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¿Y si al venezolano simplemente no le gusta el fútbol nacional?

Desde hace tiempo los gerentes de los equipos profesionales buscan el Santo Grial: conformar una franquicia competitiva, atractiva para los fanáticos. Sin embargo, reducir las perdidas se ha convertido en un dolor de cabeza, aún con la clasificación a torneos internacionales. Aumentar las audiencias es una quimera.  

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El miedo es un mecanismo de defensa. Y no hay mayor miedo que el de no encontrar respuestas. Sin embargo, a pesar del temor, es esencial la incertidumbre para acercarse a procesos complejos. «Si comienza uno con certezas, terminará con dudas; mas si se acepta empezar con dudas, llegará a terminar con certezas», decía Sir Francis Bacon. El padre del escepticismo filosófico, René Descartes, lo explicaba así: «Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas». En 1997 iniciamos una tesis de grado en la Universidad Católica Andrés Bello para comprender la ausencia de fútbol nacional en las pantallas nacionales y por el poco espacio que abarcaba en los periódicos. Meridiano TV era un proyecto y faltarían muchos años para que Líder y DirecTV Sports llenaran esos vacíos. En ese contexto nos hicimos una pregunta simple: ¿por qué no es atractivo el fútbol venezolano?

Las explicaciones se basaban en juicios empíricos, que hasta el momento no se habían compilado en un documento. En el caso de la televisión, los gerentes de programación argumentaban que el formato no era vistoso. Añadían como un gran problema el costo del traslado de unidades a recintos que no cumplían con lo mínimo para efectuar la transmisión (mala o ninguna iluminación, césped en mal estado, poco público y un largo etcétera). La competencia, además, era demoledora: los resúmenes del fútbol italiano o español eran baratos y rentables.

Un año antes, en 1996, comencé a trabajar en la cobertura del torneo venezolano. Ya fuera escribiendo reseñas para un periódico o comentándolo en el circuito de radio del Caracas Fútbol Club, era constante la ausencia de fanáticos. Un partido de Copa Libertadores, en el Brígido Iriarte, no reunía a más de 300 personas. Ese número bajaba en los compromisos locales. Después de una gran inversión, incalculables pérdidas económicas y buenos resultados deportivos -por la obsesión de Guillermo Valentiner- el equipo capitalino cambió la historia. El Olímpico, un estadio más cercano a sus objetivos, fue poblándose jornada tras jornada. Explicaba entonces el ahora técnico de la selección nacional, Noel Sanvicente, que la fórmula era simple: «Sin Valentiner no hubiéramos conseguido los títulos y sin los campeonatos no hubiera llegado la gente».

Las siete temporadas de cinco títulos y dos subcampeonatos para el Caracas coincidieron con el despertar de la selección nacional, bajo el mando de Richard Páez. Esa combinación generó una ilusión de competitividad que fue explotada por los medios de comunicación y anunciantes. Que fuera el torneo local el que alimentaba a la Vinotinto incidió en la asistencia. Se pensó entonces que 2007 sería el año del despegue definitivo, por la Copa América. Las instalaciones que dejaría y el acercamiento del gran público a la disciplina, en teoría, explicaba tal optimismo. Ocho años después podemos afirmar que fue un espejismo.

La irregularidad ha sido constante desde la expansión a 18 equipos. Soccer Data Venezuela nos presta los números para demostrarlo:

Temporada – Asistencia

2007/08 1.421.018
2008/09 832.651
2009/10 901.484
2010/11 1.318.964
2011/12 1.639.812
2012/13 1.163.903
2013/14 1.169.245
2014/15 996.206

La primera fecha del Torneo Adecuación (que sirve de transición para cambiar el antiguo formato) no invita al optimismo. Asistieron apenas 20.285 personas a los estadios. El Tucanes-Caracas fue el más visto, con menos de 6 mil espectadores y el Trujillanos-La Guaira cerró la pobre estadística, con apenas 210. Poco más de 29 mil pagaron entradas en la segunda fecha. El aumento se explica porque Caracas jugó de local (fue el líder en concurrencia), al igual que Táchira y Mineros.

