En esta cuarta entrega del seriado Buen apetito, señor presidente, hablamos de las preferencias de Rómulo Ángel del Monte Carmelo Gallegos Freire, presidente intelectual y novelista que tenía clara preferencia por la comida auténticamente criolla
Bautizado con el nombre, grandilocuente y apegado al santoral de Rómulo Ángel del Monte Carmelo Gallegos Freire, el intelectual, novelista y presidente de la República entre el 17 de febrero y el 24 de noviembre de 1948, es recordado con mucha exactitud por su hija Sonia Gallegos Arocha, quien hace énfasis en la preferencia que tenía su padre por la cocina auténticamente criolla.
En la mesa de don Rómulo Gallegos nunca faltaba una arepa en el desayuno, o cachapa con queso de mano, que acompañaba con huevos revueltos y café con leche. A media tarde un cafecito negro. En la época de Navidad el bollo con mantequilla ocupaba el lugar de la arepa, y su dulce preferido que era la lechosa en almíbar.
“Yo era muy jovencita cuando mi madre, Teotiste Arocha de Gallegos murió en México, en la época que vivíamos en el exilio, recuerda Sonia. Me tuve que encargar de mi padre, asistirlo y acompañarlo hasta el día de su fallecimiento. Era el mejor padre del mundo. Nunca se quejaba, siempre muy agradecido por los alimentos diarios y hacía lo que medianamente podía porque yo no sabía cocinar”.
“El arroz me quedaba empegostado y las caraotas negras muy secas. Cuando se las servía, mi padre muy discretamente me pedía aceite para tratar de enmendar ese plato, al cual yo le agregaba agua y le decía que ya tenían caldo”.
“Cuando regresamos al país me propuse aprender a cocinar por mi cuenta, soy una autodidacta -explica Sonia- y con la ayuda de unas tías, consultas a la familia, a los amigos, leía recetas de todo tipo, hasta que aprendí y agarré la sazón que tenía mi madre. Llegué a dominar la complicada y larga técnica de la elaboración de las hallacas, lo que me llevó a alcanzar fama de excelente cocinera. Mis hallacas eran muy alabadas”, sigue recordando.
En la época navideña, Sonia preparaba 300 hallacas de la receta de su madre Teotiste, auténticamente caraqueña “con su punto dulce como debe ser, era la sazón diaria en mi casa”, agrega.
Sonia Gallegos hacía 300 hallacas cada año, siempre con la sazón de su madre Teotiste. Foto archivo Bienmesabe
Existía una costumbre muy usual en las navidades que consistía en intercambiar hallacas para que los familiares, vecinos y amigos las probaran. “En casa siempre se disponía una cantidad para el trueque entre los dos Rómulos, mi papá y Betancourt, quien enviaba al chofer con sus ‘multisápidas’ para cumplir con el rito caraqueño”.
“Como la sazón de mi casa siempre ha sido muy tradicional y sabrosa, mis hallacas tenían fama. Rómulo Betancourt siempre pedía más hallacas de las dispuestas en el intercambio, porque le encantaban”, comenta con picardía y orgullo la hija del presidente Gallegos, quien tiene una excelente memoria.
Toma de posesión de Rómulo Gallegos. Foto cortesía
El autor de Doña Bárbara no era un hombre goloso, comía con mucho respeto, moderación y gratitud. En la mesa diaria no faltaban las sopas, que podían ser de fideos con pollo, o alguna crema de verduras, las de auyama y de apio estaban entre sus predilectas.
Carne mechada, bistec a la plancha, paticas de puerco guisadas, caraotas negras o rojas, lentejas y frijolitos blancos con ají dulce que acompañaba siempre con arroz blanco, costumbre muy caraqueña. Puré de papas con queso, polenta criolla, ensaladas varias. Le encantaba el arroz con pollo y los dulces criollos, tortas tradicionales. Era la comida cotidiana del venezolano, sin sofisticaciones ni exotismos.
La lechosa en almíbar era de sus dulces favoritos. Foto archivo de Bienmesabe
Como una excepción podía visitar un restaurante chino que le agradaba mucho, recuerda Sonia, pero no era hombre de ir con frecuencia a comer fuera de casa. Durante el exilio en España y México se adaptó sin problema a las costumbres culinarias de esos países que lo acogieron con verdadero y auténtico cariño, donde hizo cientos de amistades que lo admiraban.
En la época de Juan Vicente Gómez, en el primer exilio, Rómulo Gallegos junto a su esposa Teotiste, vivieron en España. Su casa era el epicentro de la intelectualidad, el sitio de reunión de todos refugiados y personalidades del mundo cultural español.
