Este contexto político en el que vivimos ha hecho que, sin querer, mi vida esté atada a la sombra de mi tocaya, María Corina Machado, más aún considerando que con este nombre he tenido que trabajar con militares en empresas del Estado, en la Asamblea Nacional con opositores que no la soportan y en las calles, como periodista que cubre política. En todos los escenarios, mi nombre de pila nunca dejó de traer impresiones, comentarios, chistes, alabanzas o desagrados.
Sin embargo, lo más curioso es que con todas las personalidades del medio que me ha tocado conocer o entrevistar en mi carrera, parece increíble que nunca había tenido la oportunidad de toparme con ella.
Honestamente tampoco era algo que me quitara el sueño, pero en el momento que se me presentó la oportunidad, no lo dudé. Tenía que saber quién era esa mujer que sin querer, se había adueñado de mi identidad: la otra María Corina. Así que me aventuré en una de sus famosas giras.
Eran las cinco de la mañana cuando sonó el despertador; a pesar de que desconocía la agenda en su totalidad, reconocí que iba a ser un viaje agotador. Eran tiempos muy cortos, tomando en cuenta que se iba a recorrer dos estados viajando por carretera venezolana para cumplir con diversas actividades.
Llegué a la casa de Vente Venezuela, su partido. Ella había sido la primera en llegar. Tenía un trato bastante maternal con su equipo, a pesar de que no pudo ocultar cierta tenacidad que mantenía por la impuntualidad de las personas que faltaban.
Me presenté y hubo un silencio sepulcral, la gente a su alrededor pensaba que estaba bromeando cuando dije mi nombre, pero ella me contestó entre risas “ay, tú eres María Corina. Cuando lleguen los colectivos y pregunten por mí, ya sabemos a cual María Corina les vamos a enviar”.
Esa respuesta fue un poco más original, pero tampoco me gustó.
Empezamos el viaje. Ella se adelantó porque el autobús donde íbamos el resto de los periodistas y su equipo llegó tarde. A lo largo del viaje pude observar cómo las personas que trabajan de la mano con ella la adoran y la curiosidad empezó a florecer en mí. Necesitaba saber qué era lo que veían ellos que yo no terminaba de ver en María Corina.
De todas formas, mi curiosidad fue interrumpida al percatarme de que estábamos «acompañados» por al menos uno o dos Chery blancos sin placa, que tenían una habilidad particular para aparecer y desaparecer sin que uno se diera cuenta. Claramente pertenecían al Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin).
Venezuela sí es de todos
La «persecución» que sufre María Corina Machado no es del todo un mito y a lo largo de la gira hubo picos en los que inclusive me sentí ahogada y vigilada. Aunque los funcionarios (que son perfectamente identificables a pesar de que traten de camuflarse en el público) no hacían nada más que tomar fotos y videos, pero la presión psicológica que produce su presencia es realmente intensa.
El equipo de la coordinadora de Vente me comentaba que la presencia de los funcionarios de la policía política ya se ha vuelto común en la agenda de la exparlamentaria. De hecho, me contaron anécdotas que han tenido la oportunidad de vivir con ellos, en las cuales María Corina ha tenido que darles comida porque el organismo no les da los recursos para la comisión.
No obstante, hubo historias que me causaron gracia, como por ejemplo una en la que el funcionario de turno tuvo que pedirle a María Corina que se tomara un selfie con él porque su esposa lo iba a botar de la casa. No le creía que esa mujer girara tanto y él tuviese que dejar su familia los fines de semana para «cubrirla».
A pesar de que varias carcajadas se hicieron resonar con el cuento, yo no podía dejar de pensar en la fortaleza que hay que tener para convivir con el miedo.
Estar rodeada de los funcionarios del Sebin las 24 horas del día, los siete días de la semana, tiene que mantenerte aterrada, porque a pesar de que tu vida transcurra con normalidad en presencia de ellos, no tienes consciencia de cuándo va a ser el momento en el que ellos decidan llevarte a la cárcel, o cuando pueden utilizar algo genuino en tu contra.
Así que le pregunté a María Corina ¿Cómo hace? ¿Cómo es que no se agota? ¿De dónde saca la fuerza? y me respondió de la forma más política que pudo: «de mi convicción». Admito que quedé un poco decepcionada de la respuesta; no se qué estaba esperando que me contestara, pero no me parecía suficiente, hasta que me dijo «si nosotros no hacemos esto y lo hacemos bien, perdemos Venezuela».