La firma de consultores Pluri, ubicada en Brasil, realizó un ránking de los 60 equipos con mejor promedio de asistencia, en 2014. No hay representantes venezolanos en la lista. River Plate, actual finalista de la Copa Libertadores, pero que hace cuatro años estaba en la B, manda con 49.368 espectadores y una media de ocupación del estadio que supera el 70%. El último es Chicago Fire (15.228), de Estados Unidos. Un dato para nada menor: comenzó su vida en la MLS hace menos de 10 años (1998). Que Brasil y Colombia estén en la clasificación no sorprende. Que Canadá y Bolivia también, es para ratificar lo mal que se trabaja en Venezuela año a año. The Strongest, por ejemplo, ocupa la casilla 40 (18.861).

¿Por qué?

Cuando se intenta explicar la ausencia de fanáticos en los estadios venezolanos he comprobado que se usan tópicos conocidos. Tras haber laborado 17 años en diferentes medios impresos, radiales y de TV, puedo enumerarlos:

– Ausencia de publicidad y mercadeo para atraer a los espectadores.

– Instalaciones incómodas o con pocos servicios para el disfrute del usuario.

– La violencia en los recintos.

– Inseguridad fuera del estadio.

– Precios no acordes a los ingresos de los ciudadanos (sobre todo en el interior del país).

– Los jugadores son de poca calidad y los partidos son una caimanera.

En efecto, todo lo anterior es mejorable, pero no explica la pobre taquilla. De hecho, casi todas las directivas, con excepciones, han mejorado sus ofertas. Desde el 2×1; día gratis para mujeres y  niños; entradas de cortesía para ser administradas por emisoras de radio; actividades con jugadores afuera y dentro de las canchas, hasta puertas abiertas. En cuanto a la violencia, se trata de un fenómeno reciente y de un impacto bajo, si lo comparamos con lo que sucede en otros países. Argentina, por ejemplo, suma 305 muertes asociadas directamente al fútbol y aun así lidera el ránking de equipos taquilleros. Los horarios de los juegos se han modificado cuantas veces ha sido posible y el precio de las entradas es casi simbólico. Ningún equipo vive de eso. El béisbol venezolano, si comparamos, es mucho más costoso y sin embargo año tras año presenta números positivos.

Sobre la calidad del torneo, para el de hoy no hay excusas: es paupérrimo, pero antes, cuando Venezuela exportaba pocos jugadores, sí tenía el encanto de ciertas individualidades. Cierto: siempre hay una cuota subjetiva para evaluar este punto.

Sobre la calidad y el público, realicé un experimento durante un par de años: distribuí entradas de cortesía a personas que conocían poco o nada del Apertura y Clausura. Asistieron con cierta regularidad. Cuando se acabaron los tickets gratis, no retornaron. Enganche cero. En cambio, siguen planificando la compra de los abonos para la temporada de pelota. Obviamente no se trata de un experimento científico, aunque este «comportamiento de golondrina», como le llamo, es muy parecido al de la fiebre que despierta en Venezuela el Mundial de fútbol. No es tanto el saber, es el compartir… por un rato.

Hace pocos meses, en una reunión con diputados de la Asamblea Nacional, representantes de la Federación Venezolana de Fútbol y gerentes de equipos de Primera División, aportamos ideas para intentar  frenar la violencia en las gradas. Cada cierto tiempo el discurso reincidía: “Los medios no cuidan el fútbol venezolano”. Según esa línea de pensamiento, reseñar las deficiencias del torneo aleja al fanático de las gradas. La lectura evidencia la miopía de quienes hoy se encargan de dirigir la actividad. Si esto fuera cierto, ninguna liga del mundo sería exitosa.

