Economía

Venezuela 2 intentos: cuando CAP I y Chávez se dan la mano

Por una sorprendente simetría de la historia, Venezuela se ha empeñado en tropezarse con la misma piedra y los resultados siempre han sido nefastos. Pero dos han sido las ocasiones más dramáticas, con los peores resultados sobre la vida diaria de millones de familias empobrecidas que han quedado con “un amor sin esperanza”, como en aquél bolero tipo arráncame la vida y no me la devuelvas.

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Estas lecciones vienen al caso a propósito de la película CAP 2 Intentos, del cineasta Carlos Oteyza, que El Estímulo, junto con Siboney Filmes llevan en gira por universidades para animar la discusión de un vivo pedazo de nuestra historia con dos protagonistas: Carlos Andrés Pérez y el petróleo.

«Memoria de una Venezuela por construir» es la consigna de estas discusiones, que pretenden abrir un debate no sólo sobre nuestra historia económica para recordar que aquellas polvaredas trajeron estos lodazales, sino también sobre el futuro.

En nuestra historia contemporánea, desde que los inmigrantes extranjeros llegaban aquí en busca del sueño americano y especialmente a partir de 1974, prevalece en muchos la idea equivocada de que somos un país rico, inmensamente rico, más que todos nuestros vecinos latinoamericanos.

Lo que ha pasado, según esta conseja, es que nos han robado esa riqueza, la han administrado mal, funcionarios corruptos han llenado sus bolsillos y han privado al pueblo de ese dinero.

Algo de eso es cierto, pero no es toda la verdad.

En realidad no somos ricos nada. Sólo poseemos enormes recursos en el subsuelo, enterrados, como las cenizas de nuestros antepasados, y a menos que hagamos algo serio como nación, esos minerales no servirán para construir ciudadanía, educación ni civilidad.

Recursos no son sinónimo de riquezas y mal administrados por manos populistas pueden convertirse en un arma contra la razón.

PRIMER TURNO AL BATE

La película se concentra en la figura de CAP, desde el primer gobierno, cuando este país país era modelo para el mundo, atraía inmigrantes, tenía una moneda dura y su economía crecía estable y sostenida año tras año. De repente, en 1974, se triplicó el ingreso petrolero.

Había ocurrido un “cisne negro” un evento inesperado y que no suele repetirse igual: tras la Guerra del Yom Kipur, a finales de 1973 en el Medio Oriente y el posterior embargo petrolero árabe a Occidente, Venezuela se inundó de petrodólares.

Éramos unos 11,7 millones de habitantes, con libertades democráticas bajo un modelo de alternabilidad de partidos y separación de poderes que 14 años atrás había salido de la dictadura de Pérez Jiménez (cuyas obras desarrollistas financiadas con petróleo ya habían comenzado a cambiar el perfil de aquél país rural y de niños barrigones).

Cuando esa nueva fortuna llegó, CAP y su gobierno creyeron que era para siempre. El gasto público se disparó, junto con el endeudamiento, se repartieron crédito agrícolas sin medida ni respuesta productiva, comenzaron o se terminaron inversiones masivas en grandes industrias, como las de Guayana, se trazaron autopistas y se construyeron escuelas y hospitales.

Pero también se desbocaron el gasto suntuario, las importaciones y la fiebre de los alegres viajeros “ta barato dame dos” (como habría de ocurrir años después en el chavismo con los cupos Cadivi).

Nadie se acordó de ahorrar. Era como si el petróleo caro y abundante fuera a sostener para siempre la popularidad de hombres y gobiernos, con su estímulo al consumismo gracias a una moneda sobrevaluada que desalentaba la producción nacional.

El fin de la fiesta, con la caída del petróleo, le estallaría en la cara a Luis Herrera Campins, quien el Viernes Negro, del 18 de febrero de 1983, terminaría devaluando el bolívar y poniendo oficialmente fin a la «Venezuela Saudita», para iniciar un proceso de devaluaciones eternas que son el karma de cada día.

EN TRES Y DOS

El segundo gobierno de Pérez, el mismo hombre de «La Gran Venezuela», es resumido en CAP 2 Intentos, recordando cómo aquél hombre que había prometido demasiado fue electo en diciembre de 1988 al sembrar entre la gente la ilusión de regresar al brillo del pasado, al reparto de una riqueza que ya se había extinguido.

La gente votaría por él, auto engañada, como quien no quiere ver más allá de lo que le conviene. Pero en realidad ningún Mesías iba a traer la buena vida de vuelta.

No era posible. El petróleo, ni en 1988, ni en 2007, ni ahora en 2017, vendrá a salvarnos de un destino que ha sido construido por nosotros mismos como pueblo.

