Opinión

Táchira: cuando la cabeza está en otro lado

En esta columna, Carlos Domingues analiza los factores externos que pudieron haber incidido en la derrota por las semifinales de la Copa Sudamericana ante Independiente del Valle

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Táchira
Diseño: Yiseld Yemiñany |EFE

Desde aquí, uno siempre quisiera contar historias positivas, alegres. De trascendencia, de quebrar la costumbre, que terminen con lo habitual. Sin embargo, no siempre será así. La mayoría de las veces no será así.

Táchira nos regaló una ilusión tremenda tras eliminar a Santos en los Octavos de Final de la Copa Sudamericana. Tal logro, en la dimensión de lo que representa, eliminar a un aquilatado e histórico club mundial y de paso, brasileño, país cuya hegemonía en competencias continentales es aplastante en los últimos años, significaba optimismo de cara a lo que podía venir después.

Ese optimismo no es venta de humo. No amigo lector. La trascendencia de lo logrado ante Santos era el elemento fundamental para poder pensar que sí se podía alcanzar la semifinal eliminando a Independiente del Valle. Sin embargo, hay aspectos que no son futbolísticos, ajenos a cualquier análisis meramente de lo que ocurre en el campo, que debían ser tomados en cuenta en este momento tan crucial en la campaña de Táchira.

“Aquí hace ya días que lo que menos se habla es de fútbol”, me decía alguien del equipo el lunes justo antes del partido de vuelta en Quito. Y es que más allá de que la directiva haya cancelado dos meses de la deuda de tres que se sostenía con la plantilla, el malestar interno entre jugadores y cuerpo técnico influía. La denuncia del retraso, horas antes de disputar el clásico contra Caracas, destapaba ese factor que muchas veces obviamos y que en el fútbol, como en la vida misma, es intrínseco: si la cabeza está enfocada exclusivamente en la meta, el éxito es posible.

Y la cabeza estaba en otro lado. Uno entiende los esfuerzos que hacen los directivos del fútbol venezolano por estar al día con sus planteles, pero en un momento tan importante de la historia de la institución, tan crucial incluso en el futuro económico, no podían pasar estas cosas. Justo después de eliminar a Santos, Táchira ha entrado en un bache de resultados que le han apeado de la Sudamericana y lo mantienen en vilo en el último lugar que da acceso al G4 en el campeonato, donde se clasifica a Libertadores y se pelea por el título absoluto: tres derrotas consecutivas y cinco partidos sin ganar, después de aquel 3-0 a Metropolitanos.

Y siempre hacemos un análisis futbolístico de lo que ocurre: que siempre lo mismo, que nunca se mantiene la concentración cuando el marcador está a favor, que se comenten errores infantiles, que el futbolista venezolano no está preparado para mantener el enfoque en el concierto internacional, pero se nos escapa que el futbolista es ser humano, que siente, que padece y que su concentración no solo depende de un alto nivel de atención en lo meramente futbolístico, sino el todo. Y cuando la cabeza está en otra parte, los riesgos son mayores.

Haga un ejercicio: cuando usted discute con su pareja, tiene un problema de deuda o alguna dificultad relacionada con una necesidad, su desempeño laboral puede ser óptimo pero la cabeza está en otro lado. Y se lo digo, me pasa algo similar en este momento. Para escribir esta columna me he llevado casi toda la mañana tratando de concentrarme en lo que quiero escribir y se me dificulta enormemente. Espero, amigo lector, que de tanto revisarlo y leerlo, usted pueda comprender lo que he tratado de decir aquí.

“Aquí hace ya días que lo que menos se habla es de fútbol”. Esa frase tremenda evidencia que la cabeza del futbolista estaba también pensando en otras cosas, en los problemas, en las necesidades. Y en el fútbol de alta competencia, eso se paga caro.

Gracias, Táchira, por regalarnos a los que amamos el fútbol venezolano una ilusión. Gracias, afición aurinegra regada por Sudamérica, por acompañar al equipo. Todos hicieron su trabajo.

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