Para muchos, podrá parecer una respuesta más de un político más, pero al cuestionarme por qué sigo aquí, trabajando como periodista en un país que se cae a pedazos, no pude sino responderme exactamente lo mismo. Si hay algo que nos une a todos los que seguimos aquí, independientemente de la ideología, es que creemos en el país y al menos, eso sí lo pude sentir.
Cada venezolano, desde su espacio -esté en el país o no- le ha tocado eventualmente trabajar por Venezuela o aportar directa o indirectamente con sus acciones y María Corina los incluyó en un todo. Inclusive a la diáspora.
Noté que a ella no le gusta que se le otorgue a Venezuela una impresión de que «el país se ha desangrado de un capital o un recurso humano»; considera que es «todo lo contrario».
«Eso está allí, luchando por una parte y siendo una función muy importante de sensibilización y alineación de las fuerzas internacionales» porque los que se fueron están «preparándose, formándose, articulando, yéndose en los multilaterales, metiéndose en las empresas trasnacionales y cuando este país empiece su reconstrucción, ahí van a haber venezolanos en el Fondo, en el Banco Mundial, en la CAF».
Sin embargo, lo más tierno de su respuesta, fue cuando nos dijo con una sonrisa enorme y los ojos brillosos de la ilusión «bueno, ni hablar de los que van a volver».
Seguid el ejemplo que el interior de Venezuela dio
Ese tipo de expresiones que hacía cuando hablaba a futuro me hacían ver una María Corina que no era la clásica que vemos cuando se monta en una tarima. Tiene un toque maternal y poco a poco empecé a notar lo que ven en ella los que la rodean.
Mi impresión más grande es que este sentimiento no se limitaba a su equipo de trabajo. En el interior del país, la fundadora de Súmate es adorada y eso me produjo algo cercano al shock; los que vivimos en la burbuja caraqueña sabemos lo que a la coordinadora de Vente Venezuela le ha costado capitalizar el apoyo en Caracas.
No obstante, en el interior la historia es distinta. Vi personas llorar al tocarla; otras nerviosas porque «la iban a ver»; señoras de la tercera edad, que apenas podían caminar, montarse en muros para mirarla.
Tiempos prolongados se tomaba María Corina para poder entrar o salir de un evento porque la gente no la dejaba avanzar. Siempre querían una foto con ella, darle una carta, un rosario o simplemente tocarla.
No veía eso desde la segunda campaña del excandidato presidencial, Henrique Capriles, y ella lo logró sin medios de comunicación.
María Corina no aparece en televisión venezolana desde hace cuatro años -a excepción de Con El Mazo Dando, donde es invitada «especialmente» cada semana-; Radio Caracas Radio (RCR) es prácticamente el único medio radial que le ha dado un espacio y los pocos medios que la cubren son digitales, en un país donde el acceso a internet abarca un porcentaje mínimo.
Esto me cambió el concepto. Ella no es, ni remotamente, la política más menospreciada de la cúpula política venezolana y ciertamente Caracas no es Venezuela.
Este último punto es muy importante. Hay venezolanos esperanzados, hay venezolanos que no están únicamente pendientes de irse del país, pero la gran mayoría están en el interior, o al menos esa fue la impresión que me dio.
La sociedad civil de estos estados está en constante actividad, haciendo asambleas de vecinos, encuentros con políticos, protestas y manifestaciones y lo más interesante es que esto no es inherente a las zonas o poblaciones más pequeñas.
De hecho, la primera actividad a la que asistimos fue en un pueblo de Yaracuy, ubicado en Guama, llamado San Pablo. Según los vecinos de la zona, ese pueblo no ha sido visitado por ningún político desde la segunda campaña de Carlos Andrés Pérez. Sin embargo, están constantemente en actividad de protesta.
También, en una caminata que se hizo en Chivacoa, los estudiantes y profesores de la universidad que se encuentra en esta localidad, planificaron asistir a la actividad en lo que culminara su acto de graduación con una bandera de Venezuela para apoyar a María Corina Machado.
La apatía no es lo que precisamente reinaba en estas locaciones, y tampoco el miedo. María Corina se bajó en el hospital Dr. Tiburcio Garrido. Lo primero que pensé fue «no te van a dejar pasar, amiga. Eso es obvio», pero una vez más me calló la boca.
Apenas entramos, las personas la rodearon para vociferar miles de denuncias acerca de las condiciones en las que está el centro de salud. Las madres, desde el piso de arriba, le pedían que subiera y la miliciana la dejo pasar sin prensa.
Aunque la mantuvieron en el piso de abajo y no pudo subir, las enfermeras, los trabajadores, el personal de vigilancia y administrativo hablaban con ella a pesar que los efectivos del Sebin estuviesen presentes haciendo ronda, o los milicianos de turno estuviesen custodiando.
