Opinión

Un rey para la historia: T’challa de Wakanda

La muerte del actor Chadwick Boseman es algo más que una noticia trágica. Es también la muerte de un símbolo y en especial, una notoria ausencia en el altar de un imaginario colectivo

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Black Panther

Hace unas horas, el fotógrafo Reggie Noble se preguntaba por Twitter, cómo le explicaría a su hijo que Black Panther, había muerto. Los cientos de comentarios que respondían a la pregunta — impregnada de una angustia curiosamente sincera — dejaban claro que para la mayoría de la comunidad afroamericana, la muerte del actor Chadwick Boseman era algo más que sólo una noticia trágica. Era también, la muerte de un símbolo y en especial, una notoria ausencia en el altar de un imaginario colectivo, en el que el personaje encarnado por el recién fallecido actor ocupa un lugar de considerable importancia.

Chadwick Boseman murió a los 43 años de edad, víctima de un cáncer de colon contra el que lucho desde el 2016, lo que indica que además de todos sus esfuerzos por sobrevivir a un gravísimo cuadro médico, también tomó la personal decisión de vivir a pesar de las restricciones físicas y sin duda morales que un proceso de semejantes proporciones puede ser en la vida de cualquiera.

Boseman, un joven actor con un futuro extraordinario en puertas, que protagonizó quizás una de las películas más importantes de este atípico 2020 — esa política e incómoda Da 5 Bloods de Spike Lee en Netflix — fue también un hombre que se esmeró por estar a la altura de la exigencia de una curiosa misión: convertirse en un icono, en un héroe que representó las aspiraciones de toda una comunidad y que sostuvo el rostro más poderoso de un tipo de imaginario profundamente sentido.

Chadwick no era sólo un actor, era también una reinvención para la cultura estadounidense del hombre negro. Y lo hizo, de la manera más inesperada: encarnando a un héroe poderoso, ajeno a todas los dolores y sufrimientos usuales de la etnia en Hollywood. T’challa de Wakanda era un rey, pero también un personaje de extraordinaria compasión, amor por sus raíces y el símbolo de una África intocada e ideal; era el gobernante de un lugar próspero al margen de todos los padecimientos del esclavismo y el miedo histórico. Wakanda era una promesa y su rey, un icono que de pronto representó muchas cosas a la vez. Con su traje negro ajustado, serenidad y convicción, este personaje salidos de las historietas tuvo el extraño privilegio de transformarse en un forma de pertenencia de considerable relevancia.

Claro está, Chadwick Boseman, había conjugado varios iconos reales e imaginarios, en una filmografia en la que ya había encarnado a Jackie Robinson (“42”, 2013), James Brown (“Get On Up”, 2014), Thurgood Marshall (“Marshall”, 2017). Para cuando el rey de Wakanda llegó, este joven elegante estaba preparado para recuperar la dignidad del hombre negro en un país marcado por el racismo, el prejuicio y con una larga y dolorosa historia de segregación. De pie, en la colinas siempre verdes de un país inexistente, pero de alguna forma de enorme peso simbólico, el T’Challa de Boseman logró aglutinar todas las esperanzas y una inédita manera de concebir a un super hombre. Un rey que es un estratega y sin duda, una figura difícil de definir para una generación que busca comprenderse a sí misma. Un superhéroe para la posteridad.

Todos los misterios del poder

Wakanda es un país legendario y también un misterio. También, es una expresión de fe que la película de Ryan Coogler celebra como un símbolo de pertenencia, identidad y sobre todo, construcción de la memoria colectiva que convierte a las planicies coloridas de Wakanda en otro personaje dentro de una historia compleja, bien contada y sólida. Cuando el cine de superhéroes parecía haber llegado a su punto más bajo y el cuestionamiento sobre su existencia — y permanencia — más urgente y complicado, “Black Panther” llega para demostrar que hay una presunción sobre la permanencia de los mitos y de los viejos estereotipos más allá de su valor comercial.

Precedida por la curiosidad y la expectativa, “Black Panther” fue una equilibrada e inteligente combinación de conceptos, desde la técnica, el estilo hasta la exploración sobre la consonancia de la individualidad y el pensamiento colectivo como una ciudadana alegoría social. Casi por accidente, Marvel encontró una manera de transmitir un mensaje inteligente, profundo y condensado en la metáfora de la pertenencia.