Tenemos un precedente cercano: Boca Juniors de Argentina fue eliminado de la Copa Libertadores debido a que un fanático roció Gas Pimienta, lesionando a varios jugadores de River Plate. Las imágenes de Fox fueron implacables y repetidas sin cesar por semanas. En Europa, la violencia física es un tema casi superado. O, por lo menos, asumido como un problema nacional y reglamentado como delito. El racismo, ahora, es la nueva cruzada. En Venezuela, en mayo, se vivió una escena de terror cuando Aquiles Ocanto, jugador del Carabobo, fue agredido en plena entrevista. La impunidad con la que el fanático golpeó al futbolista pudo ser sancionada gracias a la grabación, ya que no fue detenido en el recinto. Si el encuentro no hubiera sido transmitido, la acción habría quedado en la anécdota.

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Sin héroes, sin historia y sin resultados

Una de las razones básicas para asistir a un partido es la presencia de jugadores que o bien son una revelación o resumen el espíritu del equipo. Olvidémonos de los ídolos de una sola camiseta. Es un producto en extinción, aunque en Europa (Totti, por citar uno) aún quedan algunos. En Venezuela, los equipos de chequeras, que desaparecían o cambiaban de nombre, acabaron con esas figuras. Sin profundizar en lo anterior, que da para otra columna, revisemos a los dos contendientes del pasado Clausura. En Táchira, Jorge «El Zurdo» Rojas (37 años) sería el jugador mediático, pero está lejos de cuadrar en la etiqueta de «ídolo tachirense», pues fue campeón con Caracas y pasó por otras seis oncenas. Caracas, por su parte, desde que abarató su nómina, es precaria en figuras. Podrían haberse formado ciertos vínculos con Alaín Baroja o Rómulo Otero, aunque es solo especulación. Las traumáticas salidas de José Manuel Rey (tal vez el único jugador mediático que ha dado Venezuela) y Rafael Castellín (se retiró su pancarta que orgullosamente desplegaban los hinchas), evidencia las dificultades de encontrar jugadores-franquicia en el país.

A la inestabilidad del mercado se suma la ausencia de resultados internacionales que despierten la curiosidad del que es ajeno a la actividad. Las hazañas en la Copa Libertadores se limitan a cuatro equipos: Minerven, Estudiantes, Táchira y Caracas, y el espacio entre los años que lo consiguieron recalcan esa pobreza: 1994, 1999, 2004, 2007 y 2009¿Qué pasó después de esos «logros»? Los de Guayana desaparecieron; los merideños coquetearon con el descenso y el equipo capitalino cambió su política de fichajes sacrificando títulos (lo cual ha incidido en su taquilla, obviamente).

Sobre la importancia de los resultados y como moldean a la sociedad escribió el sociólogo uruguayo Rafael Bayce. En el trabajo Cultura, identidades, subjetividades y estereotipos: preguntas generales y apuntes específicos en el caso del fútbol uruguayo, explica las consecuencias de las medallas de oro conseguidas en los  Juegos Olímpicos de 1924 y 1928: «La autoestima y autoimagen del fútbol uruguayo se originan, más que en indudables y valiosos triunfos internacionales del máximo nivel, en una narrativa épica deportiva que postula la causalidad principal de la picardía y la garra como proezas idiosincráticas, representaciones colectivas constituyentes, mixturas de realidades, leyendas, mitos y explicaciones diletantes. Pero la fuerte credibilidad en esa épica deportiva de picardía y garra no carecía de sustento histórico en la narrativa épica nacional hegemónica. Más bien era profundamente compatible con ella, y quizá fue tan fácilmente adoptada porque parecía una ancestral idiosincrasia nacional manifiesta en el deporte».