Las tortillas de patatas, croquetas de pescado, empanada gallega y paellas, así como de México los tacos, burritos, tamales, moles y enchiladas, y la gran variedad de la cocina mexicana, la aprendió a comer con sumo placer. También le gustaba las culinarias francesa e italiana. “Tuvo la ocasión de visitar muchos países y conocer platos de todas partes”, apunta su hija.
Uno de sus placeres eran las hallaquitas con chicharrón que vendían en Petare. Foto de referencia del archivo de Bienmesabe
Le pedía al chofer que lo llevara a Petare para comer hallaquitas con chicharrón, en una venta de comida callejera donde se había hecho cliente. Los cuidadores accedían a su antojo gastronómico, con la expresa condición que después debía ir a caminar al Parque del Este, por mandato de sus médicos tratantes. Rómulo Gallegos cumplía el ejercicio a cabalidad por su salud.
Una muestra de la predilección por la culinaria tradicional en su literatura, está muy bien descrita en la investigación de la periodista Larissa Hernández, quien hace un análisis exhaustivo de la presencia de los alimentos de auténtica raigambre criolla en toda su obra.
En este sentido, Larissa Hernández apunta: “La inclusión de elementos culinarios en la narrativa buscaba inscribir señales de diferenciación, de afirmar una identidad local y nacional, pero también revelaba la desigualdad social en la Venezuela del siglo XX. Aunque las líneas que separan las clases sociales son constantes, en ciertos momentos se desdibujan debido a los sentimientos de amistad, agradecimiento, atracción física o amor entre los personajes.
“En su obra -continúa Larissa Hernández- el autor muestra que los bárbaros llevan una dieta distinta a la de sus patrones, los civilizados. Lo que comen los primeros está impuesto muchas veces por los segundos, no solo por lo que es repartido durante la jornada laboral o por lo que dejan en sus sobras, sino por lo que les es permitido sembrar o comprar en las bodegas de las haciendas”.
Y en este otro párrafo de la investigación, señala con gran acierto que “estas presencias de los alimentos en las novelas de Rómulo Gallegos unieron y diferenciaron la civilización de la barbarie, conectaron las estructuras del gusto regional, y el consumo determinaba la posición del yo frente al otro. Quien come con mayor abundancia, más variado, más sofisticado y más europeizado, tendrá más oportunidades de cambiar su entorno social, político, moral y construir la Venezuela del progreso”.
Bibliografía general de la serie «Buen apetito, señor presidente»
AZUAJE M., Vida Luz. Anales históricos del Círculo de la Fuerza Armada de Venezuela. Gráficas Armitano C.A. Caracas 2000 CARRERA DAMAS, Germán. Elogio de la gula. Editorial Alfa. Caracas 2014 CARTAY, Rafael. El pan nuestro de cada día. Fundación Bigott. La Galaxia. Caracas 2003 DOMINGO, Giuseppe. Mimmo a la putanesca. Grupo Editorial Cedies. Caracas 2001 FIHMAN, Ben Amí. Los cuadernos de la gula. Línea Editores, Colección Yantares. Caracas 1983 HERNÁNDEZ PEÑA, Larissa. Los alimentos en Rómulo Gallegos. Un recorrido humanista y civilizador por la geografía de Venezuela. Revista Carátula, Número 120. Junio 2024 LOVERA, José Rafael. Retablo gastronómico de Venezuela. Fundación Artesano Group. Editorial Arte. Caracas 2014 POPIC, Miro. Comer en Venezuela. Miró Popic Editor C.A. Editorial Arte-Soluciones Gráficas. Caracas 2013 POPIC, Miro. El señor de los aliños. Miró Popic Editor C.A. Editorial Arte-Soluciones Gráficas. Caracas 2017 MAZZEI BERTI, Jesús Enrique. Deleites de un comensal. Gráficas Lauki. Caracas 2019 YANES, Oscar. Cosas de Caracas. Editorial Planeta. Caracas 2003
Nota de la directora: Todos los jueves presentaremos un nuevo capítulo de la serie Buen apetito, señor presidente, escrito por el periodista, investigador y cronista Alberto Veloz Guzmán. Esta es la cuarta entrega. Si quiere leer el primer capítulo puede hacer clic aquí o en cualquiera de las notas de abajo:
En esta segunda entrega del seriado Buen apetito, señor presidente, comentamos las costumbres del general que mandó en Venezuela entre 1935 y 1941. Eleazar López Contreras daba valor a la vida familiar con rutina fija y de domingos familiares con hervido de carne y verduras
El mandatario prefería la comida criolla. Como buen andino, su desayuno comenzaba con una sopa, pero no podían faltar las arepas y numerosas opciones de rellenos. Su ensalada favorita era la de gallina, pero elaborada por doña María Zavarce de Guzmán