Toda la película gira alrededor del misterio, el poder como atributo y la concepción novedosa del tributo a la etnia y a la raza, en un tono de admirable respeto e inteligencia que hace del guión una mirada consecuente al hecho del poder de la herencia — histórica y cultural — como parte de consciencia colectiva. Wakanda, con todo su aire de edén futurista,  escondida y oculta bajo las mismas premisas y la misma noción del enigma del legendario Dorado latinoamericano ,  es una tierra que explora las posibilidades de la cultura de África desde una percepción poderosa y desconocida para la pantalla grande.

Wakanda brilla en lujos, ultra tecnología y belleza: las naves espaciales de construcción doméstica surcan el cielo y tienen la forma de máscaras tribales, mientras edificios y calles de una belleza deslumbrante sostienen a una cultura que ha prosperado en el silencio, muy lejos del colonialismo Las agresiones externas y la violencia se asocia a las historias que tienen a África como protagonista. Coogler crea a Wakanda como el centro de una serie de preguntas existencialistas bien planteadas sobre el motivo del orgullo de raza, pero además lo dota de una sensibilidad pacifista que asombra por su buen hacer y contundencia.

En esta tierra contradictoria y desconcertante, reina el príncipe T’Challa (Chadwick
Boseman), que no sólo es el hijo del rey asesinado sino también el líder político y espiritual del país, una combinación que, de inmediato, transforma a su alter ego, el mítico Black Panther — una herencia conjuntiva que va de generación en generación — en un protector místico de un legado asombroso y que en la mayor parte de la película, juega con el símbolo y la percepción de lo poderoso para crear algo totalmente nuevo.

Cerca de la percepción del T’Challa del cómic — creado en 1966 por Stan Lee y Jack Kirby — su versión cinematográfica debe luchar por el reconocimiento de su pueblo, un enemigo poderoso, pero también, otorgar poder a este superhéroe que tiene por misión batallar en contra de los enemigos que asumen la existencia del vibranium — el misterioso metal que hace de Wakanda un paraíso de poder y de tecnología — como un motivo para la conquista y la guerra. En medio de todo, T’Challa es además un hombre instruido, culto y de poderosa espiritualidad que dota al personaje de una dimensión desconocida para la figura habitual del superhéroe.

Ryan Coogler — conocido por revitalizar la saga “Rocky” con la extraordinaria
“Creed” — toma los puntos más fuertes de la versión en papel de “Black Panther” y los transforma en una alegoría de asombrosa contundencia sobre el orgullo étnico y el valor de las tradiciones. Pero además, convierte a “Black Panther” en una alegoría una celebración a una herencia cultural de una manera muy íntima y fluida. “Black Panther” es una película africada, con sus cielos extraordinarios azules y púrpuras, sus llanuras verdes interminables y el colorido extraordinario salpicado de símbolos étnicos de diferentes tribus, una labor de investigación que brinda un valor agregado a la puesta en escena.

Pero más allá de eso, “Black Panther” rompe el esquema de la película trivial y apuesta a algo más fuerte, significativo y relevante. Es quizás la película más política de la factoría Marvel y el guión escrito por Coogler y Joe Robert Cole crea toda una nueva noción sobre el poder , sus implicaciones   y sus responsabilidades. Eso, a pesar de mostrar a Wakanda como una monarquía militarista que a la vez es profundamente democrática - una contradicción que no se supera del todo a lo largo del film — y la presencia del habitual “hombre blanco” de buenas intenciones, interpretado por un blando Martin Freeman.

No obstante, la película se aleja rápidamente de los clichés y luego de unos primeros minutos en la que la acción parece transcurrir en muchos lugares a la vez, la película se centra en un tono íntimo e inteligente que convierte a la historia en algo por completo distinto a cualquier otra de la casa productora. Pronto, Coogler muestra Wakanda en todo su esplendor y también, el verdadero corazón de la película: la sociedad mística, poderosa y justa que se esconde detrás de las extraordinarias caídas de agua y campos interminables de apariencia inocente.

La raza — lo étnico y lo cultural asociado a ella — es quizás el rasgo más importante en la trama de “Black Panther”, pero sin permitirse la concesión de lo ético y lo valioso de la idea simplificada en términos maniqueos, sino estructurada y reconvertida en una idea mucho más profunda, que se cuestiona directamente sobre la importancia de la identidad, el legado del pasado y su pertinencia en el futuro.