Oteyza resume en varios planos “la coronación” de CAP, cuando en medio de promesas de austeridad para sacar al país de la crisis, llegaron decenas de invitados internacionales, hasta Fidel Castro.

El Caracazo, el paquetazo, los tecnócratas que se equivocaron al meterle por la nariz el aceite de ricino a una población que lo que quería era volver a entrar a la fiesta, las intentonas de golpes de Chávez, la reforma política y elecciones directas de gobernadores (que terminarían debilitando el bipartidismo), el juicio por alegatos de corrupción, la destitución, se suceden en un vértigo.

Como en todo documental, el tiempo, el ojo del director, los archivos fílmicos disponibles moldean el prisma de la realidad que se quiere contar. El retrato está ahí, resumido en frases de impacto: “Hubiera preferido otra muerte” decía Pérez al momento de renunciar, antes de pasar por el oprobio de la inminente destitución.

Este es un país donde el odio y el resentimiento están sembrados, le queda a uno como mensaje tras escuchar las palabras finales de un Pérez hablando solo a un teléfono celular.

EL PERRO SE MUERDE LA COLA

Algunos años más tarde (y nada de esto está en esta película) los venezolanos eligieron a otro Mesías, esta vez con uniforme y ametralladora, para que les repartiera lo que no había.

El gobierno del teniente coronel Hugo Chávez también encontraría su chorro inesperado de petrodólares y se embriaga y encandila.

Las promesas de los golpistas, de acabar con la corrupción y de paso con la pobreza, con la violencia criminal y la inflación, se quedan en el aire y se convierten en otra estafa más para la historia.

Si alguien filma un documental sobre Chávez y su baile pegado con el petróleo, tal vez comience con una frase hiperbólica, tan del veguero de Sabaneta devenido en el hombre más poderoso por estas tierras de los tiempos de los virreyes de España.

La noche de 1998 en la que una mayoría de venezolanos lo eligieron para tomar por asalto todas las estructuras del poder, el comandante de paracaidistas se fusiló el juramento de Monte Sacro de Bolívar para prometer por sus padres, la Patria y tal y que sé yo, que no daría descanso a su alma ni reposo a su brazo hasta acabar con el yugo de la corrupción.

Chávez se tropezaría con los precios del petróleo más altos de la historia, debido al aumento de la demanda en Asia, especialmente de la emergente China, las guerras para liquidar caudillos ya inservibles para Occidente en Libia e Iraq, la pesadilla del terrorismo islámico, la expectativa irracional que provocó un auge general en los precios de las materias primas.

Pero con un petróleo sobre $100 el barril en algunos años, el chavismo se dedicó a revivir las mismas políticas populistas del pasado, pero ahora repotenciadas con el febril discurso nacionalista y resentido: en largas cadenas por radio y TV se prometía repartir la piñata entre el pueblo, entregar millones de pescados aunque se pudrieran sin nevera.

Nunca se construyó el ansiado relevo a la economía petrolera. Al contrario, se elevó al paroxismo la dependencia al petróleo hasta el punto que el crudo responde por 98 de cada 100 dólares que entran a este país quebrado. Y sin inversiones nacionales ni extranjeras sostenidas, más allá de los negocios de los chinos a cambio justamente de más oro negro, no hay fuentes financieras para reactivar esta economía. Mucho menos con un barril venezolano en torno a $40 a la fecha.

Más bien con el chavismo se redujo el aparato productivo nacional y colapsa la infraestructura. Por ejemplo, si uno quisiera iluminar ciudades y pueblos para mejorar el estado de ánimo colectivo y reactivar la economía que hoy se duerme cuando cae el sol, no habría suficiente electricidad para atender esa demanda oculta.

Al final, la simetría entre CAP I y Chávez aparece sola: ambos eran líderes carismáticos, populistas, aprovecharon la lotería del petróleo para vender estampitas y promesas; multiplicaron el gasto público más allá de las posibilidades de la Economía para absorber esa inundación; favorecieron corruptelas, encandilaron a las masas y las arrastraron por el torbellino del consumismo; a ambos se les fue la mano en el tamaño de su oferta, y desperdiciaron oportunidades históricas de convertir los recursos naturales en una fuente sostenida de desarrollo.

Ninguno entendió que esos golpes de suerte de las subidas de las materias primas no duran mucho, les siguen ciclos de bajas para los que hay que estar preparados.

No escucharon la conseja de acordarse de que después de las vacas gordas, siempre vienen las flacas, por lo que hay que ahorrar, no consumir todo en una sentada porque mañana las nuevas generaciones también comen.

A los herederos siempre les cae el muerto, como le hoy pasa a ése príncipe designado a dedo bajo la luna llena y que ahora no sabe qué hacer sin petróleo, sin carisma y con sólo 18% de apoyo.

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