevas ideas.

2. Busca un propósito a su trabajo. Reconoce la finalidad de su labor, identificando cómo ayuda y agrega valor a otros.

3. Es agradecido. Valora el apoyo de la empresa y de sus compañeros para el logro de los objetivos.

4. Aprecia los desafíos. Concibe los nuevos desafíos como una oportunidad de aprendizaje e invita a otros a perder el miedo y a entender que el fracaso solo se convierte en desventura cuando no se obtiene un aprendizaje.

5. Es persistente. Considera que el éxito es una consecuencia directa del esfuerzo y del trabajo continuo, y no tanto del talento nato. Supera los obstáculos y lo sigue intentando a pesar de las adversidades.

6. Se estimula intelectualmente. Mantiene interés en aprender y se documenta constantemente sobre todo tipo de temas, y busca inspiración de estos para generar nuevas ideas.

Foto Anete Lusina / Pexels

En la firma que represento —Mazars en Venezuela— hemos entendido el reto que supone liderar en la distancia y promover actividades descentralizadas que nos permitan desarrollar sistemas de trabajo eficientes, que agreguen valor a nuestros clientes y que deje una marca imborrable de excelencia en cada integrante de nuestra organización. Todo ello cónsono con nuestra visión de ser líder en dar valor a las empresas y la sociedad impulsando economías sanas y transparentes.

Lo perentorio entonces es identificar en nuestras empresas a estos impulsores y generar la sistematización de una cultura de liderazgo que promueva la mejora continua, fundamentada en la inclusión y la capacidad de influir positivamente, y no en la jerarquización. En resumen: ¡no es la posición quien hace al líder, es el líder quien hace la posición!

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