La película deslumbra por su capacidad de incorporar elementos visuales y conceptuales tribales para llevar la propuesta visual a una dimensión nueva sobre el etnicismo y la valoración de la cultura africana. No hay un discurso sobre la raza a partir de la violencia, sino sobre la belleza, sin usarlo de manera maniquea, reivindicador y mucho menos moralista. En “Black Panther” la raza es poder y lo sustenta sobre una serie de metáforas profundas sobre la asimilación de la jerarquía y el liderazgo. La película es poderosa, inteligente y bien planteada, hasta lograr crear toda una estructura que sostiene un pensamiento político que convierte la representatividad en un objetivo intelectual y no en una imposición de la corrección política.

Todo lo anterior se muestra a través de planos radiantes y una mirada subjetiva que enseña a Wakanda desde los ojos de sus habitantes: el país es a la vez ultramoderno y también rural, con casas de paja, chamanes que aconsejan al rey de manera apropiada y una visión ecológica de enorme elegancia. La sala del trono se abre hacia una línea de árboles y se complementan con el valle. Lo mismo ocurre con los diseños de vestuario de los personajes, las armas de luchas, los ultramodernos edificios. En “Black Panther” nada es casualidad y mucho menos accidental. La producción parece definitivamente obsesionada con asumir el papel de la belleza como un símbolo de lo poderoso y lo logra.

Incluso el villano Erik Killmonger (encarnado por un poderoso Michael B. Jordan) evita la noción absoluta y juega con todo tipo de elementos, para convertirlo en quizás el antagonista más sólido de cualquier película de Marvel. “Black Panther” parece evitar jugar con los extremos y concentrarse en los grises, en medio de una batalla de intereses que sostiene el guion y le brinda un aire trágico. El camino del héroe regresa en todo su poder evocador — de nuevo, el drama padre e hijo, el vacío de poder, el heredero que debe probarse a sí mismo — y después lo convierte en algo más turbio y duro. Pero además de todo, por primera vez en una película Marvel, el héroe tiene un buen contrincante contra el cual luchar, lo cual permite que T’Challa y Killmonger combatir de manera muy física y violenta. Ambos personajes chocan, se complementan, parecen crear una visión del bien y el mal de enorme poder como discurso.

Pero no todo se refiere a la visión de la masculinidad como discurso persistente: Coogler crea para Wakanda un ejército de mujeres poderosas que incluso resultan más intrigantes y fuertes que el pueblo de Amazonas imaginado recientemente por Patty Jenkins para “Wonder Woman”. Las mujeres en Wakanda tienen un papel particularmente importante y ofrecen a T’Challa todo tipo de conocimientos, apoyo y fuerza. Desde la guerrera de elite interpretada por (Danai Gurira), que comanda un ejército de mujeres extraordinarias y hábiles hasta su hermana (la vivaz Letitia Wright), científica y personaje de enorme importancia por derecho propio, T’Challa se encuentra rodeado de poderosas mujeres. Angela Bassett encarna a la madre, en un papel que parece creado para demostrar el poder de la actriz y su capacidad para interpretar mujeres de enorme presencia física y espiritual, mientras que Lupita Nyong’o crea una contraparte fresca, madura y firme que asombra por su buen hacer y capacidad para sostener un hilo argumental particularmente fuerte.

Resulta casi risible que uno de los primeros acercamiento que tenemos de Wakanda sea la descripción condescendiente del personaje de Andy Serkis.  Jamás conquistada, convertida en símbolo y centro neutral de la propuesta de Coogler para “Black Panther”, Wakanda es quizás el punto más fuerte del guion y la película. Lejos de los estragos históricos del colonialismo y el poscolonialismo, el mítico país es una forma por completo nuevo de concebir a África, lo étnico y el poder cultural de enorme consistencia. Imaginativa, vivaz y sobre todo, enormemente alegórica “Black Panther” es un acercamiento poderoso a un tipo de identidad hermoso y lleno de posibilidades. Los personajes plantean el dilema de la etnia como sentido de la individualidad y lo hacen de una manera por completo nueva: son gobernantes de un reino, líderes espirituales y políticos, inventores y creadores de tecnología avanzada. Atrás queda el dolor negro, el sufrimiento negro y la pobreza negra. La promesa de una mirada renovada sobre el poder de la cultura como legado inmediato y de profunda importancia cultural.

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