Economía

La peste de la hiperinflación acecha en Venezuela

En las primeras páginas de la novela La Peste, de Albert Camus (1913-1960), comienzan a aparecer algunas señales, como preludio de la epidemia que devastaría a la ciudad de Oram, en Argelia en 194...

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Camus, uno de los pilares del Existencialismo en la Europa de la Post Guerra, maestro de la literatura universal, periodista, filósofo, Premio Nobel 1957, explora en este drama la condición humana ante las adversidades extremas, como una epidemia mortal que sitió y sacudió las estructuras de una sociedad y la moral de sus individuos.

Antes de que la plaga arrasara con Oran, en la costa argelina, y comenzaran a multiplicarse los contagios, algunas ratas aparecían muertas por ahí, en los lugares más inesperados.

Eran las hospederas de la peste bubónica, o “peste negra”, causada por una bacteria propagada a su vez por las pulgas que los roedores llevaban encima. Los insectos eran como un ejército de pequeños ángeles de la muerte que esparcían los contagios por todos los rincones. Algunos doctores notaron las primeras señales de alerta, especialmente porque no es común ver por ahí a ratas enfermas o muertas a plena luz del día.

Pero éste texto a lo que va a es la economía y sírvanos la metáfora de las señales para notar cómo la hiperinflación, una verdadera peste negra en cualquier economía, es una tragedia que no se presenta de una sola vez, de un día para otro con todo su peso.

Dinero perforado

Primero aparecen algunas evidencias de que algo está tan profundamente mal que hasta lo inverosímil se vuelve natural. Esas señales se van juntando, para el estupor de la gente común, y lo que primero era negación, incredulidad, rechazo y rabia, se termina convirtiendo en aceptación y costumbre. En el camino aparecen lo mejor y lo peor de la condición humana.

El esfuerzo personal, la solidaridad, el trabajo más duro aún, la cooperación, así como el individualismo, la usura, la confrontación, la ira cobran fuerza en estas circunstancias. Se desata una especie de guerra de precios en la que todo el mundo intenta ponerse a salvo o desquitarse con alguien por lo que está perdiendo y padeciendo.

La economía venezolana ya está sufriendo una peste, pero de altos precios que se propagan con una velocidad geométrica. Todo el país ya está sitiado por esta condición extrema. La gente común siente miedo de lo que vendrá, de cuanto costarán las cosas en los próximos días, semanas, meses y siente la incertidumbre de no saber como pagará las cuentas. Teme caer postrado en un cuadro agónico de mayor  pobreza.

En la literatura económica desacuerdos acerca de cuáles son los números que indican una hiperinflación o una simple inflación galopante. Algunos autores dicen que hay que esperar a que el alza sostenida de precios supere el 50% mensual para declararla, pues de lo contrario sólo estaríamos hablando de una inflación galopante. En todo caso, aunque el gobierno esconde las molestas cifras, los expertos ya dan por sentado que el salto de precios superará el 150% este año, como promedio. Pero hay cosas que suben muy por encima de ese nivel.

En las epidemias también se intentan manipular las cifras. Las autoridades sanitarias siempre van a querer escamotearlas para no desprestigiarse con la realidad, no perder votos, para no contribuir al pánico ni multiplicar los efectos de la plaga. Por eso, a veces se niegan a hablar claro, temen que los turistas dejen de llegar, que se perturbe la paz ciudadana, haya menos actividad, que el comercio disminuya, porque como en Oran de esas páginas de ficción, los barcos pasarán de largo, espantados por la máscara de la muerte.

Números obscenos

Hace pocos días, en una tienda de muebles de lujo, BoConcept, en Caracas, veíamos un sofá de tela, Carlton, de tres puestos ofrecido en 3.799.900 bolívares. Sí, casi cuatro millones de bolívares, o sea casi 4.000 millones de los viejos. Es difícil pensar en la cifra, pero equivale a lo que alcanza o alcanzaba hace poco para comprar una casita en una urbanización del interior de Venezuela, o para comprar un carro que pueda servir para trabajar como taxista. También para pagar un terreno donde sembrar unas cuantas plantas.

Uno se pregunta qué clase economía es esta donde un sofá de tela vale $10.000 al tipo de cambio paralelo, o $20.000 al Simad, que se supone es el dólar oficial más caro, no importa si el mueble está hecho en Dinamarca o en Magdaleno, estado Aragua. “Lo peor es que hay quien lo compra”, me comentó alguien y me dejó rascándome la cabeza. El sofá de marras se encuentra entre $700 y máximo $4.000 en Internet.

Señales hay muchas de esta epidemia, sólo basta anotar en una libretica los precios que vemos hoy y compararlos con los del mes pasado, o con los recibos de pago de la tarjeta de crédito.

La hiperinflación es como un manto que lo va cubriendo todo a su paso.

«No sé a dónde vamos a llegar» nos decía en la segunda semana de junio de este 2015 un agente fúnebre, mientras mostraba el inventario de urnas para entierros. “Esta valía 12.000 bolívares y en menos de dos meses llegó para 36.000. Esta otra está todavía barata, si se considera que es de madera, vale 47 mil. Pero las nuevas, que acaban de llegar y no han entrado al sistema, vienen para 97.000 y más de cien mil”, dijo como quien vende muebles.

Cada quien tiene sus cuentos de estas distorsiones. En los talleres mecánicos nos dicen que los precios de la pintura subieron más de 200% en un mes y una pieza de carrocería que costaba Bs 24.000 ahora vale más de Bs 80.000, y un guardafango de un modelo de Toyota ya está en Bs 800.000.

“Ya estamos en hiperinflación, porque fui a comprar un repuesto de dos mil bolos, y mientras fui y busqué los reales me lo habían subido a 4.500” razonaba un taxista, riéndose de los teóricos de las mediciones.

Este descalabro va a propagarse como una cascada, porque obligará a alzas en todo el sistema. Por ejemplo, los presupuestos de los talleres por cualquier arreglo mediano se van a multiplicar inclusive por encima del valor del carro asegurado y las agencias de seguros van a cobrar más a las personas.

Cada día aparecen más alimañas por ahí tirados en esta epidemia. En estos días veíamos que llegaron a algunos supermercados entregas de jugo de naranja en envases de larga duración a Bs 45 el litro. Lo insólito es que puede parecer barato si se considera que a su vez hay otras bebidas similares en empaques simples de medio litro que ya valen más de Bs 60. Es lógico esperar que cuando el gobierno lo autorice, ese litro de jugo va a multiplicar su precio, que hoy no debe pagar ni el aluminio, el cartón y el plástico del envase TetraPack en cuestión.

También se consiguen a veces nueves peladas a Bs 691 el kilo, una verdadera ganga – seguramente importadas a dólar viejo-  si se considera que en otras partes ya está a Bs 3.200 el kilo y es ese premio mínimo lo que nos trae el futuro inmediato.

Cuando esta marea siga subiendo, arrasará por completo los salarios de las personas y es previsible que ante la falta de acciones más profesionales y responsables, el gobierno se limite a aumentar el salario mínimo otra vez, o a declarar un alza general de sueldos y salarios. También, imprimirá más billetes, como esos de a 100, crujientes y nuevecitos que salen cada día de los cajeros electrónicos como la principal señal de que esas aspirinas monetarias no sirven para enfrentar esta peste.

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