Así somos, con gusto

Gofio: el guerrero con el que no contabas

Junto con la crema de arroz y la avena de irregular despacho, el humilde carbohidrato de origen canario —y su primo criollizado, el fororo— ha reaparecido como una de las escasas opciones de libre venta para el desayuno en abastos venezolanos. “Su textura aún me parece noche fresca, infancia, calor de una casa que me protege”, le homenajea el escritor Juan Carlos Méndez Guédez 

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Texto: Alexis Correia
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Toda ausencia deja espacio a una oportunidad. Aunque el escenario del abastecimiento en Venezuela muta semana tras semana (a veces día tras día) y en cada rincón del país, el gofio canario y su primo el fororo han reaparecido recientemente en los anaqueles de abastos y supermercados caraqueños como una de las pocas opciones de carbohidratos de libre venta, al menos hasta que desaparezcan y les sustituya otra cosa. Junto con la crema de arroz y la avena de irregular suministro, es uno de los desayunos que se puede comprar sin hacer cola como alternativa para el pan, la arepa, la empanada o el arroz.
¿Y qué es el gofio?
Simplemente harina gruesa de trigo tostada que, idealmente, debería contener otros cereales nutritivos como cebada o centeno. Elemento central en la dieta de los enigmáticos guanches, exterminados habitantes originarios de las Canarias y, según las teorías más improbables, supervivientes de la sumergida Atlántida.
El fororo, recomendado desde tiempos inmemoriales para colegiales desnutridos o apáticos, se diferencia en que se basa principalmente en maíz tostado y generalmente contiene azúcar o papelón. Gofio y fororo se adscriben dentro de una gastronomía de supervivencia y sensaciones rústicas, no muy acabada ni delicada, pero confiable como un todoterreno. La esencia del alma insular.
Para mi generación, ni el gofio ni el fororo son tan conocidos. Supongo que fueron mucho más familiares hace unas décadas, cuando se estableció un firme puente de migración canaria y española en general hacia Venezuela. Generalmente, son presentados bajo la marca La Lucha.
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Así como hace unos meses el Gobierno prohibió a Empresas Polar desviar maíz para fabricar la versión integral alternativa de la Harina PAN, me pregunto si en algún momento ocurrirá algo similar con la harina de trigo del gofio. Mientras tanto, yo lo disfruto como atol o bebida muy espesa, en un heterodoxo menjurje madrugador que preparo junto con avena, afrecho, la poca leche descremada que me queda en casa, un poco de canela y unas medidas de Ensure o Glucerna, suplementos que he comprado en Farmatodo como sustitutos de la inalcanzable merengada de Whey Protein.
Pero hay muchas más recetas y maneras de emplear el gofio, algunas de ellas invasoras incluso de los territorios del gourmet: pelotas de masa, huevos mole, una variante del arroz con leche, mousse de gofio. Eso sí, sin abusar, me recuerda por Twitter mi nutricionista deportiva de confianza, Andrea Rivas Maal, que por cierto, ya se marchó a Panamá: “Solo hay que cuidar con que se combina, sin añadir azúcares. Pero es buena alternativa de carbohidratos”. Con bastantes calorías que conviene quemar después.
Le pedí memorias “proustianas” a un par de escritores venezolanos de origen canario
“Difícil recordar lo que siempre estuvo allí. Nací en ese sabor del gofio con leche y azúcar. La textura aún me parece noche fresca, infancia, calor de una casa que me protege, dulce barquisimetano cuyo nombre he olvidado pero cuyo sabor retengo. Pero por esas maravillas de la vida, con los años conocí la anécdota de mi gran amigo, el escritor José Balza.
Un día yo le contaba sobre los barcos cargados de refugiados que huían de España durante el franquismo y él me dijo: ¿puede haber sido eso en el 49 o el 50? Le dije que sí. Entonces me relató que estando pequeño junto al río vio llegar a unos hombres de aspecto cansado que le pidieron a la gente del pueblo que les diesen alimentos, y a cambio le ofrecieron un polvo que los niños probaron, un sabor desconocido, lleno de luminosidad.
Años después, cuando Balza conoció Tenerife sintió el olor del gofio y ese momento de la infancia volvió a él. Lo cierto es que Balza me dijo que yo recordaba con tanta nitidez la anécdota que debíamos escribir un cuento a cuatro manos sobre ese momento. Qué privilegio haberlo hecho con un autor que admiro tanto”, me escribió, desde Madrid, Juan Carlos Méndez Guédez, el autor larense que ha tocado de manera recurrente el tema del desarraigo en obras como Arena negra.
“Me hace recordar mi niñez en Canarias, lo tomaba con leche como desayuno. El secreto es echarle una pizca de sal a la leche antes de endulzarla y poner el gofio, tratando de no disolverlo por completo sino que se apelotone un poco. ¡Es una técnica! Mi madre, después de hacer el famoso cocido canario, llamado puchero, escaldaba —así decía ella— el gofio en el caldo que quedaba. Picaba la tocineta y se comía con las pelotas de gofio, realmente deliciosa. Es una comida fuerte”, me relata, desde Mérida, Marisol Marrero, sicóloga y escritora de novelas históricas como Lotte von Indien, la coloniera de Tovar.
Hay un mural en el bulevar El Cafetal con el que siempre quedo frente a frente en el entrenamiento de los domingos, vestigio apagado de las agrias batallas campales de comienzos de 2014, que muestra a un encapuchado con bandera tricolor y la frase: “Soy el guerrero con el que no contabas”. Se me ocurre que es un buen epíteto para ponérselo al humilde gofio canario en este yermo septiembre de 2015.

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