Economía

¿Cómo vive un quince y último en la Gran Sabana?

El talento sin probidad es un azote, eso lo dijo una vez Simón Bolívar. En Santa Elena de Uairén y otros pueblos del extremo sur de la entidad, las aptitudes profesionales sobran, pero están en peligro ante el costo que significa vivir en una zona marcada por la minería y su cercanía a Brasil.

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FOTOGRAFÍA: DAGNE COBO BUSCHBECK

Bolívar es uno de los estados más grandes y ricos de Venezuela. Tiene una de las mayores reservas mineras del planeta con 7.000 toneladas de oro, acero, coltán y diamantes que están listas para ser explotadas por las trasnacionales al sur del Orinoco. También posee la principal siderúrgica de la región andina y una gigantesca represa que genera la luz que consume más de la mitad del país. Esto sin contar con los caudalosos ríos, saltos naturales y una impresionante sabana, que lleva a turistas japoneses a pagar hasta 2.000 dólares por sobrevolar los tepuyes en un helicóptero.

A pesar de tanta majestuosidad, Diosdeily Mejía, una enfermera que trabaja en el principal hospital público de la Gran Sabana en Santa Elena de Uairén, no tiene dinero para ponerle queso a las arepas que comen sus hijos.

Los empleados que integran la abultada nómina del Estado y asalariados de comercios privados son los grandes olvidados de los pueblos del extremo este venezolano, de cara a la frontera con Brasil. Muchos llegaron a la zona por vocación. Otros, porque no tenían otra opción. Pero el alto costo de la vida coloca a todos al filo de la sobrevivencia.

Maestros de escuelas y universidades públicas, médicos, enfermeras, bomberos, guardaparques, policías, militares de bajo rango, camareras y personal administrativo que trabajan para distintos organismos regionales y nacionales sufren las consecuencias de vivir en un pueblo que sirve a la minería, devengando sueldos de miseria.

Mejía cuenta que gastó en un día los 26.000 bolívares que gana mensualmente para hacer los exámenes de laboratorio a su hijo Sebastián, de 6 años, quien se encuentra internado por paludismo en el hospital Rosa Vera Zurita en Santa Elena de Uairén, donde trabaja en la unidad de enfermería.

Cuenta que el sueldo no le alcanza ni para cubrir las comidas de ella ni la de sus otros dos pequeños: Diosmar, de 10 años y Ericson, de 8. “Últimamente nada más le doy arepa con mantequilla a ellos en la comida porque el queso no me alcanza”, aseguró la madre de 32 años, quien está durmiendo junto a su hijo menor en una de las camas del hospital.

A pesar que en el pueblo fronterizo no siente los rigores de la escasez, la comida y los productos de la cesta básica se consiguen a precios que ningún sueldo del escalafón de la administración pública puede mantener.

Un kilo de carne puede estar al mismo costo que en Caracas: 5.400 bolívares. Un gasto que puede representar más de la mitad de la quincena de un trabajador con instrucción universitaria.

No importa el grado académico que se tenga. Vivir del Estado siendo un quince y último parece ser un castigo en Santa Elena de Uairén. Andreína Álvarez es una médico, de 24 años, proveniente de Aragua, afirma que tampoco puede cubrir sus gastos diarios con lo que gana en el hospital.

Lleva tres meses en el Vera Zurita para hacer su rural y dice que ya quiere renunciar. El bajo incentivo económico y la falta de los insumos mínimos para cumplir con su labor la desanimaron por completo. Igual ocurre con su colega Luis Carmona, quien manifiesta ya no poder mantenerse con la asistencia que otorga semanalmente su padre desde Guárico.

“Mi papá me dice que se está cansando. Antes, me daba 15.000 bolívares a la semana y ahora no puede hacerlo”, comenta este galeno, quien tuvo 5 meses esperando cobrar la quincena que cancela la gobernación.

A pesar de sus quejas, los médicos cuentan con una residencia que otorga el sistema regional de salud. Esto es un privilegio que no tienen los profesores de una escuela secundaria, pues ellos deben valerse de amigos y colaboradores para evitar el pago mensual de 40.000 bolívares de una pequeña habitación en alquiler, ubicada en el corazón del pueblo.

La Unidad Educativa Nacional Nicolás Meza, el único liceo público de Santa Elena, estuvo cerrada el año pasado durante dos meses. El primer lapso prácticamente no se impartió por la falta de profesores. Mucho de ellos renunciaron porque no podían costear los gastos diarios con un sueldo que rondaba los 25.0000 bolívares mensuales.

La situación extrema que viven los maestros en la frontera con Brasil genera compasión entre muchos habitantes del pueblo. Es común observar la solidaridad de un verdulero o un transportista cuando se topa con uno de los maestros que intentan hacer vida fuera de un aula de clase.

“Yo tuve que renunciar como profesor porque no tenía con qué vivir”, explica Juan, quien antes de ser operador turístico en la Gran Sabana fue profesor durante 17 años en la escuela secundaria y en el núcleo de la universidad.

-Maestros se escapan a las minas en Tumeremo-

La dura situación de los empleados públicos también se siente en otros pueblos del sur de Bolívar. En Tumeremo, que queda a cinco horas en carro del poblado fronterizo, muchos maestros de la escuela primaria se adentran en la mina para poder “resolver” la quincena.

“Es lamentable, pero es la realidad”, cuenta Yorlei, una antigua profesora de primaria, quien recuerda cómo se iba con su pico y pala a una mina relativamente cercana al pueblo para sacar al menos un “punto” de oro. Es decir, menos de un gramo del precioso mineral que estos días, equivale a 2.500 bolívares.

Los asalariados de los comercios privados son otros marginados. Ana Teresa gana 25.000 bolívares mensuales como camarera para un hotel ubicado en el centro del pueblo. Ella evalúa irse de Tumeremo, porque afirma que los precios son fijados por la lógica económica de la mina.

“¿Quién puede vivir de una quincena cuando todos los precios están pensados para un minero?”, pregunta esta madre de un niño. Dice que es muy difícil costear los gastos diarios si no se cuenta con la ayuda de un familiar o un amigo dedicado a la extracción del oro y diamante.

Ana Teresa, incluso, compara su sueldo con lo que gana una prostituta en los burdeles que abundan al sur de Bolívar. Ellas cobran “una grama” (como se dice popularmente al gramo de oro cotizado en más de 25.000 bolívares) por estar un rato con un minero. Eso ha puesto a ella a pensar. “¿Cómo un polvo puede ser lo mismo que todo lo que yo gano en un mes?”, se pregunta.

-Gasolina para encender el sueldo-

En Santa Elena, muchos acuden a un viejo oficio para extender los sueldos que se convierten en sal y agua: la reventa de gasolina. Son muchos brasileños que acuden a las casas de un venezolano para abastecerse de combustible y saltar las largas colas que rodean a diario a las únicas dos estaciones del pueblo.

Las ganancias son jugosas gracias al tipo de cambio del real brasileño frente al bolívar. Por eso, no se extraña ver a un empleado público sirvan ocasionalmente de bombero de gasolina en su propio hogar.

“Es que aquí todo se vende. Es la única manera de sobrevivir”, comenta sonriente un minero al explicar cómo se afronta la vida en el confín de Venezuela.

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