La esperanza que inyecta la actitud con la que afronta la situación el venezolano que se encuentra en el interior del país es completamente contagiante, y entendí por qué María Corina parecía una niña llena de emoción antes de salir de Caracas.
Este impulso de esperanza es algo que cualquier político necesita para seguir en la faena y ciertamente en la ciudad de los techos rojos es escaso, por no decir inexistente.
La multiplicación de los hijos
De todas formas, es completamente comprensible que hablar de esperanza en una realidad como la venezolana es considerado un insulto a pesar de que esto es imprescindible para poder lograr cualquier cambio que se requiera. Es el principal motor.
Lo positivo que pude sacar de la gira es que la esperanza está. Algo lejos de mi ciudad natal, pero está. María Corina lo reconoce; hablando con ella pude entender por qué gira tanto, considerando que no hay una campaña a posible a la que ella pueda postularse.
«Este es un tacto que me nutre. No tengo como decirlo, yo llego a la casa muerta [del cansancio] (…) pero en el momento que estoy con la gente es una energía muy profunda. De verdad, a mi me sacude hasta la última fibra y lo necesito».
Ciertamente me hizo ver que para ella «Caracas tiene un ambiente mucho más duro, más difícil» pero lo entiende como algo «natural» por la permanente y continua «presencia de los cuerpos de seguridad, de la crueldad, y el cinismo» del gobierno.
De todas formas, no descarto que cada lugar de Venezuela tiene su encanto; en el caso de la gira, en Yaracuy habíamos tenido una agenda en la que pude presenciar ambientes cálidos, pero Barquisimeto fue otra cosa.
El primer acto fue en una zona que sufrió muchísimo por los actos represivos en las protestas del año 2017, la urbanización Sucre.
Fue probablemente uno de los momentos más emotivos de toda la gira y me percaté de algo más: a pesar de que la asamblea de vecinos era multitudinaria, «la energía» la da la gente. Hay actos que para los políticos se sienten familiares y otros que simplemente son eso, «actos políticos».
Esa urbanización no ha dejado pasar a ningún político que ha intentado ir, exceptuando María Corina Machado y cuando entró, la recibieron como a Cristo cuando entró a Jerusalén y fue recibido con palmas.
Siguiendo la analogía, es probable que después la crucifiquen como le pasó a Jesús. Siempre he pensado que la lista de preferencias en candidatos políticos se deben hacer en lápiz, porque no sabes en qué momento te toca borrar o hacer una corrección.
Sin embargo, el verdadero impacto lo tuve cuando una de las señoras que lloraba de la emoción porque María Corina la abrazó y le recibió una carta que tanto quería darle, me dijo: «es que ella para mí es como mi hija».
Eso me dejó pensando a lo largo del acto donde las lágrimas de los presentes fueron las protagonistas, los regalos a la exdiputada desbordaban las manos del equipo y el afecto se sentía profundamente. Concluí que ella se ha convertido en una mamá para el venezolano que reside en el interior.
El interior está abandonado por lo políticos. El venezolano que vive en esta zona olvidada por el gobierno ya no quiere discursos, ya no quiere politiquerías. Quiere llorar en los brazos de mamá y a la mamá que lo haga, con ternura y sin promesas, la protegerán como una hija.
Lo irónico es que pude ver en privado como María Corina saca «la madre fiera» cuando le tocan a sus hijos, los venezolanos. Aún retumban mis oídos de cuando nos dijo, con toda la tenacidad y la indignación que es capaz, «yo no acepto que digan que esta es una Venezuela residual, que aquí nos quedamos los débiles o los que no nos podíamos ir ¡Todo lo contrario!».
Para ella «quienes estamos aquí hoy, hemos demostrado una fuerza, una capacidad de resistir, de emprender, de reinventarnos» e insistía que somos pieza esencial en la reconstrucción, «los que estamos aquí, y los que volverán».
Para mí, fue de las mejores respuestas que me pudo dar a mis preguntas curiosas. No se si es porque soy una de esas locas que aún apuesta por el país o porque me ha tocado ver los grandes esfuerzos y el potencial humano que aún hay en Venezuela.
Así que, ¿por qué no? Hablamos también del rol de la madre en la sociedad venezolana, que es además profundamente matriarcal y en el camino se destapó una olla que no me esperaba: Si bien María Corina es la nueva mamá para muchos venezolanos y abre sus brazos para los que necesitan un regazo donde llorar, ella no puede recibir a sus propios hijos y esa es un herida profunda.