Si bien Bayce evidencia cómo el estereotipo impidió un desarrollo más científico del fútbol uruguayo, resaltamos esa épica de la que adolece el balompié venezolano y que al día de hoy condiciona el análisis de los procesos de los técnicos nacionales y de los locales en copas internacionales. Siempre bajo esta idea, una corriente del periodismo venezolano afirma que no se puede exigir el éxito a un equipo o a una selección venezolana «que nunca ha ganado nada». Por lo tanto, el término «fracaso» no tendría cabida. El riesgo de mantener esta línea de pensamiento es que justifica a cualquier técnico de entrada, sin medir detalles, como convocatorias, entrenamientos, propuestas tácticas y un largo etcétera.

La identidad

Táchira es de los pocos equipos que puede presumir de haber mutado sin perder al grueso de sus fanáticos, no así el Deportivo Petare (antes Deportivo Italia e Italchacao). El caso del Deportivo La Guaira (antes Real Esppor) es una entelequia: adapta el nombre de la capital del estado Vargas, sin representarlo. De hecho, ambos conviven en el Olímpico, donde también juegan Atlético Venezuela, Metropolitanos y otro Estudiantes (de Caracas). Ninguno de ellos consigue 1000 espectadores por partido. Muchos equipos, pocos estadios y ninguna empatía. De hecho, sacando a Petare, que al menos intenta sumar a la gente del barrio, ¿a quiénes representan este montón de oncenas de la capital? ¿A cuál público aspiran atraer?

En Suramérica se ha estudiado el fenómeno de la socialización, el sentido de pertenencia y el proceso de identidad que genera el fútbol. El antropólogo, profesor e investigador ecuatoriano Jacques Paul Ramírez Gallegos lo demuestra en un extraordinario ensayo llamado Fútbol e identidades territoriales, del que destacamos estas líneas:

«Teniendo siempre presente que el fútbol es un vehículo de socialización, un sistema que con sus símbolos permite la comunicación y la vivencia de valores colectivos, se trata de una actividad que suministra una forma colectiva de identidad. Cuando hablamos del fútbol como ritual se dijo que era un espacio en donde se creaban y recreaban símbolos. El símbolo es la unidad mínima del ritual y es ‘una cosa que, por acuerdo general, se considera como tipificación o representación o evocación naturales de otra por poseer cualidades análogas o por asociación real o de pensamiento’ (Turner, 1995: 24). Los símbolos que se observan dentro de un estadio son de diferente índole: banderas, himnos, cánticos, objetos, caras pintadas, colores, movimientos, posiciones, vestidos, entre otros. Aquí sería útil introducir un esquema clasificatorio de los símbolos e indicios de “identidad regional”, inspirado en la antropología simbólica o en la semiótica de la cultura. Según Giménez (1999) los significantes primarios de la simbólica regional son de dos tipos: por un lado, todo lo que está ligado a la territorialidad, y por el otro lo ligado a los factores étnico-raciales. A estos dos hay que sumar el elemento histórico, indispensable para comprender este proceso de formación de identidades regionales».

El periodista, escritor e historiador del fútbol venezolano, Eliezer Pérez, reseña que 55 equipos que jugaron el Primera División han desaparecido y 14 cambiado de nombre (dos después de la expansión)¿Qué tipo de identidad puede generarse ante tal panorama?

El amable lector que tuvo la paciencia de llegar a estas últimas líneas advertirá que hemos desarrollado una pequeña radiografía de los puntos débiles del fútbol venezolano, que conspiran contra el aumento de las audiencias. Pero aun resolviéndolos, es posible que nada cambie. Habría que preguntarse si realmente existe un gran público para el torneo local.  ¿Y si el oriental, el occidental o el ciudadano del centro del país  simplemente tiene otras prioridades, como la playa, la montaña o el cine?  Puede que le agrade el fútbol, incluso que sienta empatía con algún club, pero eso no significa que su primera, segunda o tercera opción al pensar en disfrute, sea un partido del campeonato venezolano. En ese caso, entonces, no solo sobran equipos –son 20-, también técnicos, programas de televisión y radio, y, por supuesto, periodistas como el que escribe este punto final.

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