Seguir usando la denominación de “gobierno interino” es, en la actualidad, una falsedad. Juan Guaidó, sin duda alguna, es un referente de la oposición prodemocracia para la comunidad internacional, pero ni preside un gobierno, ni es real hablar de un interinato, si asumimos a este término como algo temporal o pasajero.
En Venezuela, para leer las claves de la política en este septiembre de 2021, cuando está en marcha una negociación empujada por la presión de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea, debemos asumir una necesaria dosis de realidad.
Nicolás Maduro tiene el poder y ejerce fácticamente el control sobre este país, nos guste o no. Por otro lado, no hay señales de que con los encuentros en México se vaya a acordar una salida suya del poder, y en el mejor de los casos la apuesta de la comunidad internacional es una restitución progresiva de los espacios institucionales para los actores prodemocracia, comenzando desde abajo, es decir, por alcaldías y gobernaciones.
Aunque desde afuera se siga usando el título de “presidente interino” para Guaidó, en la práctica estamos ante un gobierno virtual, que es una ficción, para hablar con franqueza. No existe tal gobierno, si entendemos por gobierno la capacidad de dictar decisiones públicas y el dominio sobre la población para que esto sea obedecido.
La tesis del interinato, a los ojos de los países occidentales, tuvo tal vez sentido en 2019. Se veía a la vuelta de la esquina una transición democrática en Venezuela y esa comunidad internacional necesitaba un interlocutor legítimo. En 2019, cuando recién asumió la presidencia de la Asamblea Nacional, en aquel momento el único poder público legítimo, sin duda Guaidó era el hombre de la transición.
Su reelección en 2020 violó lo que había sido un acuerdo público de que la presidencia del parlamento se rotaría entre los partidos que, en 2015, gracias a la Mesa de la Unidad Democrática, hicieron una coalición que se impuso en las elecciones.
Ya un Guaidó reelecto para seguir siendo “presidente interino” estaba reñido con la legitimidad, desde mi punto de vista, puesto que tal reconocimiento no era a su persona (no fue electo para tal posición), sino al cargo de presidente del parlamento, en tanto éste fuese el único poder con legitimidad de origen.
La prolongación de Guaidó como cabeza del interinato, y la transformación de su rol para pasar a ser una suerte de agente asignador de recursos llegados de la cooperación internacional, terminaron por desvirtuar la figura quien en su momento pudo haber sido clave para un cambio democrático en Venezuela.
Adentrarnos, ahora, en una negociación básicamente impuesta a Guaidó por la comunidad internacional, tras el fracaso de la “presión total” que fue lo que caracterizó el período previo, cuando Donald Trump ocupaba la Casa Blanca, nos habla del cierre de un ciclo político.
En términos de comunicación política, salvo excepciones como lo ha sido el mensaje público de Freddy Guevara, creo que la sociedad venezolana necesitaba una explicación sobre el fracaso de la anterior estrategia y el nuevo horizonte que se abre con la negociación y la posibilidad de un acceso gradual a elecciones creíbles, sin que esté juego la presidencia del país.
Hace falta que los voceros políticos hablen con claridad. Es necesario que se diga que estamos ante un nuevo escenario, en el cual de forma realista se asume que el poder lo tiene el régimen de Maduro, y que las acciones no van en la línea de sacarlo ya del poder, sino de ir logrando concesiones democráticas, teniendo el gobierno como incentivo que se suavicen las sanciones internacionales.
Hablar con claridad sería también que se diga sin ambages que ya el gobierno interino dejó de existir. Y eso, por cierto, no agota ni cierra la lucha por la democracia en Venezuela.