Siempre se ha hablado de lo difícil que es ejercer la política siendo mujer por aspectos claves como el machismo, el estatismo o la cultura. Inclusive ella, como dirigente, lo reconoce: «obviamente que ser mamá, el ser esposa, el ser hija, en una sociedad como la nuestra, que no ha terminado de crear condiciones equitativas para los géneros, tiene un costo enorme».
Pero, nadie habla del sacrificio que puede representar para una madre ser separada de sus hijos, no ser partícipe de sus logros, o inclusive de sus derrotas para levantarlos del piso. Efectivamente, en este aspecto, se desnudó.
Para nadie es un secreto que sus hijos no están en el país: «Yo tenía que proteger a mis hijos, yo no podría hacer esto si yo tuviera a mis hijos aquí». Naturalmente, el miedo es libre y cualquier madre que sea perseguida como lo es ella (según lo que viví en esta experiencia) haría lo mismo.
Inmediatamente hizo retrospectiva; con pausas largas y los ojos vidriosos nos contó lo que ocurrió el día que decidió sacar a «Nana», la última de sus hijos en Venezuela y su única compañía en el país.
«Fue un día estando en la Asamblea Nacional, y yo empecé a hacer una declaración sobre un tema que tenía que ver con narcotráfico, con una cosa que era dura, y de repente yo empecé a sentir como se me iban paralizando las piernas, las palabras no me salían y lo único que yo pensaba era ‘Nana. Nana está saliendo sola de la universidad’. Yo me empecé a aterrar», relató.
Finalizó el cuento diciéndonos que para poder cumplir el compromiso, tenía que cumplir como mamá también y yo pensé en mi mamá, en mi abuela. Ambas son mujeres que sufren todos los días de su vida por la ausencia de mi hermano y mis tíos.
La diferencia fundamental es que mis familiares se fueron por decisión propia. María Corina los tuvo que sacar. No tenía otra opción.
Entendí que el comentario común que se escucha en la opinión pública, que comenta lo «fácil» que la tienen los políticos por «poder sacar a sus hijos del país» no es más que algo que está lleno de resentimiento.
Madre es madre, y madre venezolana sufre por sus hijos, sea política o sea ama de casa.
María Corina hablaba con mucho dolor de las graduaciones de sus hijos a las que no pudo asistir y tuvo que estar presente por videollamada: «Ella se graduaba y me decía ‘mira mami, tu estás aquí, tu si estás, tu si estás…’ Todas las fotos las tenía así con mi cara ahí y yo…», respiró profundo.
A pesar de que nos hizo saber que se ha preguntado si esto es lo correcto, me «cacheteó» (en el buen sentido) al decirme que «vale la pena».
«No tengo duda un instante. Yo solo consigo vivir en Venezuela en libertad y que mis hijos vivan aquí y así no van a poder volver (…) Yo creo que si va llegar un día en el cual va a haber valido la pena y digo, ‘me lo van perdonar, o por lo menos quizás yo me lo voy a perdonar'».
El clientelismo es un mito
Si hay algo que me quedó claro es que María Corina cree en el rol de la madre para la reconstrucción de la República porque para ella el gobierno le tiene «terror» a la mujer venezolana.
De todas formas, era curiosa su fascinación al ver como «la gente se ha reinventado» para poder trabajar y enfrentar la crisis.
«Toda esa energía creadora está allí, tu te imaginas, vamos a ser como una represa que tu la abres, este país va a despegar», dijo.
Debo admitir que me causaban mucha gracia sus ejemplos. No entendía cómo una represa puede despegar aunque entendí lo que quiso decir.
Pero ciertamente, cuando vas al interior de Venezuela, lo primero de lo que te percatas es que el venezolano quiere trabajar. Las personas no buscan depender de una caja de comida al mes o de un bono. Puede que la reciban, pero exigen condiciones aptas para poder trabajar.
En el último acto de toda la gira, que se llevó a cabo en el Obelisco, Barquisimeto, María Corina dijo en su discurso «es que aquí no queremos que nos regalen nada, aquí queremos trabajar». Yo, como venezolana que se ha comido el cuento del clientelismo, lo primero que pensé fue «esta es la parte donde el público se queda callado porque no le gusta eso que dijiste» y de nuevo me volvieron a sorprender.
La audiencia la aplaudió, y gritaban «queremos trabajar y que nos alcance el salario», «no queremos nada regalado», «no me la calo más». La aprobación por ese comentario se mantuvo por un tiempo prolongado. No me lo creía, sobre todo en una sociedad que tiene mayores dificultades para conseguir comida, servicios o insumos básicos.
Para María Corina, los «chamos» que «no conocieron otra cosa, no conocieron la democracia» han tomado la actitud de ser responsables y trabajadores, es gracias al «testimonio de su mamá, el ejemplo de su familia».
