No es un ave, es el perico
Monarca del desayuno criollo, se compone por una fórmula simple y poderosa de huevo, tomate y cebolla. Presente en todas las mesas venezolanas sin importar clase social
Monarca del desayuno criollo, se compone por una fórmula simple y poderosa de huevo, tomate y cebolla. Presente en todas las mesas venezolanas sin importar clase social
No es un pájaro, ni una persona que habla hasta por los codos. Mucho menos una sustancia alucinógena. Se trata de un revoltillo de huevos, cebolla y tomate que forma parte de los desayunos de la mesa criolla. El perico es una receta simple, austera en ingredientes, fácil de ejecutar y que se ha adaptado a los gustos de las cocinas regionales. Por ejemplo, en Los Andes le añaden cilantro y leche, en Portuguesa chicharrón, en Oriente ají dulce y existe hasta una versión con huevas de lisa, entre los más famosos.
Este platillo tiene grandes virtudes: los insumos para hacerlo están presentes todo el año en los anaqueles, no requiere grandes destrezas por parte del cocinero y se lleva bien con todos. Tiene muchos amigos como las caraotas refritas, el queso, la arepa, el pan, el casabe, los bollitos, mantequilla, tocineta, nata, suero, entre otros. Con todos se lleva bien, todos lo quieren y lo respetan.
“¿De dónde saca su curioso nombre? Según parece tanto este como el plato mismo son de origen colonial. Pero cualquiera que sea su precedencia y el motivo de la pintoresca denominación, como plato típico es de valor”, expresa Ramón David León en su libro Geografía Gastronómica Venezolana, publicado en 1954.
Pisando el campo de la especulación, es posible que la relación entre el plato y el ave tropical se derive del colorido. Pero en las bibliografías no se hacen referencias sobre el origen del nombre. León hace otra acotación: “Lo comen las personas acomodadas y gustan los pobres porque para todos alcanza”.
El perico no se hace con sobras, se arranca todo desde el principio, aunque se trate de huevos ligeramente batidos y cocidos.
La alquimia que logran la cebolla, el tomate y el huevo, resulta un sabor inconfundible, muy criollo, que al igual que los venezolanos se puede llevar bien con cualquier foráneo, pero sin perder su esencia.
Lo importante es que “se mantenga suelto y sin aglomerar”, tal como lo describe el Libro rojo de Armando Scannone, Mi cocina a la manera de Caracas, de 1982. El perico, aunque de sencilla ejecución, es un plato para días donde hay tiempo en la cocina.
“Para mí es sinónimo de domingo, de levantarse tarde y con calma. Sin apuro, cortar los vegetales, luego sofreírlos, mientras se hacen las arepas. Cuando servimos el perico, voy por el tercer café de la mañana”, expresa el profesor de cocina y comunicador gastronómico, Rubén Rojas.
Pero no forma parte de la lista de estrellas de los platos venezolanos. No está llamado a la alfombra roja donde desfilan mondongos, hallacas, pastel de polvorosa, asado negro y arepas, entre otras delicias. Muy por el contrario, es discreto, común, cotidiano. Está tan metido en nuestra culinaria que damos por sentada su presencia, aunque forme parte del ritual de desayuno tardío en un día libre.