«Las mujeres venezolanas son arrechas, y lo que hemos logrado hacer para enfrentar esto y tratar de salvaguardar las familias es una cosa invalorable».
Con toda razón, estos aspectos que ella ve en Venezuela son realmente hermosos y son los que de hecho mantienen a muchos aquí. De todas formas no podía parar de preguntarme si ella era consciente de que en cualquier escenario, las transiciones no son precisamente cómodas.
Y efectivamente nos dijo «va a ser horrible, dolorosísimo…», pero -como siempre- consiguió la manera de darle la vuelta a ese tipo de respuestas y agregó «pero, ¿qué más doloroso que lo que estamos viviendo hoy en día?».
«Hay que tomar decisiones muy duras, muy profundas. En ese momento hay que abrir al país y decirle ‘ok, aquí estamos con una Venezuela que prácticamente se refunda como República y estas son las garantías que ofrecemos a todos los venezolanos, para que todos sientan que va haber espacio y respeto a sus derechos. Todos. A pesar de las diferencias que hayamos tenido’ pero eso si, va a haber justicia. Para que haya perdón, primero tiene que haber arrepentimiento y justicia».
De todas formas, para mí no hay transición si no se incluye a todas las partes del juego político, y tomando en consideración que estábamos saliendo de un evento en el cual ella estaba sentada con los dirigente de la alianza Soy Venezuela, y con políticos que pertenecen a partidos como Primero Justicia y Voluntad Popular, la cuestioné.
Me respondió que consideraría trabajar de la mano con cualquier político que «aunque hayamos tenido diferencias en el pasado, pero que genuinamente esté comprometido con esta ruta, bienvenido, con los brazos abiertos».
Pero hizo una salvedad muy puntual, que leída entre líneas te da a entender muchas cosas: «los que estén dispuestos a hacer concesiones y cohabitar, la historia juzgará y además será implacable, como ya está haciendo la opinión pública hoy, por cierto».
A buen entendedor, pocas palabras.
Luego agregó: «cuando las diferencias son de principios, son esenciales. Es una fuerza de orden ético».
No obstante, yo insistí. Para mí hay que bajar el costo de salida para lograr una transición y ella me refutó que hay que «elevar el costo de permanencia y una de las formas más efectivas es por la vía de las sanciones».
La revolución de María Corina
El plan que ofrece María Corina no es sencillo. Ni siquiera es por el hecho de ser mujer o por ser el ala más radical de la oposición. Ella decidió enfrentarse a un monstruo mucho más grande.
Con su propuesta Venezuela, que es un país centroizquierdista por tradición, dejaría atrás centralismo, estatismo, populismo, clientelismo y militarismo, de una.
Eso claramente es una propuesta que iba a traer consigo muchos enemigos. Muchos. Más allá del gobierno.
Sin embargo, esto no la ha detenido en tantos años. Su constancia y su coherencia es lo que ha hecho que se gane la confianza de sus seguidores, a pesar de que ella reconoce que es «lo más frágil». Eso lo pude ver.
La pude ver cansada, la que no soporta a los que manejan lento, la que sueña con ver a Coldplay en Venezuela; pude verla en su forma más vulnerable, pude verla como una niña hablando de la famosa nata de Barquisimeto, pude verla quebrarse cuando piensa en sus hijos.
Pude ver a esa María Corina que se paró frente al difunto expresidente Hugo Chávez para decirle que expropiar era robar. Esa María Corina no era la diputada, o la dirigente. Esa María Corina era la niña que vivió pérdidas irreparables, que no son precisamente materiales, con su familia a causa de las expropiaciones.
Vi a la María Corina que le ha tocado crecer y transformarse a lo largo de los años, que reconoce que ha pasado por cambios. La que es autentica y me dijo «uno tiene que aceptarse. Con tus arrugas, con tus canas, tus kilos de más, los años».
Reconocí a esa mujer que tantos admiran y que yo no entendía por qué generaba emociones tan polarizadas entre tantas personas. A pesar de que sigo convencida en lo que creo y sigo difiriendo de María Corina en muchas cosas, me gustó verla como humana, y no como dirigente.
De hecho me cae muy bien, lo que respondió finalmente la gran incógnita que tenía.
Algunos ven a María Corina como mamá, como política, o la quieren porque es simpática, o porque es autentica, pero por encima de eso, es genuina. Ese es su verdadero gancho.
Ahora, cuando me presente y me digan el clásico chiste, responderé con una sonrisa sincera: «nos parecemos más de lo que crees, pero nuestras diferencias siguen siendo esenciales».]]>